El crepúsculo de los lobos [saga Resiliencia •2]

Desenlace

~Jessica~

Con los primeros albores, al abrir los ojos lo primero que vi fue el rostro de mi marido. Stephan descansaba apaciblemente; sintiéndome traviesa de buena mañana, me deleité con sus perfectos abdominales. Inevitablemente, sonreí de lado con picardía y un repentino fuego acrecentó en mi vientre al ver que dormía desnudo. Unas finas sábanas cubrían ligeramente sus caderas; con suavidad, comencé a repartir besos húmedos por su torso, sintiendo cómo su respiración se volvía más profunda y sus jadeos se mezclaban con gruñidos de placer. Sus ojos permanecían cerrados mientras me aventuraba más abajo, tomando su miembro entre mis manos e introduciéndolo lentamente en mi boca, complaciéndolo con sexo oral. Si les soy honesta, me encanta ver lo que provoco en él.

—Grrr —gruñó, atrayéndome hacia él en un movimiento rápido. —Mi turno —añadió. Era hermoso perderse en su mirada con su característico color ámbar; en un instante nos fundimos en un beso apasionado. Descendió paulatinamente por mis pechos, deleitándose con ellos antes de continuar su camino hacia abajo, hasta perderse entre mis piernas. Su lengua realizaba un delicioso vaivén, lo que me hizo arquear la espalda y gritar su nombre mientras alcanzaba el clímax.

Descansamos unos segundos para recuperarnos mientras me cubría de suaves caricias la espalda, hasta que, con gran urgencia, me levanté a toda prisa al baño para vomitar lo que había comido en las últimas horas. Arrodillada en el suelo, vomitando, se sentó junto a mí, recogió mi cabello y continuó cubriendo de caricias reconfortantes mi espalda.

Nuestro vínculo me permitió sentir su preocupación por mi salud. En un principio supuse que algo de la comida me había sentado mal, pero abrí los ojos desorbitados al darme cuenta de lo que podría ser; ¿cuándo fue mi última regla?

—Cariño, deberíamos ir al médico; no te ves bien —dijo, apoyándose en el marco de la puerta mientras me lavaba los dientes.

—No es necesario, mañana estaré como nueva; probablemente me habrá caído algo mal de la cena —aseguré, regalándole una amplia sonrisa e intentando disipar su preocupación. Pero aun así, no parecía muy convencido.

—¿Segura? Podemos ir ahora mismo; no tendrán problemas en atendernos en un momento.

—Tranquilo, estaré bien. Verás que todo quedará en un mal rato —me acerqué frente a él con una sonrisa coqueta, pasando los brazos por sobre sus hombros. Sonrió y nos fundimos en un extasiante beso. —Además, tengo planes con las chicas; me están esperando —agregué al separarnos.

—De acuerdo, pero si vuelve a pasar, por favor llámame —suplicó.

—Te lo prometo —respondí antes de salir del baño. Tomé mi móvil y envié un WhatsApp a nuestro grupo de mejores amigas. —Urgente, reunión en la casa del bosque; ¡pero ya! 😱 —en cuanto me contestaron todas, me vestí rápidamente con unos shorts y una camisa de botones de Stephan.

Demoré un cuarto de hora en llegar, y, por supuesto, como mejores amigas, las chicas ya me esperaban expectantes.

—Ya puede ser importante —espetó Samantha, de brazos cruzados y poniendo morros.

—¿Qué ocurre? —cuestionó Paula.

—¿Stephan ha hecho algo mal? –preguntó Ales. —Porque, si es así, le patearé las bolas —agregó. Me carcajeé ante su deducción de por qué las reuní.

—Él y yo estamos perfectamente —aseguré. —Pero... luego de hacerlo al despertar, tuve que ir a vomitar al baño —agregué con timidez.

—¿Cuándo fue tu última regla? —intervino Ales.

—Un mes... —contesté.

—¡Vamos a ser tías! —chillaron al unísono.

—¡Chss! Cerrad el pico. ¿Habéis olvidado que estamos rodeadas por dos manadas de hombres lobo? ¿Y si alguno nos oye y se lo dice a Stephan? —las regañé.

—Cierto, lo sentimos —dijeron, rojas como tomates.

—¿Qué harás? —cuestionó Samantha.

—¿Cómo se lo dirás? —inquirió Ada.

—Podría llamar a mi madre para que nos traiga varios test, pero... si se entera mi padre... —comenté.

—¡Ya lo tengo! —exclamó Ales. —Le pediré a Matías que nos acompañe al centro comercial. Justo al lado hay una farmacia; las compramos allí y las haces en el baño del centro.

—¿Y si Matías se va de la lengua sin querer? —cuestioné.

—No te preocupes por él, no dirá nada, pero le diré que me acompañe a comprar regalos para las niñas. Eso lo distraerá lo suficiente para que vayáis y te hagas los test —contestó Ales.

—Bien, díselo; me muero de ganas por saber el resultado —dije. Y ella inmediatamente le envió un mensaje.

~Alessandra~

Matías dijo que estaría con nosotras en cuanto terminara de hacer unas cosas para la manada, así que decidimos ir caminando a Luz de Luna, que, como sabéis, no queda lejos. Pero inoportunamente, fuimos rodeadas por un grupo de personas que, por el hedor que desprendían, eran todos híbridos: una mezcla de brujo y vampiro, hombres lobo y brujos, excepto su alfa, que solo era un hombre lobo. Entre la multitud, pude ver al chico que me agarró de las caderas en la discoteca y... a alguien que me produce arcadas nada más verla con tanta arrogancia.

—Grrr... Lina —gruñí, observando cómo su sonrisa se curvaba en un gesto de altivez mientras clavaba su mirada desafiante en la mía.

—Este no es vuestro territorio —intervino Ada con tono de advertencia.

—Vengo a buscar algo que me pertenece —agregó Lina.

—A ti, aquí no se te ha perdido nada, bruja —contesté.

—No es correcto apropiarse de los juguetes de los demás, preciosa, pero no te angusties, te lo devolveré en cuanto me aburra de él —añadió Lina.

—Marchaos si no queréis problemas —advirtió Ada.

—Nadie te ha dado vela en este entierro, preciosa —alzó la voz el alfa del grupo, observando con lascivia a Ada. —Y no deberías intervenir en tu estado —añadió. Samantha y yo nos colocamos frente a nuestra amiga adoptando una postura defensiva.

—Como luna de este territorio, mi deber es proteger a esta gente —agregó Ada. —Grrr, y el estado en el que me encuentre no es de tu incumbencia, imbécil —gruñó.




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