Ventisca
A primera hora de clases, tenía contabilidad. La materia en sí no era aburrida, lo que lo hacía aburrida, era el maestro que la imparte. Hablaba de cientos de cosas durante toda la clase y cuando ésta estaba por terminar, es cuando trataba los temas relevantes de la contabilidad. Ese hecho, había provocado que la mayoría del salón, tuviera calificaciones bajas, sin contar -obviamente- a los cerebritos que les gustaba tomar clases particulares sin la necesidad de prestarle atención al profesor.
Tomar clases particulares no era lo mío. Prefería conformarme con el ocho de calificación que asistir a clases fuera de la escuela, eso era tiempo perdido y de todas maneras, empresas Pemberton me pertenecería sin necesidad de buenas calificaciones.
Cuando la clase terminó, camine entre el mar de estudiantes buscando con la mirada a mi fiel amigo Brian, encontrándolo rápidamente con un par de morenas a cada lado. Sonreí al verlo y me dirigí a la parada de autobús, sabiendo que el ocupado chico no me acompañaría está vez.
En mi camino hacia la salida, como todas las veces pasadas, la cabellera rubia de Madison sobresalió entre toda la multitud de estudiante, y como todas las veces anteriores, mis pies me habían llevado hacia ella.
Estaba frente a ella una vez más. Luciendo vulnerable, pese a todo lo que dije acerca de no creer en el amor, aún así estaba frente a ella otra vez. Y siento, que seguiría siendo de esa forma por el resto de mi vida. Mi corazón, mis pensamientos e incluso mis pies que no tienen memoria alguna, me traicionaban solo por ir hacia ella.
– ¿Te has recuperado? – preguntó ella.
Sus finos labios color melocotón formaban una dulce e inocente sonrisa.
Madison aparentaba ser fuerte. Ella creía que lucía como la chica más fuerte de todas solo por hablar con brusquedad, pero no lo era, ella era blanda y frágil, que con el mas mínimo toque se desvanecería entre mis manos.
Ella era una rosa mas en el jardín.
No había nada especial ni extravagante en ella. Madison era sencilla, un poco gruñona, pero su corazón era mas puro que el mío y que el de cualquier otra persona que haya conocido. Sin pensarlo, me descubrí a mi mismo mirándola, observando esos ondulados cabellos color rubio, el rubio que estaba siendo remplazado – poco a poco- por su color natural, en las raíces de su cabello se podía observar ese color negro que ya no podía ser cubierto mas. Sus orbes color miel aún mantenían intacto ese brillo infantil que yo había perdido hace mucho tiempo.
Me había perdido en ella una vez mas y no sabía si debía dejar todos esos absurdos recuerdos para poder – deliberadamente- profesar el amor que comenzaba a emanar de mí. Quizá podía intentarlo. Tal vez podía intentar amarla, sin ninguna restricción, y lograr que ella me amara de la misma forma.
Inconscientemente eso que me negaba a creer, estaba sucediendo.
– Allan.
Escuchar su voz pronunciar mi nombre había hecho que bajara de esa nube de pensamientos a la que me había subido y sonreí al ver su nariz fruncida al no escuchar una contestación de mi parte.
– Ahora que estas aquí, ya me siento mucho mejor – dije la típica frase cliché que todos los protagonistas de las novelas siempre decían. Madison rodó los ojos al escucharla.
– Entonces me iré.
Madison ajustó las cuerdas de su mochila y paso de mí para seguir su camino hacia la salida, a lo que yo me apresure a seguirla.
– Te acompañare – dije sin filtro. Mi mente no había procesado esa respuesta, pero mis labios ya la habían pronunciado.
– Bien.
Madison me sonrió, mostrando esos pequeños dientes color marfil que la hacían lucir adorable mientras que yo caminaba a su lado.
Una sonrisa, ahora tenía una de sus sonrisas.
Era la primera vez, que ella aceptaba ir a mi lado sin rechistar. Nuestra relación de odio – de su parte- estaba desvaneciéndose con el pasar de los días. Cada momento a su lado, destruía aquel muro que yo había puesto para asegurar mi débil corazón. Esa pared entre nosotros, se estaba destruyendo, sin saber, que eso sería un error, porque cuando aquello que nos protege cae, la tormenta viene de improvisto a destruir todo a su paso. Sin ninguna protección, todos somos vulnerables.
Al llegar a la salida, la primera ventisca nos visitó.
Pude reconocer la camioneta blanca de mi padre frente al campus y a él recargado frente a ella, mirándome con esos ojos verdes iguales a los míos, los cuales habían perdido su brillo.
– Ve a casa – murmuré hacia Madison. No pude ver su expresión o escuchar lo que ella había respondido porque ya estaba caminando hacia mi padre.
El mayor de los Pemberton se subió al auto cuando me vio ir hacia él. Al subir a la camioneta, él mantenía esa expresión neutra en su rostro con las manos ya en el volante, pero no arrancó el coche. Se quedó sentado en el auto mirando fijamente al frente, yo me mantenía expectante, esperando a que sus ataques de paranoia llegaran.
– ¿Quién es la chica?
– ¿He salido con tantas chicas y ahora te preocupas por ella? – pregunté fingiendo indiferencia mientras desviaba mi mirada hacia la ventana del auto.
– ¿Crees que no conozco a mi propio hijo? Te he criado todos estos años, ¿crees que no notaría la diferencia entre ella y las demás? He pasado por eso Allan, yo también me he enamorado y es por eso que no quiero que tu termines igual que tu padre, sufriendo por un amor que solo es real para ti. El amor te vuelve débil.
Mordí el interior de mi mejilla al escucharlo, al escuchar esas palabras que nunca se cansaba de decir. Alcé mi mirada hacia el cielo para retener las lágrimas que amenazaban por salir.
– Lo se papá, no estoy enamorado de esa chica, ¿ya podemos irnos?