~Ada~
La pesadez invade mi cuerpo. Un dolor punzante se hace presente tras intentar incorporarme al despertar. No logro recordar qué ha pasado para estar en esta situación, lo cual me resulta frustrante. Al notar una maraña de cables en mi pecho y vientre, un solo recuerdo llena el vacío de mi mente: mi bebé. De inmediato, por instinto, me cubro el vientre, asumiendo que me han traído al hospital. Con la boca seca, solo puedo susurrar su nombre.
—De... Derrik... —mi entorno se torna nebuloso al principio, pero cuando logro ver con claridad, la culpa me invade al ver el estado en el que se encuentra mi marido; debí haber estado más pendiente de mi alrededor en aquella batalla.
—Amor, princesa, ¿cómo te sientes? —cuestiona sentándose junto a mí. Toma mi mano entre las suyas y la cubre de besos mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
—Amor, dime... ¿cómo está nuestro bebé? —pregunto, percibiendo el dolor y la preocupación en su mirada. Con mi corazón latiendo con premura, insisto—: ¿Qué es lo que pasa?
—Tienes que calmarte, los nervios pueden empeorar vuestro estado en estos momentos, amor, por favor —suplicó—. La daga con la que te hirieron era de plata y, además, estaba cubierta de un veneno que nos afecta de manera impredecible a los lobos.
—Dímelo —rogué con lágrimas contenidas.
—La plata llegó a la bolsa y se ha mezclado con el líquido amniótico. No podrás salir del hospital hasta que ambos estén fuera de peligro —su voz se quebró. Intentó ocultar sus lágrimas, pero fue imposible; lo obligué a mirarme directamente a los ojos e hice algo que él siempre ha hecho por mí. Mantenerme fuerte por los dos, a pesar de lo rota que pueda sentirme por dentro. Ambos deseábamos la llegada de este bebé y solo pensar en la posibilidad de perderlo... es un dolor indescriptible, no hay comparación alguna.
—Amor, estaremos bien, y pase lo que pase, podremos superarlo porque estamos juntos, ¿de acuerdo? —asintió.
—Debí haberte sacado de ese lugar; no tenías que estar desprotegida. Les he fallado, ¿me perdonarás? —sus palabras me desgarraron el alma. Se estaba culpando, y no era justo para él, pues sabía con seguridad que sería un padre ejemplar.
—Cariño, te equivocas en algo —frunció el ceño, confuso—. No nos has fallado a ninguno; al contrario, amor, has sido el ser más maravilloso del mundo. Has cuidado de nosotros desde que supiste de su llegada. Yo también erré al tener la guardia baja en el campo de batalla; estaba preocupada por ti —tomó mi rostro entre sus manos y posó en mis labios un delicado beso.
—¿Y si lo perdemos? Tengo miedo de eso; pensé que, si pasaba, no querrías volver a verme —añadió.
—Ya te lo dije, somos un equipo, ¿recuerdas? —sonreí con calidez, cubriendo su mejilla con suaves caricias—. Pasaremos por esto juntos, alfa —sonrió con desgana y preguntó:
—¿Cómo te mantienes fuerte?
—No lo hago, estoy tan asustada como tú. No quiero perder a nuestro bebé, pero tú me mantienes fuerte y confiada. Si la diosa luna considera que no es el momento, esperaremos hasta que lo sea, y te daré la gran familia que ambos deseamos.
—Eres la mujer más valiente, admirable, asombrosa... increíble y maravillosa que conozco, y por eso te amo —contestó con admiración en su mirada.
—Yo también te amo, amor.
~Matías~
Ha llegado el momento de volver a verlas. Hemos extrañado horrores a esos pequeños terremotos, y después de todo lo que hemos pasado, necesito abrazarlas a mis tres mujeres y así sentir que mi familia vuelve a estar reunida.
La preocupación por Anakin me carcome; espero que mi tío tenga respuestas a muchas de mis dudas. Ver a uno de mis mejores amigos apagarse lentamente por no estar con su pareja es desgarrador. No sé cómo ayudarlo, aparte de correr la voz entre los alfas y buscar juntos el paradero de la manada de los Durand.
Durante el vuelo, mi esposa se quedó dormida. No queriendo despertarla, la cargué en brazos hasta las camionetas que nos esperaban para llevarnos a Estrella Lunar. Estaba recostada en mis piernas cuando, a medio camino, la sentí moverse. Lentamente abrió los ojos, observándome con la misma ternura de una niña pequeña.
—¿Hemos llegado? —preguntó en un débil susurro, tallándose los ojos.
—Casi, aún falta un poco —contesté, acariciando su cabello con una cálida sonrisa.
—Las he echado mucho de menos —agregó con un ligero rubor cubriendo sus mejillas.
—Yo también, pero te prometo que no volveremos a alejarnos de ellas; lo que sea, lo enfrentaremos como una familia —aseguré.
—Me parece perfecto... ¿amor? —respondió.
—¿Sí? —inquirí.
—Te amo —mi corazón latía con fuerza, y una sonrisa tonta se dibujó en mis labios.
—Yo también te amo —respondí, observándola con admiración.
Al cabo de unas horas, llegamos a las puertas del territorio de mi tío; ya sabían de nuestra llegada, así que pudimos pasar sin problema. A lo lejos, mi tío se acercaba a nuestra posición junto a Alexey, su beta; la paternidad le sentaba de maravilla, llevaba una sonrisa radiante, la que antaño perdió tras el fallecimiento de mamá. Ambos nos recibieron con cálidos abrazos y tomaron nuestras maletas.
—Bienvenidos, chicos. ¿Qué tal el viaje? —cuestionó Alexey, ofreciendo un cálido abrazo a Alessandra, mientras mi tío me revolvía el cabello como de costumbre.
—¡Oye! —exclamé haciendo pucheros, y él me mostró la lengua en un acto infantil, haciéndonos reír a todos.
—El viaje fue agotador, pero no podemos esperar para ver a nuestras pequeñas —agregó Alessandra.
—¿Dónde están? —pregunté.
—En mi dormitorio. A tus primos les tocaba la hora de la siesta y ellas quisieron acompañar a Accalia —respondió mi tío.
—Se quedaron dormidas junto a la luna de la manada —intervino Anna.
—¡Mamá! —exclamó mi esposa, abrazando fuertemente a su madre.
—Me alegra ver que has regresado, mi princesa —murmuró Anna en el abrazo—. Gracias por no rendirte, Matías.
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Editado: 10.12.2024