~Isabella~
—¿Dónde estoy? —pregunté, frotándome los ojos al despertar acostada en el césped.
—¡Hija! —gritó a lo lejos un hombre de un metro noventa, corpulento, de cabello negro, grandes ojos oscuros y una cálida sonrisa.
—¿Papá? —pregunté, frunciendo el ceño.
—¿Te has vuelto a quedar dormida bajo el sol, florecilla? —preguntó, arrodillándose a mi lado.
—¿Cómo que…? —pensé para mí. Al ver mis pequeñas manos, me di cuenta de que volvía a tener cinco años. Mi padre se puso en pie, me tendió la mano y me dijo:
—Vayamos a casa. Mamá ha preparado una de esas tartas de manzana que tanto te gustan. —Pero algo se sentía extraño. Tenía la sensación de estar dejando a alguien muy importante atrás, lo más frustrante era que no recordaba de quién se trataba.
Vivíamos en manada en el bosque nacional de Tongass. Papá amaba la naturaleza, y siempre hacíamos pequeñas expediciones recolectando flores para hacer un ramo para mamá. Mi padre era el beta de la manada de Alaska; él y el alfa crecieron juntos, queriéndose como dos hermanos. Mi madre amaba la repostería; podía pasar horas cocinando para repartir sus creaciones a los más pequeños de la manada.
—Hola, ¿dónde estaba, cariño? —preguntó mamá cuando entramos en la cocina.
—Se había vuelto a quedar dormida bajo el árbol —respondió mi padre. Me dejó en el suelo, se acercó a mi madre y la abrazó por la espalda, llenando la esquina de su cuello de pequeños besos que la hicieron reír. Si algo me encantaba ver, era el amor que siempre se habían tenido. Extendí mis pequeños brazos a los pies de mis padres y dije:
—Yo también quiero uno, papi. —Con una cálida sonrisa, mi padre me alzó, me dio un abrazo de oso y un beso en cada mejilla.
—Te amamos, hermosa florecilla —dijeron al unísono.
—Yo también los amo mucho —respondí. De repente, gritos y lobos comenzando una contienda llamaron nuestra atención.
—Esperen aquí, y no salgan —suplicó papá, y poco después regresó con miedo en el rostro.
—¿Qué ocurre, amor? —preguntó mi madre.
—Coge a la niña, tenemos que irnos rápido, ahora —respondió mi padre. Cogimos un abrigo, salimos por la puerta trasera y nos fuimos sin mirar atrás.
—Papi, me duelen los pies, estoy cansada —dije sollozando después de haber caminado bastante tiempo.
—Te llevaré en brazos, florecilla. No podemos detenernos hasta salir del bosque —respondió.
—¿Por qué? Siempre dices que tenemos que vivir lejos de los humanos —pregunté.
—Ahora debemos ocultarnos entre ellos, mi amor —respondió mamá.
—Grrr, florecilla, ve con mamá —dijo papá, pasándome a los brazos de ella. Se giró, dándonos la espalda y adoptando una postura protectora—. Esmeralda, salgamos de aquí ya mismo; nos pisan los talones —añadió.
—Tengo miedo —dije, escondiéndome en el pecho de mi madre, quien me ocultaba bajo su abrigo.
—Tranquila, florecilla, pronto todo acabará —respondieron al unísono. Pero no pensé que fuéramos a terminar tan mal. Al ser alcanzados por un grupo de cazadores que nos perseguían, una flecha rozó a mamá, lo que hizo que mi padre perdiera el control, consumido por la furia.
—Llévatela de aquí, las alcanzaré más adelante —le dijo a mamá. Pero no sé por qué esas palabras no me parecieron sinceras. Posó un suave beso en mi frente y añadió: —No olvides que te quiero, florecilla.
—¿Te vas? Prometiste que estarías siempre conmigo —respondí, llorando.
—Y lo estaré, justo aquí —contestó, señalando mi corazón.
—Roger, por favor, podemos lograrlo; ven con nosotras —suplicó mi madre.
—No, estuvieron a punto de herirte. Me niego a arriesgar vuestra seguridad; les daré ventaja. Ahora largo —podía ver la súplica en sus ojos.
—No te dejaré solo; te seguiré a donde vayas —respondió mamá, dejándome tras una enorme piedra no muy lejos.
Entonces recordé que esto había sucedido aquel día, la última vez que los vi. Pero esta vez tenía un final diferente. Presencié todo: vi cómo ensartaban a mi padre con una ballesta, y a mamá le dispararon. Papá intentó protegerla sin éxito, así que se acercó a ella y preguntó:
—¿Dónde está nuestro ángel?
—A salvo —respondió mamá.
—¿Papá? ¿Mamá? —pregunté, acercándome a ellos. Al ver que no se movían, un dolor agudo se instaló en mi pecho. No sabía qué me estaba pasando, así que hice lo que mi cuerpo me pedía: caer de rodillas junto a sus cuerpos y gritar hasta quedarme sin voz.
~Ryan~
Bella siempre fue una niña muy especial. La conocí poco después de que llegó a la isla. Sentí una inexplicable conexión con ella, no sabía por qué, pero entonces mi lobo me lo explicó: ella era mi alma gemela. Solo lo supo Nana Beca; le pedí que guardara el secreto, y así lo hizo. Con el tiempo, esta muchacha tan terca y tierna a partes iguales se volvió alguien imprescindible; se convirtió en mi hogar.
Pero ahora, su sonrisa y sus ojos se han apagado. Los médicos me han dicho que se encuentra en estado de coma y no saben cuándo podrá despertar; sus heridas están terminando de sanar. Todos están preocupados; mi tío y mi hermano han querido quedarse para cuidarla con la pequeña esperanza de que yo me permita descansar. Pero no quiero. Sé que no me encuentro bien; el dolor persistente en mi pecho es difícil de ignorar, pero no me importa. Solo quiero verla despierta y no me moveré de aquí hasta que eso suceda.
¿Sería extraño si digo que justo ahora es cuando necesito a mis padres? Sé que no los conocí, pero en un momento como este me hubiera gustado tenerlos a mi lado. Miraba, absorto en mis pensamientos, por la ventana de la habitación cuando las máquinas conectadas a Isabella comenzaron a sonar sin control.
Antes de poder acercarme a ella, Chase, Hunter y varios médicos irrumpieron en la habitación con máquinas de reanimación. Me quedé blanco al ver cómo entraba en parada; su corazón se había detenido.
—Uno, dos, tres, fuera... otra vez, no podemos perderla —daban una descarga tras otra.
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Editado: 10.12.2024