CHIARA
El Refugio, París
El silencio en el coche de vuelta al refugio era más ensordecedor que el murmullo de la galería.
Chiara estaba sentada lo más lejos posible de Alexei, pero el espacio parecía encogerse a cada segundo. Podía sentir el calor que emanaba de él, la tensión controlada en sus hombros. La mano que había descansado en su espalda durante toda la noche parecía haber dejado una marca de fuego en el terciopelo de su vestido.
Zhena moya. Esposa mía.
Las palabras resonaban en su mente, una melodía peligrosa. Había sido una mentira, una línea de un guion. Pero la forma en que la había pronunciado, con un matiz de orgullo oscuro y posesivo, había sido demasiado real.
Cuando entraron en el apartamento, la sensación de ser actores saliendo del escenario fue abrumadora. La adrenalina se disipó, dejando tras de sí un agotamiento nervioso y una conciencia insoportable del otro.
—Lo has hecho bien —dijo él, rompiendo el silencio. Se quitó el saco y aflojó el nudo de su corbata, un gesto de una intimidad casi doméstica que hizo que el corazón de Chiara diera un vuelco—. Mejor de lo que esperaba.
—Tenía un buen apuntador —respondió ella, quitándose el auricular, que ahora se sentía extrañamente frío contra su piel.
—No fue el auricular. Fue usted. Marchand le creyó. Y si él le cree, la Zmeya le creerá. —Se sirvió un whisky, el tintineo del hielo contra el cristal fue el único sonido en la habitación—. Por ahora, Chiara Vasiliev existe. Y está a salvo.
Se giró para ofrecerle una copa, pero se detuvo. Sus ojos se encontraron, y por primera vez esa noche, no había escenario. No había público. Solo estaban ellos dos, en su refugio, con el peso de la mentira que acababan de construir.
Y el recuerdo del beso.
Flotaba entre ellos, tácito, volátil, mucho más peligroso que cualquier espía en una galería.
—Yo… —comenzó ella, sin saber qué decir.
—No —la interrumpió él, su voz era un murmullo ronco—. No digas nada. Esta noche, hemos sido soldados. Y los soldados no hablan de la batalla cuando regresan al cuartel. Solo… descansan.
Era una orden. Y una súplica.
ALEXEI
El Refugio, París - Horas Después
El sueño era un lujo que no podía permitirse.
Mientras Chiara dormía en su habitación, Alexei estaba en el salón a oscuras, el resplandor de su tableta encriptada era la única luz. Los informes ya estaban llegando.
El plan había funcionado. Demasiado bien.
Marchand había informado a sus amos. La aparición de Alexei Vasiliev con una esposa desconocida y formidable había causado conmoción. La Zmeya estaba desconcertada. La habían catalogado como una variable inesperada, una pieza que no encajaba en su tablero de juego.
Pero la victoria tenía un precio. El informe de su equipo de contrainteligencia era claro: la Zmeya había comenzado a cavar. Estaban buscando registros de matrimonio en Praga. Estaban buscando cualquier rastro de la vida académica de "Chiara Vasiliev" antes de que apareciera en el brazo del verdugo.
La mentira había funcionado como un escudo, pero también se había convertido en una diana. Y ahora, tenía que reforzarla. Tenía que construir un pasado para una mujer que no existía.
Hizo una llamada a uno de sus contactos más profundos, un falsificador de leyendas conocido solo como "el Bibliotecario".
—Necesito una vida —dijo Alexei en la oscuridad—. Una académica de arte checa. Tesis doctoral sobre el Barroco italiano. Matrimonio civil en Praga hace dos años. Discreto. Sin fotos. Quiero que sea una sombra, pero una sombra con huesos. Quiero que si cavan, encuentren polvo de verdad.
Colgó. Estaba construyendo una jaula más elaborada, no solo para ella, sino para él mismo. Cada documento falso, cada rastro digital, los ataba más, enredándolos en una mentira que se estaba volviendo peligrosamente sólida.
Miró hacia la puerta cerrada de su dormitorio. El recuerdo de su beso era una brasa ardiente en su mente. Había sido un error catastrófico, una pérdida de control imperdonable. Pero una parte de él, una parte oscura y suicida que no reconocía, anhelaba volver a cometerlo.
Se dio cuenta de que el peligro ya no era solo la Zmeya. El peligro era ella. Era la forma en que lo miraba. Era la forma en que su nombre sonaba en sus labios. El peligro era que la farsa que estaba construyendo para protegerla se sentía más real que cualquier verdad que hubiera conocido.
*****
El Refugio, París
La mañana los encontró en la cocina, un espacio demasiado pequeño para el universo de cosas no dichas que había entre ellos.
Chiara estaba de pie junto a la cafetera, vestida con unos sencillos pantalones de lino y una camiseta. Sin la armadura del terciopelo, parecía más joven, más vulnerable. Y, de alguna manera, más peligrosa.
Alexei entró, ya vestido con su impecable traje de batalla.