El Corazon Se Da Por Nada...

los hermanos...

Rosita era una joven espléndida, una de esas chicas cuyo rubor se aproxima a la maduración de una fresa, de cabellos castaños que caían en bucles alrededor de su cara, que al menor movimiento se estremecían como un  gel, graciosamente, coronando un cuerpo alto de hombros y bajo de estatura, curvilíneo, armonioso, tallado por una inteligencia universal ya que no por el  ejercicio físico .  Vestía por lo general los colores vivos, mientras más vivos más cómoda se sentía, por lo que no era extraño que hiciera violentas combinaciones, de las que salía bien librada por su extraordinaria personalidad y simpatía.  Villa pensaba que era un Papagayo, mientras que sus amigas la consideraban atrevida, innovadora, fresca.   Mordía una manzana, sentada en la mesa del comedor, mientras hojeaba una revista de Vanidades.  Ocho taburetes alrededor de la mesa indicaban perfectamente que en algunas ocasiones muchas personas se sentaban a desayunar.  Adriana bajó la escalas, glamurosa, elegante a esa hora de la mañana, perfumada de unas fragancias tan exquisitas que de inmediato afloraron por todo el salón.  Rosita salió a su encuentro y la besó en la mejilla. 

—Qué bella Rosi me encuentro… y  pensar que te dejé siendo una pequeña mimada…

—Ya ves, ahora soy una mujer grande y madura… y a punto de casarme.

—¿En Serio?  ¡Oh Dios!  Y yo sin casarme aún…

—Tal vez disfrutas mucho tu soltería – le auscultó Rosita.

—No, no es  eso, Rosi.  He dado con unos hombres… bueno, tu conoces bien la historia.

Emma se acercó a la mesa y trajo una fuente de panes y queso trozado en filetes.

Adriana la abrazó.  Era como su madre… ¡tan parecida a ella!  Sin embargo no quiso pensar en el asunto, no se dejaría llevar aquel día por los pensamientos tristes.  Un sol primaveral entraba en lanzas por la ventana, los gorjeos de los pájaros se escuchaban en ringlera y en general la mañana presentaba su mejor fresco. 

—¿Quién es tu novio?  ¿Lo conozco? – le pregunto a Rosita.

—Ya vendrá, debe estar por llegar, comamos rápido porque si no,  no quedará nada en la mesa se apresuró a decir.  —No creo que lo conozcas.  Se llama Anderson, es hijo de los del aserradero.

Adriana hizo un gesto como de recordar.  Al cabo de un momento, dijo:

—¿No es ése que  te mandaba mandarinas a la escuela, con un corazón atravesado por una lanza, dibujado con marcador?

  • El mismo.
  • ¡Qué bien, qué afortunada eres! 
  • Se quieren desde niños – intervino Emma.

El viejo Roberto apareció por la puerta trasera de la casa trayendo consigo flores para los floreros.

—Deja las flores sobre el cestillo de mimbre,  mijo, yo haré los arreglos.  Ven a desayunar.  ¡Hoy tiene el día libre!

El viejo Roberto le llevó un clavel a Adriana.

—¡Eres hermoso!  Siempre quise que fueras mi suegro, me habrías querido más que tu hijo.

—Si ñatica, claro que sí, eres adorable.

El viejo sonrió dejando ver sus profundas patas de gallina,   tomó uno de los panes y se volvió a escurrir discretamente por los jardines.

Villa llegó justo un momento después.  Venía en bata de baño, también perfumado, y traía un aire de adormecimiento.  Besó a Emma en la mejilla y le dio una palmada en el trasero.  Luego se sentó sin saludar.  De inmediato Rosita borró del rostro cualquier gesto de amabilidad y se concentró en el artículo de Vanidades.  Adriana pudo notar el aire tenso, el disturbio invisible, que se formaba sin una sola palabra entre los dos hermanos...




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