El crepúsculo de los lobos [saga Resiliencia •2]

Un acto de amor inquebrantable

~Alessandra~

Me he mantenido aferrada a la mano de Matías desde que cayó herido. Esta vez, lastimosamente, la suerte parece no estar de nuestro lado; la realidad que nos golpea nos ha tomado por sorpresa. En las últimas horas, desde que llegamos a Luz de Luna, he visto a brujos y médicos entrar y salir de la habitación que nos asignaron, con rostros marcados por la fatiga y la impotencia de tener que enfrentar lo inevitable. Han probado innumerables tratamientos y hechizos, pero nada parece surtir el efecto deseado contra el veneno que corre por las venas de mi marido, ansioso de llegar hasta su corazón para cumplir su cometido.

Cada vez que lo miro, mi corazón se retuerce en un dolor insoportable, ahogándome en la desesperación de verlo morir sin poder salvarlo. Sus labios, que solían esbozar una sonrisa que iluminaba mi mundo, ahora están morados y sin vida.

Ruego a la Diosa por un milagro, pero siento que nadie me escucha, pues las horas pasan y el padre de mis hijas permanece inmóvil en esa cama. No he podido evitar viajar por antiguos recuerdos, en los que lo veía tan lleno de vida junto a nuestros amigos y familia; cómo lloró al saber que seríamos padres de dos niñas y lo orgulloso que se sentía.

Tontamente, me pregunto si alguna vez volverán sus labios a curvarse en una sonrisa, si tendré la oportunidad de volver a escuchar su risa contagiosa. Pero el silencio ensordecedor que nos rodea me devuelve a la realidad una y otra vez, recordándome que Matías se desliza lentamente hacia la oscuridad eterna.

—Ales, ¿cómo estás? —intervino Jess desde el umbral de la puerta, con voz suave, acercándose a mí mientras la preocupación se reflejaba en su mirada.

—Jess... hola —respondí sin emociones. Se quedó en silencio junto a nosotros, hasta que volvió a romper la calma que nos rodeaba.

—¿En qué momento cambió tanto todo? No puedo creer que esto nos esté pasando... —la interrumpí.

—Stephan se recuperará, en cambio Matías... —contesté fríamente.

—Lo lamento, no quise... —exhaló—. ¿Han tenido algún avance? —cuestionó.

—Lo han probado todo, y cada vez que no tienen éxito en sus pruebas o hechizos, me miran con pena. No soporto que hagan eso —suspiré—. Han dicho que me despida, y solo puedo pensar en cómo se volverá a romper mi alma cuando tenga que traer a mis hijas para que digan adiós a su padre.

De repente, mi mundo se detuvo. Mi marido comenzó a convulsionar, con los ojos abiertos de par en par, mientras veía cómo la mancha negra en su torso se expandía lentamente desde su pecho hacia su quijada. En shock, contemplaba la escena; Jess salió de prisa a avisar a los médicos y brujos, que se lo llevaron para asistirlo. Vi entrar a mi padre corriendo en la habitación, buscándome con la mirada.

—¡Hija! —exclamó, con un riachuelo de lágrimas descendiendo por sus mejillas.

—Papá... lo he perdido, se ha ido y no volverá —dije antes de desvanecerme en sus brazos.

~Ryan~

Disfrutaba de un buen café mientras mi hermano preparaba el desayuno para nosotros. La cocina estaba llena de risas y bromas, la mañana se tornaba tranquila, y después de los últimos acontecimientos, era algo que sin duda se agradecía.

Hacíamos planes para el soleado día que nos esperaba cuando, de repente, el sonido de numerosos coches entró en la aldea, llamando nuestra atención. El tío Chase bajaba de uno de ellos con una expresión desvastada, despertando nuestra preocupación. Una multitud de miembros de la manada lo rodeó en busca de sus familiares que lo habían acompañado a la contienda de Texas; quienes poco a poco llenaron el aire de lamentos desgarradores tras enterarse de que muchos de ellos habían perecido en la batalla.

Pero sabía que había algo más que se escapaba de mi conocimiento. Los heridos fueron trasladados de manera inmediata a nuestro hospital, y Hunter se encargaba de supervisar que todos tuviesen lo que necesitaran. Así que me acerqué a nuestro tío y le pregunté:

—Pasa algo más, ¿verdad?

—Era un muchacho, tan joven y vivaz… más ahora me resulta chocante que no volvamos a verlo —contestó con la mirada perdida al frente.

—¿De quién estás hablando? —cuestioné confundido.

—Matías… él fue herido; pues heroicamente se interpuso entre Alessandra y su atacante. Decía el muy testarudo que estaba bien, pero no supimos percatarnos de que era todo lo contrario.

—Seguro se recuperará. No he conocido a alguien tan cabezota como Matías —comenté con la intención de animarlo, pero no esperaba su respuesta.

—Esta vez no, hijo. Lo envenenaron, y ambos sabemos que, en cuanto alcance su corazón, Matías perecerá —dijo con tristeza.

—¿Sucede algo más, verdad? —cuestioné con cautela. Asintió alicaído y añadió:

—Ninguna manada se ha salvado de las pérdidas. En su mayoría son heridos, pero también hay un número considerable de fallecidos.

—¿De Lomo Plateado, cuántos caídos? —inquirí con seriedad.

—Quince, y treinta malheridos; aunque unos más graves que otros —contestó—. Marc Turner perdió a su esposa, y no sabe cómo decirle a su hijo que ya no va a ver a su madre —no supe qué decir.

—Has de saber una cosa —agregué.

—¿De qué se trata? —preguntó.

—Aquí no, vamos a un lugar más privado.

—Está bien, guía el camino —contestó haciendo un ademán. En el umbral de la entrada a casa, nos topamos con mi hermano que salía junto a Cameron. Nuestro tío tomó a Hunter de la mano como a un niño y dijo:

—Creo recordar que nos aguarda una charla pendiente, vendrás con nosotros, jovencito —lo intenté, pero me fue imposible contenerme; me reí a carcajadas.

—No tiene gracia, tío Chase, ya no soy un niño para llevarme de la mano a los lugares —mencionó mi hermano con hastío.

Entrando al despacho, cerré la puerta tras de mí. Hunter se mantuvo de pie en medio de la estancia, mientras nuestro tío, en el mini bar, servía unos tragos de whisky.




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