El Corazón del Verdugo

Capítulo 11: La Marca de la Serpiente

ALEXEI

El Ático, París - Mañana

​El sol de la mañana se filtraba por los ventanales del ático, pero no traía calor.

​Alexei estaba de pie frente a la pared de cristal, una taza de café negro en la mano. No veía la ciudad. Veía el eco de un punto azul en la oscuridad, la imagen de la tableta de Chiara grabada en su retina. Y veía su rostro, iluminado por el triunfo y una pasión tan pura que casi le había quemado.

Es el color de la verdad.

​La frase que él mismo había pronunciado le parecía ajena, las palabras de otro hombre. Un hombre más débil.

​La traición de Anya le había enseñado una lección brutal: la conexión era una vulnerabilidad, una puerta abierta para el enemigo. Y anoche, por un instante, había olvidado esa lección. Había permitido que una grieta se abriera en el muro.

​Un sonido en su auricular lo devolvió al presente.

​—Confirmado —dijo la voz de su hombre en Bruselas—. De Vries ha sido detenido en el aeropuerto de Zúrich. La Interpol lo interceptó con dos discos duros encriptados. Está cantando como un canario sobre sus socios corsos. La red está cayendo.

​—Excelente —respondió Alexei, su voz era un murmullo frío—. Corten todos los cabos sueltos. No quiero que ningún rastro nos lleve de vuelta a París. Y envíen un regalo anónimo a la hija. Un fondo fiduciario para su educación artística. Que el dinero de la traición de su padre le pague un futuro brillante.

​Colgó. Era un movimiento de una crueldad poética, un recordatorio para sí mismo de cómo funcionaba el mundo. Se toma todo, y luego se da una limosna envenenada.

​Pero la satisfacción del trabajo bien hecho no llegó. Solo un vacío helado. Un vacío que, por primera vez, no se sentía como paz, sino como soledad. Y en ese silencio, el recuerdo de un punto azul vibrante se negó a desaparecer.

CHIARA

El Laboratorio, París

​La grieta en el muro.

​Esa era la única forma en que Chiara podía describir lo que había pasado entre ella y Alexei. El muro seguía allí, alto e imponente, pero ahora sabía que detrás del hielo había un alma. Y esa certeza lo cambiaba todo.

​Trabajó con una energía renovada, una audacia que no había sentido antes. Ya no tenía miedo. Sentía que estaba en una carrera contra el tiempo, no para terminar un trabajo, sino para resolver un enigma que ahora sentía como propio.

​Su siguiente objetivo era la empuñadura de la espada del guerrero. Era un área pequeña, pero las radiografías habían mostrado una densidad inusual bajo las capas de pintura oscura, como si el artista original hubiera grabado algo en el metal antes de pintarlo.

​Con la misma paciencia infinita, aplicó sus disolventes, su toque era el de una cirujana. El olor a trementina llenaba el aire, una fragancia que para ella era el perfume del descubrimiento. Horas después, bajo la luz magnificadora de su lámpara, el último velo de oscuridad se disolvió.

​Y lo que vio la dejó sin aliento.

​No era una simple decoración. Grabado en el pomo de la espada, tan pequeño que era casi invisible a simple vista, había un símbolo. Un emblema.

​Una serpiente que se mordía la cola, formando un círculo perfecto. Un Ouroboros. Pero este era diferente a cualquiera que hubiera visto en los textos antiguos. Las escamas de la serpiente no eran lisas; eran diamantes afilados. Y en el centro del círculo, donde debería haber un espacio vacío, había un solo ojo, estilizado y vigilante.

​Un escalofrío recorrió su espalda. No era la firma del artista. Era la marca de un propietario. Un sello de una sociedad. Un símbolo de poder tan secreto y tan antiguo que podía sentir su peso a través de los siglos.

​Sabía, con una certeza absoluta, que acababa de encontrar el corazón del misterio. Y esta vez, cuando llamó a Alexei, su voz no estaba llena de euforia.

​Estaba llena de una premonición helada.

​*****

El Laboratorio, París

​Alexei bajó en menos de un minuto. Entró en el laboratorio no como un guardián, sino como un lobo que ha olido sangre en el aire. Sus ojos pasaron de ella al monitor donde la imagen macro del símbolo llenaba la pantalla.

​El cambio en él fue instantáneo y aterrador.

​Toda la calidez, toda la humanidad que había vislumbrado la noche anterior, se evaporó. El hielo no solo volvió; se convirtió en permafrost. Su rostro se transformó en una máscara de una furia tan fría y tan absoluta que Chiara sintió que el aire se congelaba en sus pulmones. No era la ira de un hombre. Era la ira de una fuerza de la naturaleza.

​Caminó hacia el monitor, su cuerpo moviéndose con una gracia letal. No dijo nada. Simplemente miró el símbolo, y Chiara vio en sus ojos el reconocimiento instantáneo y el odio más profundo que jamás había presenciado.

​—¿Dónde lo encontró? —preguntó, su voz era tan baja y afilada que apenas era un susurro.

​—En la empuñadura de la espada —respondió Chiara, su propia voz era un hilo—. Estaba bajo tres capas de pintura.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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