Renata
Mis manos temblaban, mientras preparaba la comida. Si mi madre regresaba y me encontraba husmeando, estaría muerta antes de que la mentada Miranda regresara. Por eso preferi hacer la comida y cuando salieran de nuevo buscaria.
Decidí que la supervivencia venía antes que la venganza. Tenía que hacer la cena. Tenía que parecer la hija sumisa, perfecta de siempre para que no sospechen.
Mientras la cebolla se doraba en la sartén, no dejaba de rebobinar la conversación: Acta de Defunción Falsa. Desaparecerla. Es igualita a su padre.
Una idea monstruosa se abrió paso en mi mente: ¿Será que planean venderme? ¿Y por eso necesitan el acta de defunción, para que nadie me busque? Pero no tenía sentido. Mi padre biológico, por lo que yo sabía, había muerto cuando era bebé, y mi madre ni siquiera me quería. A nadie le importaría si desaparecía o moría, salvo a mis amigos.
No. Tenía que ser más grande. Tenía que ser el porqué del dinero, el porqué de Sterling Hall. Necesitaba saber la verdad detrás de esa Acta de Defunción Falsa.
La comida estuvo lista. Carne asada y arroz. Estaba acomodando la mesa cuando escuché la puerta. Entraron a carcajadas, felices, como si no hubieran planeado la desaparición forzosa de una persona. Terminé de poner los platos y me dirigí a mi bodega-cuarto a esperar que terminaran. Mi turno de comer sería en el silencio de las sobras.
Me tiré sobre la cama y saqué mi teléfono, el único vínculo con mi vida real. Abrí el chat de la pandilla, llamado "Sterling's Sinners" (Los Pecadores de Sterling).
Yo: Chicos. S.O.S. Necesito ayuda.
La respuesta fue instantánea, como un tiro.
Abril: ¿Qué pasa, Reni? ¿Estás bien?
Sebastián: ¡Dime lo que necesitas! Lo que sea.
Diego: ❓
Mateo: 🤯 [Emoji confundido]
Nicolás: ¿A quién matamos? 😉
Sus mensajes, incluso en la gravedad, me hicieron sonreír con tristeza. Ellos eran mi verdadero hogar.
Yo: Chicos, necesito salir de esta casa mañana. Mi vida está en peligro. No puedo explicarles aún, pero si alguien puede ayudarme, se lo agradecería.
El chat se quedó en silencio por un segundo eterno.
Diego: Bien. Déjame contactar con un primo que me debe un favor y te escribo en unos minutos.
Abril: ¡Diego! Si necesitas dinero, avísame para enviar. ¡Lo que sea!
Sebastián: ¡Sí, avísanos! Podemos conseguir lo que necesites.
Mateo: Ya me preocupé de verdad. Avísanos cualquier cosa, Reni.
Fue Nicolás, como siempre, el más calmado y práctico en la crisis.
Nicolás: Miren. Mi tía tiene una casa allí en México, cerca de las afueras de la CDMX. Está vacía. Diego, si tu primo puede llevarla allí sería genial. Tiene mucha seguridad. Por mientras, vemos a dónde puede ir Reni a largo plazo.
Yo: Gracias, chicos. Se los agradezco muchísimo.
Un par de minutos después, mi teléfono vibró con el mensaje de Diego.
Diego: Listo. ✅ Ya hablé con mi primo. Dice que está bien, que será en la madrugada aprovechando el caos de las fiestas. Reni, mándame la ubicación de tu casa. Es para que mi primo pueda planear un punto de encuentro discreto. Nicolás, mándame la dirección de la casa de tu tía.
Nicolás: Ahorita te la mando al privado.
Renata
Bajé a comer mis sobras. Mientras engullía la comida fría en la cocina, mi cerebro se puso a trabajar en el problema de la evasión y el teléfono.
¿Dónde escondería mi madre un teléfono que contenía conversaciones con la tal Miranda? Un teléfono que, no le gusta sacar mucho.
Mientras comía, mi cerebro hizo ¡Click!
Claro, ¿cómo no se me ocurrió antes?
Terminé de comer. Limpié la cocina. Los escuché reír en la sala, entretenidos con alguna película de Navidad.
Luego escuché la voz de mi madre.
—Si ya tengo las cosas para la cena, a las tres en punto nos vamos, para llevar las cosas y poder realizarla.
Un minuto después, apareció en la cocina, su rostro endurecido.
—Hoy te quedarás en casa, Renata. Esta cena es muy importante, y no quiero que la arruines,—me dijo, observándome con ese odio familiar.
Asentí con la cabeza. Ella se dio la vuelta y se fue, satisfecha con mi sumisión.
Me dirigí de nuevo a mi refugio, cerrando la puerta con cuidado. Tenía unas horas. Mi madre no se llevaría su preciado y secreto teléfono a una cena familiar. Lo dejaría en su único lugar seguro.
El plan estaba en marcha. Mi huida era inminente, pero antes de irme, necesitaba la informacion de ese teléfono.
El escondite solo podía ser uno.
📱Renata
A las tres en punto, la "familia perfecta" estaba lista para irse a escenificar su felicidad navideña.
Mientras recibía las últimas órdenes, mi mente ya estaba a tres pasos por delante, buscando el escondite del teléfono.
—Renata, —dijo mi madre con un tono molesto, interrumpiendo mis pensamientos. —Quiero esta casa impecable. Deja todo listo para cuando regresemos. Y no hagas nada estúpido; no quiero pasar corajes hoy.
—Está bien, —dije, y el asentimiento fue tan robótico como siempre.
—Me miró con asco, una expresión que ya ni me dolía, solo me daba la certeza de lo que escuché. Luego, se volteó y con una dulzura falsa le dijo a los mellizos: —Vamos, mis niños. No hagamos esperar a los abuelos.
—Alejandro y Victoria me vieron. —No se te olvide limpiar mi habitación, estorbo, — dijo Cosa Uno. —Y la mía tampoco, —completó Cosa Dos.