El Corazón del Verdugo

Capítulo 8: El Nombre del Fantasma

CHIARA

Roma, Italia

​El tiempo se detuvo.

​El mundo se redujo a la página amarillenta del diario, a las dos palabras escritas con una caligrafía elegante

L'Anima Perduta— y al rostro de Alexei Vasiliev.

​La máscara no se había resquebrajado. Se había hecho añicos. Por un instante, el hombre de hielo, el guardián impasible, desapareció. En su lugar, Chiara vio a un fantasma. Vio el shock puro y desnudo, un eco de un dolor tan antiguo y tan profundo que le heló la sangre en las venas. Fue solo un segundo, quizás dos, pero en esa ventana al alma del verdugo, vio la verdad de su pregunta original en la galería: había visto la mano fantasma, había sentido la herida bajo la pintura, porque él era el guerrero herido.

​Luego, con una velocidad y un control que eran casi inhumanos, los muros volvieron a levantarse. El hielo cubrió de nuevo el abismo. Su rostro se volvió inexpresivo, pero era una inexpresividad diferente. Antes era calma. Ahora era una ausencia forzada, una negación violenta de lo que ella acababa de presenciar.

​—Una coincidencia poética —dijo él, su voz era un murmullo bajo y áspero, desprovisto de toda emoción—. La señora Montefiore era una mujer de inclinaciones dramáticas.

​Chiara sabía que era una mentira. Lo sentía en la tensión que ahora llenaba la habitación, tan palpable como el olor a papel viejo. No dijo nada. Simplemente lo miró, su silencio era una pregunta más potente que cualquier palabra.

​Él no pudo sostenerle la mirada. Apartó la vista y comenzó a recoger los documentos con una eficiencia brusca.

​—Ha encontrado la llave, Signorina Cellini —dijo, su tono forzadamente profesional—. La identidad del artista. La fase de investigación en Roma ha concluido. Ahora es el momento de volver a París y usar esa llave. El laboratorio y el lienzo la esperan. Volvemos esta noche.

​No era una sugerencia. Era una orden de retirada. Estaba huyendo.

​El viaje de vuelta al palazzo fue un ejercicio de tensión insoportable. Se sentaron en los asientos de cuero del Maserati, separados por un abismo de silencio. Chiara miraba por la ventanilla, pero no veía las calles de Roma. Veía su rostro en el archivo, la imagen de su alma desnuda grabada en su retina.

​Había venido a Roma buscando la historia de un cuadro. Y había encontrado, por accidente, la historia de un hombre. Y sabía, con una certeza que la aterrorizaba y la fascinaba a partes iguales, que las dos historias estaban inextricablemente unidas.

ALEXEI

Roma, Italia

L'Anima Perduta.

​La frase resonaba en su cráneo como el tañido de una campana fúnebre.

​Mientras el coche se deslizaba por las calles de Roma, Alexei no veía la ciudad. Veía fantasmas. Veía el rostro pálido de un chico de dieciocho años en un callejón empapado por la lluvia, con las manos manchadas de una sangre que no era la suya. Un chico que había llegado a Roma sin nada más que rabia y un talento para la violencia, un chico al que los bajos fondos habían bautizado con ese nombre. El Alma Perdida. Un fantasma sin pasado y sin futuro, cuyo único propósito era sobrevivir un día más.

​Había enterrado a ese chico hacía quince años, bajo capas de trajes a medida, de riqueza, de poder y de una lealtad inquebrantable a Dimitri Volkov. Lo había matado y sepultado en lo más profundo de su ser.

​Y ahora, esta mujer, esta restauradora de la verdad, lo había exhumado con la misma facilidad con la que limpiaba el barniz de un cuadro.

​La había subestimado. Había visto su intelecto, su pasión, pero no había previsto esto. No había previsto su capacidad para ver más allá de la superficie, para conectar no solo los hechos, sino las almas. La advertencia de Dimitri resonó en su mente: Asegúrate de que no desentierre los tuyos.

​Demasiado tarde.

​Una parte de él, la parte fría y calculadora, quería silenciarla. Llevarla de vuelta a París, encerrarla en su laboratorio hasta que terminara el trabajo y luego borrarla de su vida, asegurándose de que nunca hablara de lo que había visto.

​Pero otra parte, una parte que no había sentido en años, estaba… intrigada. Ella no lo había mirado con miedo o con asco. Lo había mirado con una comprensión silenciosa, como si estuviera viendo una capa más del cuadro, una más oscura y más trágica que las anteriores.

​Por primera vez, alguien lo había visto. No al arma del Zar, no al hombre de negocios despiadado. Había visto al chico del callejón. Al alma perdida. Y en lugar de huir, se había quedado quieta, observando, esperando.

​Y eso era lo más peligroso de todo.

LA CONFRONTACIÓN

El Palazzo, Roma

​De vuelta en la suite, la tensión se había vuelto insoportable. Chiara se quedó de pie en medio de la sala, su bolso en la mano, negándose a ser despedida como una empleada.

​Alexei se sirvió un vaso de agua, sus movimientos eran rígidos y controlados.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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