El corazón del playboy |#1|

Capitulo veinticuatro

Allan parecía algo desconcertado por mi acción, pero aún así no dijo nada y ambos viajamos en silencio hasta llegar al hospital.

Seguí a Allan de cerca, a pesar de que su caminar era desesperado porque ansiaba llegar lo antes posible a la habitación de su hermana. Cuando estábamos por llegar, una enfermera nos interceptó en el camino. Era una mujer mayor, casi de la misma edad que mi tía Margarett, pero ella al contrario que mi tía, tenía una que otra arruga en su rostro que salía a relucir cuando mostraba esa sonrisa cordial que ahora nos brindaba. Se acerco hacia Allan, quien parecía conocerla ya que la saludo con respeto a penas se nos acercó para después apresurarse a preguntarle acerca de la condición de su hermana.

– Ella esta bien. Yo te llame ya que creí necesario que supieras su condición. Allan, esta vez no va a ser tan fácil como en el pasado. El cáncer la esta consumiendo poco a poco, en el pasado ella pudo combatirlo con las quimioterapias, pero me temo que esta vez será diferente.

No podía describir las miles de emociones que surcaban mi mente en estos momentos, simplemente no habrían palabras para describir el asombro que sentía. Era como una mezcla de cientos de emociones juntas que se arremolinaban en mi mente; el asombro mezclado con la tristeza, eran simplemente emociones que no podía procesar en estos instantes, mi mente solo pensaba en una cosa. En estos momentos mi mente era una página en blanco que solo tenía algo escrito:

Allan Pemberton.

Eso era lo único en lo que podía pensar. Lo único que podía procesar era esa imagen grabada en mi memoria de Allan en el suelo del hospital, con lágrimas en sus ojos y buscando con desespero, unos brazos en los cuales refugiarse.

Me acerqué a él con algo de timidez, temiendo a que reaccionara de mala manera a mi efímero acto de compasión. Pero no lo hizo, no apartó mi mano que sostenía con algo de temor su brazo derecho, tratando de demostrarle que yo estaba ahí, que no tenía porque derrumbarse porque yo estaba a su lado.

– ¿Hay algo mas que se pueda hacer? – pregunto con un hilo de voz. La enfermera lo vio con compasión y le sonrió dulcemente para tratar de tranquilizarlo.

– En estas situaciones, es necesario de un trasplante de médula ósea, es riesgosa, pero es la única solución que Betty tiene para aferrarse a la vida.

Allan asintió un par de veces ante lo dicho por la enfermera, pero aún así parecía estar ausente.

–Mi papá.. él..

La enfermera le hizo una señal con su mano para que Allan dejara de balbucear y ella pudiera continuar con su explicación.

– El señor Pemberton se entero antes que usted y ya comenzó el procedimiento de buscar donadores para que la cirugía comience lo antes posible, yo me tome la osadía de llamarle porque Betty se niega a someterse a la cirugía.

– Le agradezco por haber llamado.

La enfermera nos sonrió por última vez, pasando su mirada de Allan, hacia mi, para luego marcharse y dejarnos solos en el frío pasillo de hospital.

El silencio mortífero entre nosotros continuaba. No tenía palabras que decir para esta ocasión, no sabía las palabras correctas para decir en momentos como éste. No sabía que era lo que debía decirle para lograr consolarlo pero tenía la seguridad de que Allan no lo necesitaba, él no necesitaba que yo le dijera algo por simple compasión, lo único que necesitaba era que yo me quedara a su lado. Y así lo hice.

– Vamos. Ella de seguro te esta esperando – dije en voz baja, afianzando mi agarre en su brazo para guiarlo hacia aquella habitación donde lo había visto la última vez que vine al hospital. Allan no se negó a dejarse guiar por mi, ni siquiera sabía si él estaba prestando atención al mundo a su alrededor. Podía asegurar que en estos instantes él solamente podía pensar en la situación de su hermana y podía comprenderlo. Si una de las gemelas se encontrara en una situación como esa, realmente no pudiera ni siquiera imaginar el dolor que sentiría en esos momentos, mi corazón no hubiera podido resistir el ver a una de ellas sufriendo por esa enfermedad a la que no muchas personas tienen escape, a una enfermedad que te va consumiendo por dentro y yo no podría con el hecho de que no pudiera salvarla de ese infierno. Pero Allan lo había presenciado en carne propia, y esta era la segunda vez que experimentaba ese sufrimiento.

Una vez que estuvimos frente a la habitación, lo vi dudar al dejar su mano en el aire antes de poder tomar la manija de la puerta.

– Allan – lo llamé y sus cristalizados ojos verdes me miraron. Su cabeza se giró hacia mi con movimientos rígidos como si fuera un robot.

– Tengo miedo – confesó. El nudo en mi garganta se incremento al escuchar su voz temblorosa decir aquellas palabras que nunca pensé escuchar de aquel bromista chico.

– Ella es la única familia que tengo, no quiero perderla. Después de Betty, no hay nada, Madison, después de ella yo no tengo nada.

Sabía que las palabras no tendrían ningún efecto en él, el que yo dijera palabras bonitas no iba a aliviar ese dolor en su alma, no iba a disminuir el gran peso en sus hombros; unas simples palabras de consuelo no iban a servir de nada. Así que lo atraje hacia mi con delicadeza, rodeando su fornido cuerpo entre mis delgados brazos, tratando de transmitirle la calma que él necesitaba en estos momentos. Allan colocó su cabeza en la abertura entre mi cuello mientras me apretujaba contra su cuerpo, al igual que la vez anterior, él se estaba aferrando a mi.

Di unas cuantas palmaditas en su espalda, tratando de tranquilizarlo mientras me tragaba el nudo instalado en mi garganta, éste no era el momento indicado para ser débil.

La puerta frente a nosotros se abrió, mostrando a la chica que había visto la vez anterior. Ella nos miró con ofuscación pero opto por disimularlo. Me aparte de Allan y él hizo lo mismo con algo de timidez al ver a la chica.




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