El Corazon Se Da Por Nada...

discordia familiar

El clima de tensión cedió un poco al llegar Anderson, el novio de toda la vida de Rosita.  Llegó eufórico en su nuevo carro, hizo sonar la bocina sin necesidad y se bajó contento de sus visibles éxitos.   Beso a la chica  y saludó a todos los demás con un aire de entusiasmo, incluso a Villa, con el que no tenía ningún reparo en tratar.   Tomó pan inmediatamente y dos rodajas de queso y se llenó la boca.   Emma le sirvió chocolate inmediatamente para que no se ahogara.   Adriana pensó que aquellos chicos formaban una hermosa pareja.

Anderson desde niño había amado a aquella criatura que alguna vez se encontrara en el camino de piedra, precisamente descalza sacando una piedrecilla del zapato.  Al verla atareada intentó ayudarla, pero ella se sintió invadida en su espació y rezongó.   Aquello no fue más que un aliciente para que el pequeño se sintiera aguijoneado y tratara de entablar contacto.  Le llevó una flor  a la salida de la escuela,  y ella la rechazó.  Así lo hizo todos los días hasta que ella, mareada de impaciencia, se la recibió de malagana.   Después le mando mandarinas todos los días con un corazón dibujado.  El esfuerzo dio resultado porque un mes más adelante ella lo esperó en el camino y le refregó una frase petulante: <<¿Usted qué es lo que se propone conmigo?>>  Desde entonces fueron inseparables. 

La conversación versó sobre el día veraniego, el olor estival que impregnaba al aire desde mazo de rosas y los pequeños negocios exitosos de Anderson.

Una motocicleta de pronto arribó a la veranda.  En la parte de atrás, en una cesta, traía un gran ramo de rosas rojas.   Se trataba de  Henry, el mensajero de Asdrubal, que al ver a Villa, no tardó en alardear “Del hermoso ramo que le mandaba Asdrubal a la mujer más linda de la región.”

Depositó el ramo en la entrada de la casa, hizo un gesto militar, se sacudió los petalos que se habían pegado a su traje y salió dando sacudidas en su moto.

Todos estaban consternados con el hermoso ramo.  Adriana no dejaba de mirarlo, en tanto que Villa sentía una especie de desazón.   Otra vez el maldito hombre rico, de pasado misterioso, hacía su aparición y se interponía entre él y Adriana.  Sin duda era un competidor desleal, tenía tanto dinero para gastar en una mujer. 

Asdrubal era un sujeto que siempre iba presuroso, siempre iba arrastrando algo tras de sí, un hombre subordinado por lo general o alguna mirada maliciosa, o un enemigo silencioso, o algún ciudadano que iba en contra de su criterio; aunque anduviera sin prisa, iba rápido y desconfiado.   Era delgado, de movimientos maquinales, exactos, matemáticos.  No parecía hacer ni dejar nada al azar. Tenía un rostro moreno, largo, enjuto, de orejas simétricas y también largas como un racimo colgado: su aire daba la impresión a los demás de que le debían algo y su mirada era mordaz.  Sobre sus ojos cafés oscuros dos cejas se partían como espartillo; los labios eran delgados y  por lo general estaban distendidos. Encima de ellos un bozo bien afeitado, cortado en dos sesiones longitudinales y delgadas.   Llevaba sombrero de ala ancha y su vestimenta era impecable, más impecables que sus costosas fragancias.

Villa lo había detallado bien para poder aborrecerlo con mayor razón.




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