El día era inexplicablemente tranquilo.
Por primera vez en esta semana, no había tenido a Allan Pemberton a mi alrededor. No me había emboscado en la biblioteca ni me había arrastrado a algún lugar, se había mantenido al margen, como se suponía que las cosas debían de ser. Allan era popular y yo era una marginada mas del colegio, aunque debía de agradecer que gracias a ello las miradas de odio hacia mí se habían calmado.
Si Allan no estaba a mi alrededor, Madison era una simple estudiante mas.
Las gemelas me habían dejado sola una vez más, el día de San Valentín estaba más cerca que nunca y ellas debían de esforzarse en la obra de teatro, así que debía de pasar estos días en completa soledad, y sin Allan a mi alrededor, estaba más sola que otros días.
Camine hacia la salida del campus, mis días tranquilos habían regresado en un abrir y cerrar de ojos, como si Allan Pemberton nunca hubiera estado a mi lado. Lo veía algunas veces en los pasillos del colegio, pero no se había acercado a mí desde el otro día. Era como si él nunca se hubiera acercado a mí y todo lo sucedido en las semanas pasadas solo hubiera sido producto de mi imaginación.
Yo me la había pasado estos días encerrada en la biblioteca como una total nerd y él había demostrado ser ese playboy que yo no había conocido. Comía con las chicas del instituto a su alrededor y eso de alguna manera había ocasionado un mal sabor en mi boca, pero me había apresurado a mantener la compostura. Había deseado que él me dejara en paz, y ahora que finalmente lo había hecho, me sentía extraña.
Seguí mi camino hacia la salida del instituto bajando de esa nube de confusión que había surcado mi mente y antes de poder seguir mi camino, unos gritos me habían hecho detenerme abruptamente.
– Eres un idiota.
Era el grito de una chica.
Nunca había sido una persona que se interesaba por los problemas de otras personas, pero al parecer mis pies tenían vida propia ya que me había girado a mirar al recibidor de los insultos de parte de la chica.
Al voltear hacia mi derecha, pude confirmar lo que había sospechado. Allan Pemberton era el recibidor de los insultos. Él se mantenía expectante ante lo que estaba sucediendo frente a sus ojos, como si lo que estaba pasando era algo que ya se esperaba. La pelinegra le gritaba insultos de todo tipo mientras lo veía con molestia y ante el silencio del castaño, arrojo el agua en su botella directo hacia Allan provocando que su camisa y parte de su rostro se humedeciera, después de ello la chica se retiro aún enfurecida.
– Si sigues con esa ropa te enfermaras – dije saliendo de mi escondite detrás del árbol y acercándome a él.
Allan me miró y una sonrisa se formó en sus labios. Extrañamente había estado deseosa de ver esos hoyuelos formarse en sus mejillas.
– ¿Entonces quieres decir que quieres verme sin camisa?
– No me hagas reír – pronuncié rodando los ojos ante su estupidez.
– Pero enserio debes apresurarte a ir a casa o pescaras un resfriado.
El viento aún era frío porque el invierno aún no se iba y si él seguía con esa camisa mojada, lo más seguro es que consiguiera unos interminables días de gripe.
– ¿Estas preocupada por mí? – inquirió burlón. Sacudió su cabello mojado provocando que pequeñas gotas de agua se esparcieran por todos lados siendo iluminadas por los rayos de sol a nuestro alrededor.
– No lo estoy –. Me di media vuelta para irme, pero Allan sostuvo mi muñeca.
Nuestras miradas se entrelazaron como si fueran imanes destinados a unirse cada vez que se veían. Todo a nuestro alrededor parecía tan lejano, como si nosotros dos solo fuéramos los únicos que se encontraban en este lugar, como si los estudiantes que pasaban a nuestro alrededor, realmente no estuvieran ahí.
Los hipnotizantes ojos verdes de Allan me miraban con un sentimiento impredecible, con un brillo tan efímero que temía que éste se borrara. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, ese sentimiento estaba ahí, pero yo me negaba a aceptarlo. Me negaba a enamorarme de él porque ya había alguien afianzado en mi corazón y no quería que ese amor que mantuve por años se fuera solo porque alguien había venido a revolucionar mi mundo. No lo aceptaría por más encantadores que se vieran esos ojos.
Apartamos la mirada del otro cuando el rociador del césped se activo, provocando que el agua saliera en un movimiento circular. Las gotas de agua comenzaron a caer como si fuera lluvia y las sonrisas comenzaron a brotar como si fuera el inicio de la primavera.
El agua del rociador había ocasionado que la ropa de Allan se empapara más, como si hubiera estado expuesto bajo la lluvia. Por suerte yo no me había mojado tanto porque su corpulento cuerpo había cubierto el mío, impidiendo que el agua del rociador llegara hasta mí. Ahora si era más que seguro, que la gripe lo enfermaría.