El Costo de un Paraiso Prestado

Caputulo 10

🥚Secretos

Dario Mancini

​Estoy en el salón, supuestamente esperando que mi hermanita me entregue el teléfono. No es que no crea en su palabra, es solo que mi tía, Miranda... ella es tan buena, tan servicial. ¿Cómo podría haber conspirado para hacer algo tan horrible con nuestra sangre?

Será porque Renata no es hija de Mamá, pienso. Pero igual, eso no sería una excusa para ser tan cruel. Tiene que haber algo más que no estamos viendo. Hay que descubrir qué es.

​Estoy perdido en mis pensamientos cuando veo a alguien parado frente a mí. Levanto la vista y es Renata.

​—Hola,— dice. —Te he estado hablando y no escuchabas. ¿Estás bien?

​—Me recompongo. —Sí, sí,—le digo. —Lo siento.

​—Aquí está el teléfono,—me dice, entregándomelo. Es un teléfono viejo, con la pantalla agrietada, reflejando el infierno del que viene.

​—Gracias,— le digo.

​—¿Tú estás bien?— le pregunto.

​—Supongo que lo estoy sobrellevando,—dice. —Bueno, te dejo. Nana me enseñará a hacer pasteles,— me dice feliz. Se da la vuelta.

​Me quedo observándola hasta que desaparece. Esa niña es increíble.

​Tomo el teléfono viejo e inmediatamente lo conecto a mi computadora. Soy un hacker profesional, y yo llevo todos los negocios ilegales, o al menos la parte tecnológica, de nuestra familia.

​Comienzo a revisar las conversaciones. Me doy cuenta de que sí es mi tía, Miranda. Su ubicación en los mensajes coincide con la dirección de su casa.

​No puedo creerlo. Tenía la esperanza de que no fuera ella. Todo lo que tiene mi tía es gracias a nosotros, porque era la hermana de nuestra madre, y ella nos agradece así.

​Sigo viendo las conversaciones y me detengo en una que me llama poderosamente la atención. Es un chat.

​El mensaje dice:

​—Sí, los óvulos los cambié. Si ellos llegaran a saber de eso, no podrían saber que no son de ella.

​El otro contacto responde:

​—Bueno, entonces estaré más tranquila.

​Y mi tía le responde a ese contacto:

Y mi tía le responde a ese contacto:

​—Sí, no te preocupes. Igual ellos no saben sobre eso porque fui yo quien la convenció que lo hiciera en secreto. Le dije que fuera sorpresa. Mi cuñado ya tenía su esperma congelada también, que ella lo hiciera así, así que no hay posibilidad de que se entere. Esto solo yo lo sé.

​No sé si estoy pensando mal, pero acabo de describir otro gran secreto, uno que nos afecta directamente.

​Llamo a mi padre. Contesta al momento.

​—¿Ya vienes?— le pregunto.

​—¿Por qué?— me dice, preocupado. —¿Le pasó algo a Renata?

​—No, ella está bien. Está haciendo pasteles con Nana,— le digo, sintiendo una mezcla de alivio por ella y rabia por lo que acabo de leer. —Descubrí algo que te puede interesar. Tienes que venir rápido,—le digo.

​—Estaré ahí en diez minutos,— me dice, y luego cuelga.

​Me quedo leyendo todo lo que puedo. La última llamada que hicieron también la escucho. Al parecer, están buscando a Renata, y lo harán vigilando a sus amigos. Por suerte, ellos no la tienen.

Estas mujeres firmaron su sentencia de muerte desde que pensaron todo esto. Esta traición a nuestra madre y a nuestra familia debe pagarse con sangre.

​🧬 Familia

Stefano Mancini

​Entro al salón y veo a Dario con su computadora, leyendo algo. Tiene las cejas fruncidas y una cara de querer asesinar a alguien lentamente.

​—¿Qué pasa?— le pregunto, sentándome a su lado.

​—Oh, verás,—me dice. —Nuestra tía Miranda es una caja de sorpresas. Espera a que llegue papá y les comento a todos.

​—¿Ya confirmaste que sí es la tía Miranda?— le pregunto, sintiendo un nudo en la garganta.

​—Sí,— me dice, mirándome. —Esa mujer es la que orquestó todo desde el principio.

​—Me dejo caer en el respaldo del mueble con pura decepción en el rostro. —Tenía la esperanza de que no fuera ella,— le digo, con mi voz casi en un susurro.

—Lo sé,—me dice. —Yo también.

​—Dario se levanta con la computadora. —Vamos, esto será complicado. Deberías llamar a los demás. Llévalos a la oficina de papá.

​—Bien,— le digo. Les mando un mensaje a mis hermanos y luego me dirijo a la oficina. Pero antes, paso por un vaso de agua.

​Veo a mi hermanita cocinando con Nana. Está radiante, feliz. No parece la niña descalza y desaliñada que llegó, toda asustada y desconfiada.

​Ella levanta la cabeza y me ve. —Hola,— dice.

​—Hola,— le digo, sonriéndole. —¿Te diviertes?

​—Sí, esto es genial,—dice. —Con Nana, terminaremos prontoel pastel.

​—Estoy ansioso por probarlo,— le digo, sonriendo de verdad.

​—Bien, te guardaré un poco,—me dice, y sigue en lo suyo.

​Tomo agua y luego me dirijo a la oficina de Papá. Todos mis hermanos ya están esperando.

​Tomo asiento.

​Dario se pone de pie, su rostro serio.

​—Bueno,—dice. —Lo primero es que confirmé que sí es la tía Miranda la que ha conspirado todo esto.

​Todos asienten, la rabia ya evidente.

​—Lo segundo,—continúa, y su voz baja un tono, —es que tenemos que hacernos una prueba de ADN con Renata. Creo que no solo somos medio hermanos; creo que somos todos hermanos de padre y madre.

​Mi padre y todos nos ponemos de pie de golpe.

​—¡¿Qué dijiste?!— grita mi padre. —¿Por qué lo dices?

—Dime primero, Papá,—dice Dario, mirando a nuestro padre a los ojos. —¿Guardaste tu esperma en algún banco de semen?

​—Mi padre dice: —Sí, lo hice, ¿qué tiene esto que ver con tu madre?

​—Al parecer, mi madre guardó sus óvulos también. No te lo dijo porque mi tía Miranda la convenció de hacerlo, a escondidas,—explica Dario. —Tengo la sospecha de que la mujer a la que Renata llama madre, solo sirvió de vientre. Y utilizaron tu esperma y los óvulos de Mamá para concebir a Renata. No están claros en la conversación, pero parece que eso es lo más seguro.



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Editado: 03.11.2025

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