El Corsario y la Rosa de Invierno - Versión Española

Episodio 2

Cuando Rowena y Meredith entraron en el despacho, encontraron al conde de Bellavere de pie junto a la ventana, las manos cruzadas detrás de la espalda. La luz se filtraba por las cortinas, proyectando su figura en una silueta alargada.

Meredith avanzó primero, arreglando el vestido antes de sentarse en uno de los sillones. Rowena eligió el sillón opuesto, sentándose con la espalda recta, las manos unidas en el regazo.

El conde permaneció en silencio un momento, como si saboreara su propia importancia. Solo entonces se volvió, sin prisa, dejando que su mirada resbalara de Meredith a Rowena antes de cruzar la sala y sentarse tras el escritorio. Los ojos, cuando se posaron en la hija, tenían la frialdad de quien evalúa una inversión.

—Rowena —dijo por fin, con voz baja pero firme— has llegado a la edad en que tu posición conlleva responsabilidades. Y oportunidades. —Hizo una breve pausa, casi solemne—. Estoy bastante satisfecho con tu conducta ayer.

Meredith se inclinó ligeramente hacia adelante, el tono meloso llenando la pausa de su marido.

—Has causado una bellísima impresión. Pero claro, con el vestido adecuado, los consejos justos… puedes convertirte en una de las jóvenes más exitosas de la temporada. Y hacer un excelente matrimonio.

Rowena esperó a que continuaran.

El conde tamborileó los dedos sobre la madera pulida del escritorio.

—Un excelente matrimonio, sí. No solo para ti, Rowena, sino para esta casa. —Los ojos se clavaron en ella, fríos—. No necesito decirte lo que está en juego.

Meredith sonrió, inclinando la cabeza con delicadeza.

—Querida, todos esperamos mucho de ti. Tu linaje, tu educación… sería un desperdicio no aprovechar esa ventaja.

Rowena sintió los músculos de la espalda tensarse, pero se mantuvo inmóvil.

—Por supuesto, padre. Soy consciente de las expectativas.

El conde apoyó los codos en el escritorio, entrelazando los dedos.

—Espero más que consciencia, Rowena. Recuerda que no tienes margen para caprichos, hija. Tu madre… —hizo una pausa breve, calculada— nos dejó en una posición delicada. Una herencia que solo se mantiene sólida si se sabe conservar. Un gesto imprudente de tu parte podría ponerlo todo en riesgo.

Rowena apretó las manos en el regazo, sintiendo las uñas marcar la piel de las palmas. La referencia a su madre —siempre usada como moneda de presión— le pesaba sobre los hombros como un viejo manto que nunca había pedido vestir. El comportamiento “impropio”, los errores sociales, la complexión que había heredado: todo en ella parecía, a los ojos del padre y de Meredith, un eco de aquella mujer española que apenas había conocido.

Solo recordaba una voz que le cantaba en castellano, unos dedos cálidos apartándole el cabello de la frente, el suave perfume a jazmín flotando en el aire. Y, sin embargo, todo eso había quedado reducido a susurros e insinuaciones, comentarios sobre sangre, ascendencia, inadecuación. La rabia le incendiaba el estómago, pero no dejó traslucir nada.

—Confío en ti, claro. —La voz de él se suavizó, pero solo en la superficie—. Sé que no me obligarás a reconsiderar ciertas decisiones ya tomadas en tu beneficio.

Meredith se levantó con elegancia.

—Querida, nadie te está pidiendo un sacrificio. Hablamos de oportunidades maravillosas. Lord Halbridge mostró interés. El hijo del vizconde Westcott, aunque… tímido con las mujeres, tiene conexiones poderosas. Hay partidos a tu alrededor que cualquier joven codiciaría.

Rowena alzó el mentón, con una sonrisa fría.

—Parece que ya lo tienen todo planeado.

El conde dejó caer el peso de su mirada sobre ella, la voz endureciéndose en un tono cortante.

—No seas desafiante, Rowena. Sería lamentable si tuviéramos que repensar… tu permanencia en Londres.

La frase quedó suspendida en el aire. Rowena entendió perfectamente lo que su padre no estaba diciendo: o se casaba, o acabaría de vuelta en Northwyck Hall, apartada, olvidada, lejos de la sociedad.

Meredith se acercó, posando levemente una mano en el hombro de Rowena, la voz envuelta en un tono dulce que no engañaba a nadie.

—Solo queremos lo mejor para ti, querida.

Rowena inspiró hondo, sintiendo el frío de la mano de la madrastra a través de la tela. Cuando habló, la voz salió calma, cortante.

—Lo comprendo perfectamente.

El conde asintió, satisfecho.

—Perfecto. Puedes irte.

Rowena se levantó, arreglándose la falda con gestos lentos. Hizo una breve reverencia y cruzó el despacho sin mirar atrás. Sentía su mirada clavada en la espalda.

Cuando cerró la puerta tras de sí, solo entonces dejó escapar un largo suspiro, como si deshiciera un nudo invisible en el pecho. El pasillo estaba en silencio, y antes de dar el primer paso, escuchó la voz de Meredith, amortiguada por la madera de la puerta:

—Si no te hubieras casado con esa fulana española, no estaríamos en esta situación.

Rowena se quedó inmóvil. Un calor súbito le subió al rostro, seguido de un frío lento que le resbaló por la espalda. No era la primera vez que escuchaba, por casualidad, la verdadera opinión de Meredith —pero en ese momento, con la humillación aún fresca en la piel, dolió más hondo. Alzó la cabeza y avanzó por el pasillo, los pasos resonando suavemente.

No, no voy a ser la moneda de nadie, pensó.

En ese instante, se cruzó con Molly, que venía con un brazo cargado de sábanas. Rowena se detuvo, y las palabras salieron en un tono seco, sorprendiéndose incluso a sí misma.

—Molly, manda ensillar un caballo. Voy a salir.

Sin esperar respuesta, se giró y se dirigió a su habitación para cambiarse, los pasos ahora más rápidos, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. En el fondo, sabía que no era solo un paseo: era una breve fuga, antes de volver a ahogarse.

Molly se quedó unos segundos inmóvil en el pasillo, abrazando las sábanas con fuerza contra el pecho, los ojos muy abiertos y la respiración contenida. Luego se volvió deprisa y desapareció por la escalera hacia las caballerizas, casi tropezando en su prisa por obedecer.



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En el texto hay: intriga, amor, passado sombrio

Editado: 02.08.2025

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