🌃 La Última Escalada Ilegal
El frío en Sterling Hall no era de la clase que pellizca; era el que congela los planes, el que te obliga a quedarte bajo la manta. Excepto para nosotros. El aire de octubre a medianoche era nuestro cómplice.
Renata Velasco, apodada Reni solo por la gente que merecía su cariño, se aferró a la viga de hierro forjado. Diecisiete años y una vida entera en el internado la habían convertido en una experta en ignorar el vértigo. Estaba a mitad de la subida a la biblioteca victoriana, la estructura más antigua y pomposa de la Sterling Hall Academy.
—¡Maldición, Sebastián! No te muevas tanto, vas a tirar el amarre, —susurró Reni, más por costumbre que por enfado, al bulto que reptaba sobre ella.
—Sebastián, el motor del caos, solo se rio en voz baja, un sonido áspero que Reni conocía mejor que la voz de sus propios hermanos. —Relájate, Reni. Es como escalar el Popocatépetl, pero sin el riesgo de morir por lava. ¡Esto es pan comido!
Desde el walkie-talkie atado a su muñeca, la voz de Abril sonó aguda y militar, rompiendo la calma nocturna:
<<Sebastián, te juro que si te caes y nos encuentran, no habrá broma que te salve de mi puñetazo. ¡Apurad, el Director tiene su ronda en siete minutos!>>
—¡Escuchaste a la General! Sube ya, —dijo Reni, empujando suavemente el rollo de vinilo gigante que Sebastián llevaba a cuestas.
El plan era simple, brillante y totalmente estúpido: colgar una manta de seis metros que rezaba "La Pandilla de Sterling Hall: Se Clausura, ¡Perdón por el Ruido!" sobre la entrada principal de la biblioteca. Una despedida, un statement, y quizás la última multa de detención que recibirían antes de la graduación.
Llegaron al tejado plano. La vista era la de siempre: el césped impecable, los dormitorios perfectamente alineados y las luces de seguridad parpadeando. Era el orden absoluto que Reni amaba y el que extrañaría hasta doler.
Sebastián desenrolló la tela mientras Reni se acercaba al borde. Diego y Mateo estaban en el jardín delantero, a un kilómetro de distancia, listos para hacer sonar la alarma de incendios del Ala Este si las cosas se ponían realmente feas.
—Listo. Reni, tira de tu lado. ¡Que se vea bien chueco, para más dramatismo! —ordenó Sebastián.
Ella se puso en cuclillas, sintiendo la grava húmeda bajo sus rodillas. El vinilo se desplegó con un fump sordo. Por un momento, solo hubo el viento y el silencio de las estrellas sobre ellos.
Y entonces, el sonido. Un crujido de gravilla y un toser seco cerca de la valla perimetral.
<<¡Emergencia! ¡Código Rojo, Código Rojo! ¡El Tío Vernon está en el jardín, no en la cocina! Repito, el Director está en posición, los ve a ambos, ¡corran!>> — El grito de Abril en el walkie-talkie fue un relámpago de pánico.
—¡A la basura! — gritó Sebastián, tirando del cartel y arrastrando a Reni hacia el hueco de ventilación más cercano.
Se tiraron al suelo, metiéndose en el oscuro y estrecho espacio que olía a polvo y humedad. Reni sintió la rodilla de Sebastián golpeando su costilla, pero apenas lo notó. Desde su escondite, vieron la sombra alta y familiar del Director Vernon cruzar el jardín y mirar hacia el tejado con las manos en la cintura, la silueta perfecta de la autoridad frustrada.
<<Estamos a salvo. ¡Mierda, fue por un pelo!>> susurró Sebastián, con el aliento agitado.
Reni no respondió. Su corazón latía con la adrenalina de haber evitado el desastre, pero en lugar de la euforia habitual, sintió un vacío gélido.
Mientras el Director Vernon se alejaba, refunfuñando, Reni se quedó mirando el campus. Esta vez no miraba una escuela, miraba una burbuja. Una burbuja de lujo, de risas, de seguridad, de amigos. Era su Paraíso Prestado.
Y no le quedaba nada de él.
Este es el final, pensó con una punzada de dolor. La última travesura, el último susto, el último recuerdo antes de volver al...
Su bolsillo vibró. Era un mensaje de su madre, un tono de llamada que casi nunca escuchaba. Reni lo abrió con dedos fríos. No era un "te amo" ni una pregunta sobre sus notas. Era una postal virtual con un paisaje borroso de Ciudad de México. El texto era conciso y sin emoción:
Renata. Ya casi termina el curso. El verano llega pronto. Prepárate.
La emoción en el tejado desapareció de golpe. Su realidad, ruidosa, caótica y costosa, estaba esperando. Y no había un escondite lo suficientemente grande para evitarla.
🎓 El Último Paseo
Seis semanas habían transcurrido desde el incidente del tejado. Seis semanas de bromas póstumas, de abrazos de despedida más largos de lo normal. El miedo de Reni a dejar Sterling Hall se había convertido en una bola de hielo en el estómago.
El día de la graduación amaneció con el sol más cruelmente hermoso de la primavera. El campus, usualmente tranquilo, hervía de padres, fotógrafos y abuelos que desbordaban felicidad.
Reni estaba en el backstage, ajustándose la toga negra, pero sentía un peso de plomo. Intentó concentrarse en la obra de arte que coronaba su cabeza:
•El Birrete de Reni: No era un cuadrado aburrido. Lo había cubierto con terciopelo azul medianoche y había bordado, con hilo plateado y dorado, la constelación de Orión, su favorita. El cielo estrellado de las escapadas nocturnas.
•Abril: Llevaba un collage de stickers de pasaportes y aviones: lista para viajar.
•Sebastián: Su birrete era un campo de fútbol de césped falso con un pequeño muñeco de plástico levantando una copa.
•Mateo: El suyo estaba empapelado con códigos binarios y ecuaciones.