—¿Qué tal la de economía?— preguntó Brian mientras fingía leer uno de los libros del estante. Me recargue en uno de los estantes mirando con cansancio a mi amigo, esas apuestas me tenían algo fastidiado pero nunca me perdería un poco de diversión con una chica, así que había aceptado escuchar a mi amigo de apuestas y mejor amigo de toda la vida.
—Demasiado parlanchina — contesté recordando a la chica. Amanda de economía era linda, pero una vez hable con ella y no me quedaron ganas de volverlo hacer. Esa chica hablaba hasta por los codos.
—¿La hermana de clara?— volvió a cuestionar mi amigo, recordando las chicas que le habían llamado la atención.
—Es muy ordenada — volví a renegar.
—Entonces uno de las gemelas de primer año —Lo pensé por unos segundos, las gemelas eran bonitas pero iba a ser un claro fastidio el tener que identificar una de la otra.
—Ellas tienen una prima, es rubia y es bonita— dije recordando a la chica que había visto el primer día de clases junto a ambas hermanas. Ella había resaltado de entre las demás así que no era mala idea el intentarlo.
Aunque el intentarlo con ella había sido un total fracaso. No iba a poder agregarla a mi lista de chicas conquistadas porque ella me había descubierto mucho antes de poder intentarlo. Ahora ella estaba aquí. Leyendo un libro de historia mientras acomodaba su rebelde cabello que le cubría el rostro por la suave ventisca que entraba por una de las ventanas de la biblioteca. El sol mañanero iluminaba su rostro, sus rubios cabellos se veían aún más claros que antes y sus atrapantes ojos color miel miraban concentrados el libro que estaba sobre la mesa.
Madison Brooks. Ese era su nombre.
Yo siempre había aceptado apuestas como esta. Eran la única parte divertida de mi vida.
– Brooks – dije su apellido una vez que me senté a su lado. Ella volteo a mirarme con los labios fruncidos y expresión molesta.
– ¿Qué es lo que quieres? ¿No deje en claro que no quería que te acercaras a mí?
Sonreí arrogante ante sus preguntas. Su expresión molesta no hacía mas que provocarme ternura al ver su nariz fruncida como la de un pequeño conejo.
– Nunca tenemos lo que deseamos Brooks – contesté simplón. Me recosté en el asiento en señal de que no pensaba irme. Ella bufó molesta ante mi acción.
– Bien, entonces yo me iré – Madison se levantó del lugar murmurando entre dientes mientras me miraba furiosa.
– Vamos Madi, no tienes que irte solo porque estoy aquí, acabamos de conocernos.
– Si, acabamos de conocernos y ya estoy envuelta en una estúpida apuesta.
No refute lo que ella había dicho por que era verdad. Pero lo que ella pensara no era de mi importancia. Madison Brooks no era la típica chica que pudieras herir y luego abandonar, ella era fuerte como un roble así que la idea de desistir a la apuesta surco mi mente, pero fue desechada instantáneamente. Yo era Allan Pemberton, nunca perdía una apuesta y ninguna mujer me decía que no.
– Lo de la apuesta esta en el pasado, seamos amigos Madison – dije con sorna. Ella sonrió sarcásticamente y acomodo los revoltosos rizos de su cabeza.
– Nunca seré amiga de alguien como tú – dijo molesta una vez más para después irse de la biblioteca hecha una fiera. Reí ante lo divertido y absurdo de la situación.
Debería dejarla ir porque no tenía sentido seguir con esto cuando ya había sido descubierto. Pero quizá sus ojos miel fueron más atrayentes que cualquier otra cosa, que había desistido en la idea de abandonar esta apuesta a causa de ella.
Madison Brooks iba a caer en mis redes como todas las demás chicas del instituto. Sin ninguna apuesta de por medio, Madison Brooks iba a ser mía y mi corazón nunca sufriría como ella lo había dicho.
Salí de la biblioteca buscando esa cabellera rubia entre la multitud de estudiantes, encontrándola en las gradas del campo de futbol, por suerte sus primas no estaban con ella y se encontraba sola leyendo el libro de historia de hace un rato. Sonreí por inercia al verla lucir como una total nerd.
– ¿Qué acaso estoy maldita y no podré estudiar en paz?
Ella suspiró con cansancio al verme. Hizo ademán para irse de las gradas pero la detuve suavemente de su escuálida muñeca.
– ¿Qué es lo que tengo que hacer para que creas que mis intenciones son buenas? Ya te dije que la apuesta ya no tiene ninguna importancia – traté de convencerla poniendo la mejor de mis sonrisas.
Ella volvió a suspirar con fastidio mientras se soltaba bruscamente de mi agarre.
– Deberás bajar las estrellas si es que puedes – sonrió orgullosa de su respuesta y se dio media vuelta para después perderse entre la multitud de estudiantes que entraban al campo.
Bien. Si ella quería las estrellas, entonces le daría todas ellas.