~Ashley~
De mutuo acuerdo, después de una gran pérdida como la de Scott, decidimos esperar seis meses para organizar nuestra boda. Hace unas semanas, durante una cena, Connor mencionó una conversación que tuvo con Matías. Fue él quien sugirió retomar los preparativos, pues la boda sería algo que nos alegraría a todos después de todas las tragedias que habíamos vivido. Hoy hace un mes y medio que le dijimos adiós.
Y finalmente llegó nuestro día. Dos días atrás, papá y mamá me "secuestraron" y nos hemos quedado en la casa del bosque desde entonces. Mis padres parecen unos críos en un parque de atracciones con los preparativos, aunque un poco sensibles, pues su pequeña se casa. Los amo como a nadie. Me han asegurado que todo es perfecto; mi madre, que me conoce bien, dice que será una boda de ensueño. Eso me hace estar impaciente por el momento en el que caminaré del brazo de papá hacia el altar.
Es la primera hora de la mañana y aún me encuentro enredada en las sábanas de nuestra cama. No es que no esté deseando levantarme, pero por un instante, con una sonrisa bobalicona, he recordado el primer momento en que lo vi. Cómo ha pasado el tiempo; de eso ya hace unos años. Ansío verlo; estos dos días separados han sido una auténtica tortura.
—Hija, ¿estás con nosotros? —cuestionó mi madre, asomando la cabeza por la puerta del dormitorio con una sonrisa pícara—. Cuéntame, anda. ¿En qué pensabas? —inquirió, escudriñándome con la mirada mientras se acostaba en el lado de Connor.
Mi madre se llama Charlotte Bennett, tiene 43 años, cabello castaño, enormes ojos avellana, tez clara, es curvilínea, mide metro setenta y siempre lleva una hermosa sonrisa en su rostro, algo que papá dice que fue lo que lo enamoró de ella. Ah, cierto, mi padre se llama William Bennett. Tiene 40 años, cabello negro, grandes ojos azules, tez trigueña, un cuerpo bien trabajado y una estatura de metro ochenta. Ellos son geniales; no podría haber pedido mejores padres.
—Estoy muy nerviosa, mamá.
—Cariño, en un día como hoy es normal estar así —contestó comprensiva—. ¿Quieres que te cuente algo?
Asentí.
—Papá y yo también pasamos por esto. Una noche, tras una cena romántica, él me pidió casarme con él. Le dije que sí, por supuesto.
—¿Y en tu boda estabas tan nerviosa como yo? —comenzó a reírse.
—Ja, ja, ja. Desde luego, cariño. Nosotros ya teníamos la marca que nos une, y todo se magnificaba. Él sentía mi ataque de nervios, y yo los suyos.
—¿Papá también estaba nervioso? —cuestioné curiosa.
—Sí. Para ese entonces vivíamos en manadas diferentes, por lo que las casas de nuestros padres estaban considerablemente alejadas, aunque no demasiado. Ya me habían maquillado, después de que tu abuela y mis amigas me peinaran. Pedí quedarme sola en la habitación, estaba hecha un manojo de nervios y necesitaba calmarme, así que empecé a dar vueltas de un lado a otro. Estaba a punto de morderme las uñas cuando la habitación fue abruptamente interrumpida —la miré asombrada.
—¿Qué ocurrió? —pregunté.
—Era tu padre. Sabíamos que no podíamos vernos hasta llegar al altar, pero supongo que pensó que me arrepentiría. Cuando entró al dormitorio, estaba acelerado, parecía que había corrido una maratón, sudaba mucho. Se acercó a mí y me dijo…
~Recuerdos.~
—Solo venía a asegurarme de que seguías aquí —dijo, cubriéndome de besos.
—¿Y dónde piensas que estaré si no? —pregunté con una amplia sonrisa; sabía que estaba nervioso.
—¿Recuerdas que estamos conectados? Tus sentimientos hicieron que mi mente pensara en la posibilidad de que pudieras huir de nuestra boda —añadió, preocupado.
—Escúchame bien. Jamás pensaría en alejarme de ti, cariño —dije, tomando su rostro para que me mirara directo a los ojos.
—Bien, porque si lo haces, iré a buscarte y te traeré de vuelta sobre los hombros.
No pude evitar soltar una carcajada.
—¿Realmente sería capaz? —pregunté divertida.
—Desde luego que sí, y lo mejor de todo es que apareció en mi habitación completamente desnudo —dijo mamá esto último, ruborizándose.
—Me había transformado, tenía que llegar cuanto antes a tu encuentro —intervino papá, cruzado de brazos, apoyado en el umbral de la puerta, esbozando una boba sonrisa, observando a mi madre con admiración.
—¿Cuánto llevas escuchando? —preguntó mamá.
—Desde que le contaste a nuestra hija algo que creía que había quedado entre los dos —dijo con una ceja alzada, sonriendo de lado.
—¿En serio hiciste eso para asegurarte de que no se iría a último momento? —pregunté.
—Por supuesto que sí, la amo y no quiero a ninguna otra mujer a mi lado que no sea tu madre —contestó, uniéndose a nosotras en la cama y posando un delicado beso en la frente de ella.
—¡Qué bonito! —exclamé emocionada, saltando sobre los dos y abrazándolos, mientras se carcajeaban.
—Princesa, Connor ha llamado unas diez veces —añadió mi padre, divertido.
—¿Va todo bien? —cuestioné, preocupada.
—Ja, ja. Sí, tranquila. Solo quería saber que estabas bien. Quiso hablar contigo, pero Christian le ha quitado el teléfono. Ha dicho que nos veríamos en el altar —contestó.
—Bien, mamá, ¿me ayudas a prepararme?
—Claro, cariño.
—Iré a prepararme yo también, princesas. Volveré en cuanto estés lista, pequeña —informó papá, saliendo de la habitación.
—Vale, papá. Te quiero —grité para que me oyera.
—Y yo a ti —respondió.
~Matías~
Con los primeros albores, comenzamos con la organización de los preparativos de la boda. El aire de la mañana traía consigo una mezcla de emociones y nerviosismo. La ceremonia se llevaría a cabo en un claro entre los árboles, con vista al mar y las colinas circundantes.
Alineamos los bancos de madera pulida en dos filas simétricas y cubrimos las sillas con fundas de encaje blanco. En cada respaldo, atamos alternadamente lazos color marfil y pequeños ramos de flores silvestres.
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Editado: 15.02.2025