Había un profundo tono de ironía en la pregunta de Villa. Fresca y deliberada estaba la afirmación de Henry en la que le había advertido que “ella vivía a todo dar…” y de pronto, recorriendo la habitación con la mirada, su mirada fue zaherida por la traslucidez de Perla de un anillo de Diamante y el galvanizado de oro de una pulsera majestuosa. El la apartó, y dejó que flotara una extraña vacuidad en la habitación.
Ella sonrió mordazmente.
—Te dejas impresionar y sacas conclusiones apresuradas – dijo dándole la espalda y quedando de frente al nochero, en el que permanecía, ambientada como en una tumba, el retrato de Gina.
Ella lo tomó en sus manos, lo observó con curiosidad y con los dedos trazó una línea sobre el polvo, dejando despejada la línea de los ojos.
—No has perdido el tiempo Villa.
—Deja eso.
—Algo en ti seduce a las mujeres, las deja bobas, tontas, babeantes.
—No hables así.
—¿Cómo se llama?
—Gina.
—¿Gina?
—¿A qué has venido, Ad? No tenemos el dinero del arriendo. Yo no he conseguido trabajo y papá…
—No vine por el arriendo de la casa. Vine a venderla. Necesito dinero…
—No parece que necesitarás dinero, ni casi nada…
—Lo dices por estos artilugios, no son nada. Ni siquiera el abrigo de marca…
—¿Cómo obtuviste ese anillo?
—Alguien me propuso matrimonio. Finalmente algo salió mal, pero nunca me reclamó el anillo.
—¿Y qué pasa con Asdrubal? ¿Por qué te manda dinero, y cartas?
—No tendría que contestar a eso, pero te lo diré… - Adriana parecía contener una cólera melancólica -: El dinero tiene que ver con un préstamo que me hizo… y la carta, es la contestación a una que yo le escribí, ofreciéndole esta casa. Bien sabes que no hay muchos hombres en este pueblo que puedan comprarla….