El Corazón del Verdugo

Capítulo 16: El Peso de un Beso

CHIARA

El Refugio, París

​El sonido de la puerta cerrándose fue como un trueno en la quietud del apartamento.

​Chiara se quedó sola en el salón, sus dedos rozando sus propios labios. Estaban hinchados, sensibles, y ardían con el recuerdo del beso de Alexei. No fue un beso. Fue una colisión. Un acto de una desesperación tan cruda y tan profunda que había sacudido sus cimientos.

​Había probado su soledad, su furia contenida, y bajo todo ello, un anhelo tan desgarrador que la dejó sin aliento. Se tambaleó hasta el sofá y se sentó, su cuerpo temblando por una sobrecarga de adrenalina y emoción.

​La restauradora en ella, la mujer de lógica y paciencia, estaba en guerra con la mujer que acababa de despertar. Había analizado cada capa de Alexei Vasiliev, creyendo que podía entenderlo, catalogarlo como un objeto de estudio. Pero se había equivocado. No era un cuadro. Era un hombre. Un hombre que acababa de mostrarle el abismo de su alma de la única manera que sabía: con una violencia desesperada que era más una súplica que un ataque.

​Y ella le había respondido. Había respondido con una ferocidad que no sabía que poseía.

​La guerra contra la Zmeya de repente parecía un problema lejano, casi abstracto. La verdadera guerra, la más peligrosa, se libraría dentro de las cuatro paredes de este apartamento. La guerra por el control, por la verdad, por el espacio que ahora se veían obligados a compartir, no como guardián y prisionera, sino como… algo para lo que aún no tenía nombre.

Chiara Vasiliev. Mi esposa.

​La mentira era su escudo contra el mundo exterior. Pero se dio cuenta, con una claridad aterradora, de que también era la jaula más íntima y peligrosa en la que jamás había estado.

ALEXEI

El Refugio, París

​Al otro lado de la puerta, en la penumbra de un dormitorio impersonal, Alexei se apoyó contra la madera, su corazón martilleando contra sus costillas como un prisionero que intenta escapar. Su cuerpo entero era una contradicción: la adrenalina de la batalla y el temblor de la rendición.

Idiota. La palabra era un grito silencioso en su mente. Idiota, débil, imprudente.

​Había perdido el control. De una manera tan catastrófica, tan absoluta, que superaba con creces la traición de Anya. Anya había sido una debilidad explotada por el enemigo. Esto… esto había sido una autodestrucción. Le había entregado a Chiara no solo su secreto más oscuro en Roma, sino que ahora le había entregado su alma en un beso.

​Se dirigió al baño y se echó agua helada en la cara, mirándose en el espejo. Vio al verdugo, al arma del Zar. Pero detrás de la máscara de hielo, vio al hombre aterrorizado que había probado algo que creía muerto hacía mucho tiempo: una conexión real. Y era adictiva. Y era un veneno.

​La lealtad era su única religión. Y acababa de cometer una herejía.

​Sabía lo que tenía que hacer. Tenía que informar a Dimitri. Tenía que enmarcar sus acciones —la huida, el nuevo refugio, la farsa del matrimonio— como una decisión puramente táctica. Debía reconstruir el muro, no solo frente a Chiara, sino frente a sí mismo.

​Con manos que se sentían ajenas, tomó su teléfono seguro. Cada fibra de su ser le gritaba que no lo hiciera, que mantuviera este secreto, que protegiera este pequeño y frágil caos para sí mismo. Pero la disciplina de una vida entera se impuso. Marcó.

​La cara de Dimitri apareció, impasible como siempre.

​—Has cambiado de ubicación —dijo el Zar. No era una pregunta.

​—El nido estaba comprometido. La Zmeya está en París y sabe del cuadro. He movido el activo a un lugar seguro.

​—Bien. ¿Y la restauradora?

​Aquí estaba. El filo de la navaja.

​—Ella es el activo. La Zmeya la buscará por su nombre. Para protegerla y mantenerla concentrada en el trabajo, he tomado medidas para borrar a Chiara Cellini del mapa. —Alexei mantuvo su voz firme, un milagro de autocontrol—. Le he creado una nueva identidad. Una que la vincula directamente a mí. Una que la convierte en intocable. A partir de ahora, y hasta que esta amenaza sea neutralizada, ella es mi esposa.

​El silencio de Dimitri fue más pesado que cualquier grito. Analizó el rostro de Alexei, buscando cualquier fisura.

​—Una estrategia audaz —dijo finalmente el Zar, su voz era un murmullo helado—. O una imprudencia monumental. Estás poniendo tu nombre, mi nombre, en una civil. Estás convirtiendo a una herramienta en parte de la familia.

​—Estoy convirtiendo un objetivo en un fantasma —corrigió Alexei—. Es el único movimiento que no esperarán. La protegeré. Y ella terminará el trabajo.

​—Más te vale, Alexei —dijo Dimitri, y la amenaza en su voz era tan real como el acero—. Porque si tu… esposa… se convierte en una debilidad, seré yo quien la elimine. Y luego, te eliminaré a ti por haberla creado.

​La llamada terminó. Alexei se quedó de pie en la oscuridad, el eco de la sentencia de muerte resonando en sus oídos. Acababa de poner su vida, y la de ella, en la misma balanza. Y el peso de ese beso se había vuelto infinito.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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