El Corazón del Verdugo

Capítulo 19: El Campo de Batalla de los Susurros

CHIARA

El Refugio, París

​La rutina se convirtió en su trinchera.

​Los días en el apartamento-refugio se fundieron en un ciclo de una intensidad casi monástica. Chiara trabajaba en el laboratorio improvisado con una concentración que era a la vez su escudo y su arma. El cuadro, ahora liberado de su marco de transporte y colocado en un caballete en el centro de la habitación, era el sol silencioso alrededor del cual orbitaba su universo.

​Alexei era una presencia fantasmal. Pasaba horas en el salón, un bastión de tecnología y silencio, librando su propia guerra invisible. Apenas hablaban. Pero su presencia era un campo de fuerza que envolvía el apartamento. Chiara nunca se había sentido más prisionera. Y nunca se había sentido más segura.

​El anillo en su dedo era un peso constante, una mentira de platino que se sentía cada vez más como una verdad. A veces, mientras mezclaba un disolvente o examinaba un pigmento bajo el microscopio, se sorprendía a sí misma girándolo, un gesto nervioso y extrañamente posesivo.

​La herida en la mejilla del guerrero se había convertido en su obsesión. Sabía que debajo de esa mancha oscura se escondía una verdad fundamental, pero la pintura era obstinada, resistente. Era como si el propio cuadro se negara a renunciar a su cicatriz.

​Dejó la herida y se centró en el acertijo que la atormentaba: las letras fantasmales en la empuñadura de la espada. ...I...A... M...D...O...

​Durante una noche de insomnio, con el único sonido del tecleo silencioso de Alexei en la habitación de al lado, tuvo una epifanía. No eran las iniciales de un nombre. Eran las letras de una palabra, desordenadas y rotas por el tiempo. Un anagrama.

​Con una febril energía, comenzó a trabajar, no con sus herramientas de restauración, sino con un lápiz y un papel, probando combinaciones, buscando en los recovecos de su conocimiento del latín y el italiano del siglo XVII.

​Y entonces, la encontró. Una palabra que encajaba, una palabra que sonaba a poder antiguo, a un linaje olvidado.

DIOMEDA.

​La palabra la golpeó con la fuerza de una revelación. No sabía qué significaba, pero sintió en sus huesos que acababa de encontrar la llave. La llave de la guerra.

ALEXEI

El Refugio, París

​La mentira era un organismo vivo. Crecía cada día, se fortalecía, echaba raíces en la realidad.

​El Bibliotecario había hecho su trabajo. Chiara Vasiliev ahora existía en las sombras de la red. Tenía una tesis doctoral archivada en la Universidad Carolina de Praga, un certificado de matrimonio polvoriento en un registro civil, incluso un historial de alquiler de un pequeño apartamento cerca del Puente de Carlos. Era un fantasma con huesos.

​Pero Alexei sabía que los huesos podían romperse. La Zmeya no se había tragado el anzuelo por completo. Estaban observando. Esperando. Habían dejado de buscar a Chiara Cellini, sí, pero ahora estaban vigilando a la esposa del verdugo, buscando cualquier grieta en la fachada.

​Pasaba los días coordinando la caza, siguiendo el rastro del dinero y la sangre que la Zmeya dejaba a su paso. Pero su verdadera batalla era en el apartamento.

​Observaba a Chiara trabajar a través de las cámaras de seguridad que había instalado. La veía inclinada sobre el lienzo, su rostro una máscara de una concentración tan intensa que era casi una forma de oración. La veía frustrarse, suspirar, y luego volver a intentarlo con una paciencia que él, un hombre de resultados instantáneos y finales definitivos, no podía comprender.

​La admiraba. Y eso lo aterrorizaba.

​El beso era un fantasma entre ellos. Ninguno de los dos lo había mencionado, pero había envenenado el aire, cargándolo con una tensión insoportable. Cada vez que sus miradas se cruzaban, cada vez que sus manos se rozaban al pasarse una taza de café, el recuerdo ardía.

​Se había convertido en su guardián, en su carcelero, en su cocinero y, ahora, en su compañero de conspiración. La línea entre el deber y el deseo se había borrado por completo. Protegerla ya no era una orden de Dimitri. Era un instinto primario. Y sabía que ese instinto, tarde o temprano, lo llevaría a la ruina.

​*****

El Refugio, París

​Chiara salió del laboratorio con una hoja de papel en la mano. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con una determinación febril.

​Alexei levantó la vista de su tableta.

​—Lo tengo —dijo ella, su voz era un susurro urgente. Dejó el papel sobre la mesa de centro. En él, estaba escrita una sola palabra en mayúsculas: DIOMEDA.

​Alexei miró la palabra, y por primera vez desde que lo conocía, Chiara vio que la máscara de hielo se rompía, no por la ira, sino por el puro shock.

​—¿Dónde? —logró decir.

​—Las letras en la espada. Es un anagrama. Es el único que encaja. ¿Qué es? ¿Qué significa?

​Antes de que pudiera responder, su teléfono seguro emitió un zumbido discreto. Era una notificación encriptada. La leyó, y una nueva capa de hielo cubrió el shock en su rostro.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 04.10.2025

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