El Corazón del Verdugo

Capítulo 21: El Legado de los Rubíes

CHIARA

El Refugio, París

​El viaje de vuelta fue un borrón de luces parisinas y un silencio tan denso que era casi un sonido.

​Chiara estaba sentada en el sedán, mirando por la ventanilla sin ver nada. No sentía el frío del cristal. Solo sentía el calor de la mano de Alexei, que no la había soltado desde que salieron del museo. Su pulgar trazaba círculos lentos y ausentes sobre sus nudillos, un gesto tan inconsciente y tan íntimo que le robaba el aliento.

​Y sentía el peso de los rubíes. No eran solo joyas. Eran una confesión. Un testamento. El legado de una mujer que no conoció, entregado por un hombre al que apenas comenzaba a descifrar. La había vestido con su pasado, la había armado con su confianza.

​Cuando entraron en el apartamento, el silencio los siguió, envolviéndolos. Alexei cerró la puerta, y el sonido del cerrojo pareció sellarlos del resto del mundo. Se quedaron de pie en el vestíbulo, a un metro de distancia, pero la energía entre ellos era un puente de fuego.

​—Gracias —susurró Chiara, la palabra se sentía inadecuada, diminuta—. Por confiar en mí.

​Alexei no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron su rostro, deteniéndose en los pendientes que ardían contra su piel.

​—La confianza no se da, Signorina —dijo, su voz era un murmullo ronco—. Se gana. Y esta noche, usted se ha ganado más que la mía. Se ha ganado su respeto. Y su miedo. Es un cóctel mucho más potente.

​Se acercó, y el corazón de Chiara se detuvo. Con una delicadeza que parecía imposible en un hombre como él, le quitó los pendientes. Sus dedos, al rozar los lóbulos de sus orejas, eran a la vez fuego y hielo. Colocó las joyas con reverencia en su estuche sobre una mesa cercana.

​—Son demasiado pesados para llevarlos mucho tiempo —dijo, una excusa tan transparente que casi la hizo sonreír.

​—No pesan —replicó ella, su voz apenas un hilo—. Se sienten… como una promesa.

​Él levantó la vista, y en sus ojos, ella vio la verdad. Vio al niño que había perdido a su madre, al hombre que había cerrado su corazón, y al soldado que acababa de entregarle la llave de la fortaleza.

ALEXEI

El Refugio, París

​La había observado toda la noche. Había visto a la restauradora transformarse en una reina. La había visto enfrentarse a Constantin Romanov, un hombre que hacía temblar a naciones, y desarmarlo con una frase y una sonrisa. La había visto pujar cien millones de euros por un cuadro como si estuviera comprando flores en un mercado.

​Y lo había hecho todo llevando el alma de su madre en sus orejas.

​El riesgo que había corrido era demencial. Si algo hubiera salido mal, si la hubieran herido… La idea era un cuchillo de hielo en sus entrañas. Pero no había salido mal. Había sido perfecto. Había sido una sinfonía de poder, gracia y crueldad. Y ella había sido la directora de orquesta.

​Mientras la observaba ahora, con la adrenalina de la batalla desvaneciéndose, dejando al descubierto la mujer vulnerable y agotada bajo la armadura de satén, se dio cuenta de la aterradora verdad. Su plan había funcionado demasiado bien. La había protegido, sí. Pero al hacerlo, se había encadenado a ella de una manera que iba mucho más allá del deber.

​Su teléfono vibró. Un informe encriptado. Lo leyó, y una nueva capa de hielo cubrió su rostro.

​—Constantin está furioso —dijo en voz alta, compartiendo la inteligencia con ella como si fuera su compañera de armas, lo cual, se dio cuenta, ahora era—. Ha puesto a su equipo a investigar la compra. Están rastreando el origen de los fondos. Quieren saber de dónde ha salido la fortuna de la Señora Vasiliev.

​—¿Pueden encontrar a Dimitri? —preguntó Chiara, su mente cambiando instantáneamente al modo de estratega.

​—No. El dinero pasará por cinco capas de corporaciones fantasma antes de llegar a una cuenta ciega en las Caimán. Es un callejón sin salida. Pero eso no es lo importante. —Se acercó a ella, la urgencia volviendo a su voz—. Lo importante es que ahora están obsesionados contigo. Eres el enigma que no pueden resolver. Y cavarán. Cavarán hasta que encuentren algo.

​*****

El Refugio, París

​—Entonces, démosles algo que encontrar —dijo Chiara, y la determinación en su voz lo sorprendió.

​Se dirigió al laboratorio improvisado y regresó con la hoja de papel en la que había escrito la palabra que lo había cambiado todo. La dejó sobre la mesa, junto al estuche de los rubíes.

DIOMEDA.

​—Esta es nuestra arma —dijo ella—. Mientras ellos buscan dinero, nosotros buscaremos la verdad. ¿Qué es? ¿Qué significa?

​Alexei miró la palabra, y luego la miró a ella. La mujer que llevaba el legado de su madre y la llave de la guerra de su rey. Ya no había vuelta atrás.

​—No es una palabra —dijo, su voz era un susurro conspirador—. Es un nombre. Diomeda era una rama casi olvidada de la familia Romanov, antes de que tomaran ese nombre. Una línea que se creía extinta, famosa por su crueldad y su obsesión con el poder oculto. Eran los fantasmas que incluso los zares temían.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 15.10.2025

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