El Corazón del Verdugo

Capítulo 13: Al Filo de la Navaja

CHIARA

El Laboratorio, París

​Los días que siguieron se asentaron en una rutina tan tensa y frágil como la tela de una araña.

​Chiara trabajaba con una concentración que era a la vez una meditación y un acto de rebeldía. El laboratorio era su celda, pero también su reino. El símbolo de la serpiente seguía siendo un tabú, una tierra prohibida en el mapa del lienzo, pero su presencia lo contaminaba todo, convirtiendo cada pincelada en un acto de desafío silencioso.

​Obedeció la orden de Alexei. Borró las imágenes de sus discos duros principales. No documentó el hallazgo en sus notas oficiales. Pero el pequeño disco encriptado seguía oculto en el forro de su bolso, un secreto que ardía como un carbón incandescente.

​Su relación con Alexei se había transformado en un ballet mudo. Cada mediodía, él aparecía con una bandeja, trayéndole comida de los mejores restaurantes de París. No hablaban del cuadro. No hablaban de la guerra en la que ella había caído. Hablaban de arte.

​Él le hacía preguntas sobre sus métodos, sobre la química de los pigmentos, sobre la vida de los artistas del Barroco. Sus preguntas eran precisas, inteligentes, las de un hombre con una mente analítica que absorbía información como un agujero negro. Y ella respondía, compartiendo su pasión, construyendo un puente de conocimiento sobre el abismo de silencio que los separaba.

​Se dio cuenta de que lo estaba estudiando, de la misma manera que estudiaba el lienzo. Observaba las microexpresiones en su rostro, la forma en que su quietud se rompía por un instante cuando algo la sorprendía, la rara calidez que aparecía en sus ojos cuando hablaba de la disciplina de los antiguos maestros.

​Estaba desvelando las capas del verdugo. Y debajo de la frialdad y el control, encontró algo inesperado: un profundo y solitario aprecio por la permanencia. Por las cosas que sobrevivían al tiempo, a la violencia y a la traición. Por el arte.

​Una tarde, mientras le explicaba cómo el uso del albayalde por parte de Cecco creaba una luminosidad casi interna en la piel del guerrero, él la interrumpió.

​—¿Cree que él sabía que su obra sobreviviría cuatrocientos años? —preguntó, su voz era un murmullo—. ¿Que dos extraños, en una ciudad que él nunca vio, discutirían sobre la luz en los ojos de su fantasma?

​Chiara se quedó sin aliento. No era una pregunta sobre arte. Era una pregunta sobre el legado. Sobre la inmortalidad. Sobre el alma.

​—No lo sé —respondió ella, su voz era un susurro—. Pero creo que tenía la esperanza. Todo artista la tiene. La esperanza de que su verdad… perdure.

​Sus miradas se encontraron sobre la mesa de trabajo, y por un instante, el laboratorio desapareció. No eran el guardián y la prisionera. Eran dos almas discutiendo sobre la única forma de eternidad que el hombre puede tocar. Y en ese silencio, Chiara sintió el tirón innegable de una conexión que era tan peligrosa como el secreto que ocultaba.

ALEXEI

El Ático, París

​La mentira era un sabor amargo en la boca de Alexei.

​Cada día, a las seis en punto, llamaba a Dimitri. Le informaba del progreso de la restauración, de los pigmentos descubiertos, de las técnicas que la Signorina Cellini estaba empleando. Le hablaba del azul lapislázuli. Le hablaba del albayalde.

​Pero nunca le habló de la serpiente.

​Cada omisión era una traición. Una pequeña piedra quitada del muro de su lealtad. Y le estaba costando el alma. El informe sobre Chiara había llegado. Era impecable. Su vida era un libro abierto de dedicación al arte. No había conexiones ocultas, ni llamadas sospechosas, ni sombras en su pasado. Era exactamente quien parecía ser: una inocente brillante que había tenido la peor suerte del mundo.

​Y eso lo hacía todo infinitamente peor. Si fuera una espía, la solución sería simple, limpia. Pero su inocencia lo convertía en su único protector. Y para protegerla, debía traicionar al único hombre al que había jurado lealtad.

​Estaba caminando sobre el filo de una navaja.

​Una noche, Dimitri lo llamó fuera de horario. Su rostro en la pantalla era más duro de lo habitual.

​—El informe de Bruselas fue impecable, Alexei —dijo el Zar—. La red de De Vries ha sido completamente desmantelada. Buen trabajo.

​—Gracias.

​—Pero estoy preocupado. La fuente de la filtración original… el hombre que nos dio el nombre de De Vries. Lo han encontrado. En un canal de Ámsterdam. Con la garganta cortada.

​Alexei sintió un escalofrío.

​—Entiendo.

​—No, no lo entiendes —replicó Dimitri, su mirada se endureció—. No fue un trabajo profesional. Fue un mensaje. Le dejaron algo en la mano. —Hizo una pausa, y el mundo de Alexei se detuvo—. Un pequeño amuleto. Una serpiente de plata mordiéndose la cola.

​El silencio fue atronador. La Zmeya. Estaban activos. Y estaban cerca.

​—Están cazando, Alexei. Están barriendo el tablero de nuestros activos de bajo nivel. Están buscando algo. O a alguien. —Los ojos grises de Dimitri se clavaron en él a través de la pantalla—. Quiero que dobles la seguridad en París. Nadie se acerca a esa galería. Nadie se acerca a ella. Si la Zmeya descubre lo que estamos buscando, lo que tenemos…



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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