El Corazón del Verdugo

Capítulo 15: El Velo de la Esposa

ALEXEI

El Laboratorio, París

​Las palabras de Chiara

lucharemos juntos. O moriremos juntos— no fueron un desafío. Fueron una sentencia. Y por primera vez en su vida, Alexei Vasiliev, el hombre que controlaba todos los resultados, se encontró sentenciado a algo que no había previsto: la esperanza.

​La miró, a esta mujer de pigmentos y paciencia, que ahora se erguía frente a él como una leona defendiendo su territorio, un territorio que, hasta hacía unos minutos, era su jaula. Y en sus ojos no vio la locura de una civil, sino la determinación de una soldado. La misma determinación que había visto en los ojos de Dimitri años atrás, en un callejón helado de San Petersburgo.

​La lógica se hizo añicos. El protocolo se convirtió en cenizas. Solo quedaba una verdad brutal: no podía dejarla. Y ella no lo dejaría a él.

​—De acuerdo —dijo, y su propia voz le sonó extraña, desprovista del frío control habitual—. Lucharemos juntos. Pero bajo mis reglas.

​Vio el alivio inundar sus ojos, seguido de una cautela inmediata. Asintió, esperando.

​—No podemos quedarnos aquí. Y no puede simplemente desaparecer. La Zmeya la buscará. Buscarán a Chiara Cellini. Rebuscarán en su vida, en sus contactos, en su taller de Florencia. Necesitamos que Chiara Cellini muera. No literalmente. Metafóricamente. Necesitamos borrarla del mapa.

​—¿Cómo? —preguntó ella, su voz era un susurro.

​Alexei la miró, su mente moviéndose a la velocidad de la luz, formulando el plan más peligroso y más perfecto que jamás había concebido. Era una locura. Era una violación de cada regla de seguridad. Y era su única oportunidad.

​—Le daremos un nuevo nombre. Una nueva identidad. Un velo tan grueso y tan impenetrable que nadie se atreverá a mirar debajo. —Hizo una pausa, y pronunció las palabras que cambiarían el universo entre ellos para siempre—. A partir de esta noche, usted ya no es Chiara Cellini, la restauradora de arte. Es Chiara Vasiliev. Mi esposa.

CHIARA

El Ático, París

​La palabra "esposa" cayó en el silencio del laboratorio como una piedra en un lago helado, las ondas expansivas invisibles pero devastadoras.

​Chiara se quedó mirándolo, segura de haber oído mal. Pero la expresión de su rostro era de una seriedad absoluta. No era una broma. Era una estrategia.

​—¿Su… esposa? —logró decir.

​—Es el camuflaje perfecto —explicó él, su voz volviendo a ser la de un estratega en pleno campo de batalla—. Nadie se atrevería a tocar a la esposa de la mano derecha del hombre más temido de Rusia. Sería un suicidio. Nos esconderemos a plena vista. Saldremos de aquí, iremos a un nuevo refugio, y usted será simplemente la mujer de mi brazo. Intocable.

​La lógica era impecable. Y absolutamente aterradora.

​La siguiente hora fue un borrón de actividad febril y controlada. Alexei hizo una sola llamada. Habló en ruso, sus palabras eran una ráfaga de órdenes concisas. Mientras tanto, Chiara, siguiendo sus instrucciones, empaquetó solo lo más esencial de su laboratorio: sus disolventes personalizados, sus herramientas más preciadas y, por supuesto, el disco duro encriptado con los secretos del cuadro.

​Él mismo se encargó del lienzo, asegurándolo en su maletín de transporte como si fuera el corazón de un rey.

​Salieron por una puerta de servicio oculta que Chiara nunca había sabido que existía, que conducía a un garaje subterráneo. Un sedán negro y sin matrícula los esperaba. Mientras se alejaban, dejando atrás la galería, su jaula y su santuario, Chiara sintió que estaba dejando atrás no solo un lugar, sino una vida.

​El nuevo refugio era un apartamento de lujo en un edificio anónimo cerca del Sena. Era tan impersonal y elegante como el ático, pero más pequeño, más íntimo.

​—Este será nuestro hogar por ahora —dijo Alexei, dejando el maletín del cuadro en el centro del salón—. Nadie sabe de este lugar, excepto Dimitri.

​Chiara asintió, mirando a su alrededor. Se sentía como una actriz en el escenario de una obra que no había ensayado.

​Alexei se acercó a ella y le tendió un pasaporte. Era de la República Checa. La foto era de ella, tomada de alguna cámara de seguridad sin que se diera cuenta. El nombre era Chiara Vasiliev.

​—Apréndalo —dijo—. Su historia es simple. Nos conocimos en Praga hace dos años. Nos casamos en secreto. Usted es una académica de arte que viaja conmigo por mi "trabajo". Es tímida. No le gusta la atención. Habla poco.

​—Entendido.

​Estaban de pie muy cerca, el pasaporte un puente frágil entre ellos. La adrenalina de la huida comenzaba a desvanecerse, reemplazada por la cruda realidad de su nueva intimidad forzada. Podía oler el ligero aroma a ozono de la lluvia en su abrigo, el olor a limpio de su camisa. Podía ver el agotamiento en sus ojos, una vulnerabilidad que él luchaba desesperadamente por ocultar.

​*****

El Refugio, París

​—Hay una última regla —dijo Alexei, su voz bajó a un murmullo, volviéndose más profunda, más íntima.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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