El Corazón del Verdugo

Capítulo 17: El Escenario del Mundo

CHIARA

El Refugio, París

​La armadura llegó en una caja de cartón sin marcar.

​Dentro, había un vestido de terciopelo azul noche, de manga larga y cuello alto. Era de una elegancia severa, hermoso en su contención. No revelaba nada. No insinuaba nada. Era un vestido diseñado para ser un muro.

​—Póngaselo —dijo Alexei desde el otro lado de la habitación, sin mirarla. Estaba de pie junto a la ventana, una silueta oscura contra la ciudad que se encendía—. Es su armadura. Esta noche, no es una restauradora. No es un objetivo. Es la Señora Vasiliev. Y la Señora Vasiliev es invisible, aunque todo el mundo la esté mirando.

​Chiara se vistió en silencio, la tela suave y pesada era como una segunda piel. Cuando salió, él se giró. Sus ojos la recorrieron, no con la apreciación de un hombre, sino con la evaluación crítica de un general.

​—Bien —dijo—. Ahora, venga aquí.

​Se acercó, su corazón un tambor sordo en su pecho. Él sostenía algo diminuto en la palma de su mano. Un auricular del color de la piel.

​—Esto es un susurro —dijo, su voz era un murmullo bajo—. Lo llevaré yo también. Estaremos conectados. Si ve a alguien acercarse, si no sabe qué decir, yo se lo diré. Nadie notará que habla conmigo.

​Se paró detrás de ella para colocarlo. Su proximidad fue una descarga eléctrica. Podía sentir el calor de su cuerpo, oler el aroma a limpio de su camisa. Sus dedos, al rozar su oreja para ajustar el dispositivo, fueron a la vez un tormento y un ancla. El recuerdo del beso la golpeó con la fuerza de una ola, y tuvo que clavar las uñas en sus propias palmas para no temblar.

​—¿Lista para el escenario, Signorina? —susurró, su aliento cálido en su nuca.

​—Es Señora Vasiliev, ¿recuerda? —replicó ella, su propia voz era un hilo tenso.

​Una pausa. Y luego, el eco de una sonrisa en su voz.

​—Lo es.

ALEXEI

Galerie Perrotin, Le Marais

​El aire en la galería era una mezcla de champán caro, perfume y la sutil ponzoña de la envidia.

​Alexei entró con Chiara de su brazo. Su mano descansaba firmemente en la parte baja de su espalda, un gesto de posesión para el mundo, pero una conexión a tierra para él. Podía sentir la tensión en sus músculos, el ritmo acelerado de su respiración. Estaba aterrorizada. Y era exquisitamente valiente.

​Inmediatamente, se convirtieron en el centro de un universo silencioso. Las conversaciones vacilaron. Las cabezas se giraron. Alexei Vasiliev, el fantasma, el hombre que se movía por los márgenes del poder sin ser visto, estaba allí. Y no estaba solo.

​Vio los rostros que esperaba ver. Comerciantes de armas con coartadas de galeristas, lavadores de dinero que se hacían pasar por coleccionistas, y entre ellos, como una araña en el centro de su red, Jean-Luc Marchand. Un crítico de arte influyente y un informante conocido de la Zmeya.

​Marchand ya los estaba mirando, una sonrisa de tiburón en su rostro. La caza había comenzado.

​—Relájese —susurró Alexei, sus labios apenas moviéndose, su voz un murmullo solo para ella en el auricular—. Está perfecta. Camine como si fuera la dueña del lugar. Porque esta noche, lo es.

​Sintió que ella respiraba hondo, y cuando levantó la vista, la transformación fue asombrosa. El miedo no desapareció, pero lo ocultó bajo una máscara de fría indiferencia aristocrática. Enderezó la espalda, su barbilla se alzó un milímetro. La Señora Vasiliev había nacido.

​*****

La Galería

​—¡Alexei, querido! ¡Qué inesperada y grata sorpresa!

​La voz de Marchand era tan suave y pegajosa como la miel. Se acercó a ellos, sus ojos pequeños y brillantes moviéndose de Alexei a Chiara con una curiosidad depredadora.

​—Jean-Luc —respondió Alexei, su tono era neutral—. No sabía que apreciaras el neoexpresionismo abstracto.

​—Aprecio cualquier cosa que traiga sorpresas —dijo Marchand, su mirada clavada en Chiara—. Y tú nos has traído la más bella de todas. ¿No nos vas a presentar?

​Alexei apretó ligeramente la cintura de Chiara. Ahora, pensó.

​—Jean-Luc Marchand, te presento a mi esposa, Chiara Vasiliev —dijo Alexei, saboreando la mentira, convirtiéndola en un arma.

​Marchand tomó la mano de Chiara y la besó, su sonrisa nunca llegó a sus ojos.

​—¿Vasiliev? ¡Alexei, zorro astuto! ¿Desde cuándo nos ocultas a esta joya?

«Praga. Galería Nacional. Exposición de Mucha», susurró Alexei en el auricular de Chiara.

​—Nos conocimos hace dos años en Praga, Monsieur Marchand —dijo Chiara, su voz era tranquila y melodiosa—. En la Galería Nacional. Discutimos sobre el uso del color en la obra de Alfons Mucha. Al parecer, a mi marido le impresionó mi… terquedad.

​La respuesta fue perfecta. Específica, creíble y con un toque de encanto personal. Marchand levantó una ceja, intrigado.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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