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Pasaron dos días hasta que Wei logró concertar el encuentro —una espera más en la larga cadena de esperas que Drake había aprendido a soportar.
El amanecer empañaba Londres, las calles estrechas entre fachadas húmedas y adoquines desgastados. El carruaje avanzaba lentamente, con las ruedas crujiendo sobre el empedrado.
Dentro, Wei, sentado frente a Drake, mantenía las manos cruzadas sobre las rodillas, la mirada fija en el espacio entre ambos. Drake apoyaba los codos en los muslos, los dedos entrelazados, los ojos entrecerrados. A su lado, reposaba el fajo de documentos que Merton le había entregado.
—¿Confías en él? —preguntó Drake, con voz baja, sin abrir los ojos.
Wei desvió la mirada ligeramente, como sopesando la pregunta.
—Confío en que le gusta el dinero. ¿Eso basta?
Drake alzó la vista lentamente, una comisura de los labios alzándose apenas.
—Por ahora.
El cochero se detuvo junto a una esquina estrecha, cerca de Covent Garden. Wei bajó primero, atento a los alrededores. Drake lo siguió, el abrigo largo ondeando con el movimiento. El aire olía a carbón mojado y a restos del mercado.
Descendieron por un callejón donde las luces eran pocas y débiles. Wei iba medio paso por delante, atento a cada sonido, a cada sombra. Al fondo, una puerta semioculta por tablones y cajas se abrió sin hacer ruido.
—Wolveston. —La voz era ronca, seca como papel viejo.
Tobias era delgado, de cabello desordenado, ojos de ratón, dedos manchados de tinta. Llevaba un abrigo raído y sostenía una lámpara cubierta que apenas iluminaba su rostro.
—Entren. Rápido.
Subieron una escalera desgastada por el tiempo y el uso, entrando por una puerta en la parte superior. El espacio era bajo: un desván lleno de papeles, frascos y herramientas desordenadas, con un olor acre a moho y productos químicos.
Tobias apartó unos papeles amarillentos de una silla, limpió el asiento con la manga áspera y, con un gesto impaciente, les indicó que se sentaran en la mesa tosca. Drake se acomodó y colocó el fajo de papeles con cuidado, sus dedos demorándose un instante sobre la pila. Wei permaneció de pie junto a la puerta.
Tobias le lanzó una mirada rápida y cautelosa antes de tirar de los documentos hacia sí. Frunció el ceño levemente, acercó una de las hojas a los ojos, la alzó contra la tenue luz de la lámpara, los ojos arrugándose en los bordes mientras murmuraba algo inaudible.
Sin apartar la vista, tanteó detrás de sí hasta encontrar un frasco. Mojó la punta de una pluma envuelta en tela, los labios apretados en una línea fina, y comenzó a humedecer el documento con gestos suaves, casi reverentes.
Por un momento, solo se oía el leve roce de la pluma sobre el papel. Entonces, Tobias soltó una risa breve, sin humor.
Drake apoyó las manos sobre la mesa, inclinándose un poco hacia adelante.
—¿Y bien? ¿Puedes hacer aparecer lo que fue borrado?
—Tal vez. —Tobias señaló con un dedo manchado. —Algunos documentos fueron alterados con técnicas antiguas. Hay marcas, vestigios. Puedo intentar sacarlos a la luz. Pero necesito tiempo.
—¿Y cuánto costará ese tiempo tuyo? —preguntó Drake, directo.
Tobias mostró sus dientes podridos en una sonrisa torcida.
—¿Para ti? Un precio especial: cinco libras… y la promesa de que no acabaré en una fosa anónima cuando todo esto termine.
Wei intercambió una mirada rápida con Drake.
—Tienes tres noches —dijo Drake, firme.
—Tres noches… —Tobias exhaló, casi riendo. —Eso es poco tiempo.
Drake se volvió hacia la puerta, dudando un instante.
—Tres noches, Tobias. O no tendrás que preocuparte por el pago.
La risa se desvaneció de los labios de Tobias. Sus dedos se apretaron levemente contra el borde de la mesa. Por un segundo, su mirada brilló —y fue difícil saber si era miedo o respeto.
—Entendido.
Wei abrió la puerta. Drake se detuvo un momento en el umbral, lanzando una última mirada al desván antes de salir. Afuera, la ciudad seguía tranquila, ajena a los secretos que la atravesaban.
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