El Corazón del Verdugo

Capítulo 28: El País de la Paz

CHIARA

El Taller, Florencia

​Los días que siguieron fueron un sueño febril. Un sueño del que Chiara nunca quiso despertar.

​El taller, antes un santuario de soledad, se convirtió en un nido. El cuadro del guerrero, ahora completo y vibrante, presidía la estancia no como un enigma, sino como el retrato de su familia, el testamento de su viaje.

​Descubrió a Alexei. No al verdugo, sino al hombre.

​Descubrió que dormía como un soldado, en una quietud casi absoluta, pero que en mitad de la noche la buscaba, su mano encontrando la de ella en la oscuridad como si necesitara un ancla. Descubrió que era un observador silencioso, capaz de pasar una hora entera mirando cómo la luz cambiaba sobre el Duomo desde la ventana del taller. Y descubrió, para su infinita sorpresa, que tenía un sentido del humor seco y sutil que solo aparecía en susurros, en la curva casi imperceptible de sus labios cuando ella quemaba las tostadas.

​Le enseñó su mundo. Lo llevó a los Uffizi al amanecer, antes de que las multitudes llegaran, y le habló de la rebelión de Caravaggio y la divinidad de Botticelli. Lo vio mirar las obras maestras, no con el ojo de un coleccionista, sino con el de un estratega, analizando la composición, la intención, la historia oculta en cada pincelada.

​Y él, a cambio, le abrió las puertas de su alma. No con grandes confesiones, sino con pequeños gestos. La forma en que su mano siempre encontraba la parte baja de su espalda en una multitud. La forma en que, una noche, mientras ella leía, él simplemente se arrodilló a su lado y apoyó la cabeza en su regazo, un acto de una confianza tan absoluta que a ella se le llenaron los ojos de lágrimas.

​Le hizo el amor no como un hombre hambriento, sino como un devoto. Cada noche era un descubrimiento, un lento y deliberado acto de adoración en el que él parecía memorizar cada centímetro de su piel, cada curva, cada lunar. Y ella se entregó a él, no solo su cuerpo, sino su risa, sus miedos, sus sueños de un futuro que, hasta ahora, no se había atrevido a imaginar.

​Pero sabía que era un tiempo robado. Un interludio. Y la pregunta, como una sombra en el borde de su paraíso, se hacía más grande cada día. ¿Y ahora qué?

ALEXEI

Florencia, Italia

​La paz era un veneno dulce.

​Durante dos semanas, Alexei vivió en un mundo que no creía que existiera. Un mundo donde la única alarma era el olor a café, y la única batalla era decidir qué mercado visitar. La luz de Florencia, que al principio le había parecido una amenaza, se convirtió en un bálsamo.

​Chiara lo estaba restaurando. Con cada risa, con cada beso, con cada discusión apasionada sobre el arte, sentía que las viejas capas de hielo de su alma se derretían, revelando al hombre que Dimitri le había dado permiso para ser.

​Pero un lobo no puede vivir en un campo de flores para siempre. Su lealtad, su propósito, su verdadera naturaleza, no habían desaparecido. Estaban dormidos. Y una mañana, el teléfono sonó.

​Era Dimitri.

​—¿Disfrutando de tu jubilación, brat? —preguntó el Zar, y había un matiz de diversión en su voz.

​—Es… diferente —respondió Alexei, mirando a Chiara, que estaba al otro lado de la habitación, preparando el desayuno, tarareando una vieja canción italiana.

​—La purga casi ha terminado. Constantin ha hablado. Hemos desmantelado la red Diomeda en Europa. Ha sido un buen trabajo. —Hubo una pausa—. Pero la guerra nunca termina. Solo cambia de frente. Te necesito de vuelta en una semana. Hay asuntos en Macao que requieren tu… particular conjunto de habilidades.

​El corazón de Alexei se convirtió en una piedra de hielo. Una semana. Siete días. Y luego, el sueño terminaría.

​—Entendido —dijo, su voz era una máscara de profesionalismo.

​Colgó. Chiara se giró, su sonrisa se desvaneció al ver la expresión de su rostro. Ella lo supo al instante.

​—Se acabó, ¿verdad? —preguntó, su voz era un susurro.

​Él solo pudo asentir.

​*****

El Taller, Florencia

​Esa noche, no hubo risas. El aire en el taller estaba cargado con el peso de la decisión que debían tomar.

​—No puedes pedirme que vaya contigo, Alexei —dijo Chiara, su voz era firme, pero sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas—. No puedo vivir en tu mundo de sombras y sangre. Me destruiría. Y te destruiría a ti verme marchitar.

​—Y yo no puedo pedirte que te quedes aquí, esperándome —respondió él, su voz era un tormento—. No soy un hombre que vuelve a casa de la oficina. Soy un hombre que a veces… no vuelve. No te condenaré a esa vida.

​Se quedaron en un silencio desesperado. Dos mundos. Dos vidas. Y un amor imposible atrapado entre ellos.

​—Entonces, ¿qué nos queda? —susurró ella, su corazón rompiéndose.

​Alexei se levantó y se acercó a ella. Se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas.

​—Nos queda una promesa —dijo, su mirada era de una intensidad feroz—. Te amo, Chiara. Te amo de una manera que no creía que fuera posible. Y por eso, no te pediré que entres en mi oscuridad. Te construiré un santuario de luz, aquí mismo.



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En el texto hay: mafia amor celos

Editado: 15.10.2025

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