El Corazón del Verdugo

Capítulo 26: El Eco de la Sangre

CHIARA

La Cripta, París

​El silencio que siguió a la partida de Dimitri fue más pesado que el estruendo de los disparos.

​Chiara se quedó de pie junto al sarcófago, el olor acre de la pólvora mezclándose con el polvo de los siglos. Miró los cuerpos de los hombres de Constantin, sombras inertes en el suelo de piedra. Sintió una calma helada, la calma de un soldado que ha sobrevivido a su primer bautismo de fuego.

​Alexei estaba a su lado, observando cómo se llevaban a Constantin.

​—¿Qué van a hacer con él? —preguntó Chiara, su voz era un susurro en la quietud.

​—Dimitri no cree en las prisiones —respondió Alexei, su tono era tan desprovisto de emoción como si estuviera discutiendo el clima—. Cree en los finales.

​En ese momento, Chiara comprendió la verdadera naturaleza del mundo en el que había entrado. No era un juego de ajedrez. Era una guerra de aniquilación.

​Uno de los hombres de Dimitri se acercó a ellos.

​—El Zar ha dado sus órdenes. Tienen un avión esperándolos en Le Bourget. Deben abandonar París esta noche. Vuelven a la dacha. Inmediatamente.

​Alexei simplemente asintió. Se giró hacia Chiara y le tendió la mano, no para darle una orden, sino como una invitación. Un ancla. Chiara tomó su mano sin dudar. Sus dedos se entrelazaron, un pacto silencioso en medio de la carnicería.

​Mientras salían de la cripta, dejando atrás la sangre y los fantasmas, Chiara supo que no estaba volviendo a una jaula. Estaba volviendo a casa.

ALEXEI

En el aire, hacia Rusia

​El jet privado ascendía en la noche, dejando atrás las luces de París como un recuerdo moribundo.

​Chiara se había quedado dormida, su cabeza apoyada contra la ventanilla. Alexei la observaba. La había arrastrado al infierno. Y ella, en lugar de quemarse, había aprendido a bailar con las llamas.

​La admiración que sentía por ella era una emoción tan física que casi dolía. Dimitri le había devuelto su vida en un callejón, pero le había exigido su alma a cambio. Se había convertido en su arma, en su sombra. Había creído que era su destino.

​Pero Chiara… ella no le había pedido nada. Y le había dado todo. Le había recordado que debajo del verdugo, había un hombre.

​La guerra contra la Zmeya continuaría. Pero su parte en esa guerra, la caza del secreto, había terminado. Y ahora, una nueva e incierta paz se extendía ante ellos.

​Se levantó, tomó una manta de cachemira y la colocó suavemente sobre ella. En ese gesto, en esa pequeña y robada intimidad, Alexei encontró la respuesta a la pregunta que lo atormentaba.

¿Y ahora qué?

​Ahora, la protegería. No porque fuera una orden. Sino porque se había convertido en el centro de su universo.

​*****

La Dacha, Rusia

​Aterrizaron en la pista privada de la dacha justo cuando el primer y pálido sol del invierno ruso comenzaba a teñir el cielo. Dimitri estaba de pie en el centro del gran salón, la antigua daga del lobo en su mano.

​—Bienvenidos a casa —dijo, su voz era un murmullo grave.

​Chiara miró al Zar, no con el miedo de una prisionera, sino con la calma de una igual.

​—Has demostrado ser una aliada excepcional, Chiara Cellini —continuó Dimitri—. La familia Volkov está en deuda contigo. Tu contrato ha terminado. Eres libre. Un avión te llevará a donde quieras. Y una compensación que te asegurará que nunca más tengas que volver a trabajar.

​La oferta era una liberación. Y una prueba.

​Chiara miró a Dimitri, y luego miró a Alexei, que se había quedado un paso detrás de ella, su rostro era una máscara impasible.

​—Mi trabajo no ha terminado —dijo Chiara, su voz era tranquila pero inquebrantable—. El cuadro. El guerrero. Aún no he terminado de restaurar su verdad.

​La sorpresa parpadeó en los ojos de Dimitri.

​—Puedes hacerlo aquí —dijo él—. Te proporcionaremos todo lo que necesites.

​—Lo sé. —Chiara dio un paso adelante—. Pero mi precio ha cambiado. Ya no quiero dinero. Y no quiero la libertad que me ofreces, porque no es mía para tomarla.

​—¿Qué es lo que quieres, entonces? —preguntó el Zar, genuinamente intrigado.

​Chiara se giró y miró directamente a Alexei.

​—Lo quiero a él —dijo, su voz era un voto solemne—. No quiero que lo libere de su lealtad, porque sé que eso es lo que lo define. Quiero que usted lo libere de la jaula en la que él mismo se ha metido. Que le permita ser un hombre, no solo su arma.

​Un silencio atronador llenó la dacha. Dimitri miró de Chiara a Alexei, cuyo rostro, por primera vez, había perdido toda su compostura, revelando un shock y una esperanza tan profundos que eran casi dolorosos.

​El Zar miró la daga del lobo en su mano, y luego a los dos de pie frente a él. Una lenta sonrisa, la primera que Chiara había visto que parecía genuina, tocó sus labios.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 15.10.2025

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