El Corazon Se Da Por Nada...

las razones del regreso

”, ¿Entonces a qué habría venido?  Se preguntó Villa subiendo la escalera de caracol.   Quince años antes él subía la escalera en cuatro brincos y cantando una canción de Menudo.   Ahora la subía de escalón en escalón, pensando con calma contenida cuáles serían las verdaderas intenciones de Adriana.   La madera de los escalones se había pulido como vieja plata con el uso y algunos de los barandales estaban rotos pidiendo a gritos un carpintero.  La casa empezaba a mostrar paredes desconchadas y un descuido intermitente.    Comprendió que había sido negligente con la casa, él, el hombre de la casa, el varón joven que sólo sabía llegar a tenderse en el sofá de su cuarto.  Hubo un mea culpa momentáneo, que dejó de existir después de que mordiera su labio inferior.    La puerta de su cuarto estaba a medio cerrar.  Se aproximó con paso medido, paso del tamaño del zapato, hasta llegar a la línea de la luz.    Allí estaba ella.  La vio de espaldas frente al espejo barroco de madera maciza acabado a mano.   Tenía la misma esbeltez de quince años antes.  El cabello más corto quizá, y terminado en pluma, como solía usarse en la metrópoli.    Villa no pudo dejar de sentir agitada su respiración, y no pudo contener el pulso.   Un calor subió por su cuerpo.   Quiso escapar de ahí, alejarse y caminar indefinidamente por el arroyo saturado de arrayanes.  Pero   Tenía que entrar, aunque la puerta se hubiese vuelto una muralla.   De repente fue ella la que abrió. 

—¡Villa! 

Él se quedó mirándola, estupefacto.  Súbitamente contenido, contraído, inerte, no artículo ninguna palabra.

  • Pareciera que estuvieras viendo un espanto.

Villa reaccionó.

—Lo siento, Ad, lo siento tanto… no sé qué decir…

—No esperabas que volviera, ¿verdad?  Ya te habías acostumbrado.

  • Jamás me acostumbré.
  • ¿Y cómo has podido sobrevivir a eso?

Villa ingresó a la habitación.  Su rostro adquirió la coloración de la reverberación del sol que se colaba por al alféizar.

  • Ya sabes, tu sabes bien cómo escapo de la realidad.  Sobre todo de las realidades dolorosas.
  • ¡Claro que lo sé!  Es una ironía que te lo pregunte.
  • ¿A qué has venido?  ¿A burlarte de mí… a juzgarme?
  • Por supuesto que no.  Ya pasó el tiempo  de juzgarte.  De juzgar  a las personas.  Todo en su debido momento – le contestó Adriana, mirándolo como a una obra  –: No has cambiado mucho, a pesar del trasnocho.  A pesar del licor y los cigarrillos.  A pesar de la vida superficial, tu rostro sigue firme, atractivo, y tus labios aún conserva esa firmeza de arcilla puesta al sol… recuerdas, los bordes de las damajuanas al girar  eran duros como tus labios, carnosos…
  • Ya no soy el mismo, Ad.  Interiormente me siento vencido.  No me he entregado al alcohol solo por Emma…
  • Hablas como una persona derrotada.   Aún podrías triunfar.
  • ¿Triunfar? – dijo él como si mirara una cosa imposible- : Jamás he considerado el triunfo.  Sólo en las cartas, en el naipe.
  • Podrías repensar tu vida…
  • Ya no es posible.  Háblame de ti… ¿Qué hay de ti?  ¿Has triunfado en la ciudad?.

Adriana guardo silencio y fue a la ventana.   Las zarzamoras ahora crecían al amparo de la luz solar y un par de perros vagabundos jugueteaban en el estrecho sendero.  ¿Su partida había constituido un triunfo o un fracaso?  Todo dependía del prisma con el que se mirara….




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