El crepúsculo de los lobos [saga Resiliencia •2]

Cuando el amor se complica

~Hunter~

Han pasado ya algunos días desde la boda de mi hermano. Algunas manadas, como Luz de Luna, ya se han marchado; otras, en cambio, han preferido quedarse un poco más, alargando las despedidas. Sin embargo, para mí, ha llegado el momento de partir. Después de decir adiós a mi hermano, a mi tío Chase e Isabella, estoy listo para emprender un nuevo rumbo... o al menos eso intento hacerme creer.

—Ya tengo todo preparado —anuncié, dejando las maletas junto a la puerta. Aunque, siendo sincero, tengo un nudo en el estómago que no se deshace.

—Llámanos siempre que puedas —me pidió mi tío, con ese tono sereno que lo caracteriza, aunque percibí la inquietud escondida en su mirada.

—Lo haré. Pero ustedes tampoco duden en llamarme si algo se complica —respondí con firmeza, porque sé que, con la excusa de que necesito desconectar, serían capaces de dejarme al margen si las cosas se ponen feas en casa.

Ryan dio un paso hacia mí, levantando las manos en gesto de rendición.

—Hermanito, la idea es que te desconectes de todo por un tiempo, para ayudarte a volver a ser tú mismo. —¿Qué les decía?

—Y tú, hermano, olvidas que de los dos, yo soy el mayor. Si te pasa algo mientras no estoy, me muero. Y no olvides que, como alfa de esta manada, mi deber es proteger a cada miembro de Lomo Plateado —repliqué, cruzándome de brazos.

Isabella, soltando una risa suave, se detuvo a un par de pasos frente a mí.

—Ve tranquilo, cuñado. Ya sabes lo obstinados que pueden ser. Si llegara a pasar algo que realmente requiera tu presencia, te llamaré yo misma. Ahora anda, sube a ese avión y disfruta del viaje.

Con una sonrisa serena, rodeó mis hombros con los brazos, besó mi frente y me abrazó con fuerza.

—Gracias, Bella. Me voy más tranquilo sabiendo que estarán en buenas manos.

—¡Oye! —saltó mi hermano, fingiendo sentirse ofendido.

—Ustedes dos, que se note que aún estamos aquí —intervino mi tío, con una ceja alzada.

Nos echamos a reír los cuatro.

—Hunter, vengo por tus maletas. Ya está todo cargado en los coches, salimos en cinco minutos —anunció Brent, acercándose con paso decidido.

Asentí con la cabeza.

—Muy bien, ya lo habéis oído. Es hora de marcharse. Venga, denme un abrazo —dije, abriendo los brazos de par en par.

Nos fundimos en un abrazo cálido, los cuatro, con la sensación compartida de que algo estaba cambiando.

Minutos después, ya iba en el asiento trasero del coche de Brent —un BMW negro mate, con lunas traseras tintadas y blindado—, observando cómo nos alejábamos de mi hogar. Dejábamos atrás Londres, y aunque una parte de mí sentía el vacío de lo que dejaba, también albergaba la esperanza —pequeña, pero persistente— de que este nuevo comienzo en Nueva Orleans me diera, por fin, la paz que tanto estoy buscando.

~Matías~

Al romper el alba, ya hay muchas cosas por hacer. Desde que mi esposa me propuso la idea de ampliar la manada, incluyendo en el proyecto la creación de una guardería para los más pequeños, no he dejado de pensar en ello. Desde nuestro regreso de Londres, siento que ha llegado el momento de darle forma a ese plan que ella y las chicas idearon con tanto entusiasmo.

Los primeros rayos del sol, apenas asomando por el horizonte, se colaban por la ventana, tiñendo la habitación con una luz dorada. Al notarlo, Alessandra soltó un gruñido ahogado y se cubrió rápidamente con las mantas, intentando protegerse del resplandor que la cegó al abrir los ojos.

Me giré hacia ella, apoyado sobre mi brazo derecho, y le retiré suavemente la colcha que la tapaba. De inmediato me lanzó esa mirada inquisitiva que pone cuando olvido algo importante.

—Buenos días —murmuré, conteniendo una risa al ver su expresión.

—Serán para ti. ¿No podemos quedarnos cinco minutos más en la cama? —protestó, con un puchero tan adorable que me hizo amarla aún más.

Me acerqué y deposité un beso en la punta de su nariz, disfrutando del calor acogedor de su cuerpo bajo las sábanas.

—Lo siento, amor. Sabes que, si dependiera de mí, me quedaría contigo todo el día. Pero hoy comienzan las obras de tu guardería y de las nuevas viviendas —expliqué, mientras salía de la cama y me sentaba en el borde, junto a ella.

—¿Qué hora es? —preguntó con voz adormilada.

—Apenas las siete. Quédate un rato más; yo prepararé el desayuno para las niñas y Eloy las llevará al colegio.

—Todavía me cuesta acostumbrarme... Sabes lo que pasó cuando nos conocimos, aquel paseo de la manada al colegio. Ethan te atacó y tu hermano salió herido. ¿Estás seguro de que nuestras hijas están a salvo? —inquirió, con evidente preocupación.

—Sí, lo están. Desde que mi padre se marchó, la tranquilidad ha reinado —intenté tranquilizarla, pero me interrumpió enseguida.

—Sabes tan bien como yo, mi amor, que esa paz no siempre es duradera —comentó con seriedad, mirándome a los ojos.

—Lo sé. Por eso hablé con sus profesores este nuevo curso. Hudson se pondrá en contacto conmigo de inmediato si ocurre cualquier cosa. Además, Derrik y yo hemos reforzado la seguridad en la zona. Si esa calma se rompe, estarán protegidos... nuestras hijas estarán bien.

—Eres maravilloso —susurró, regalándome una sonrisa luminosa antes de atraerme hacia ella y besarme con ternura.

—Te amo, mi luna. Pero si sigues así, me temo que no podré dar inicio a las obras —dije con una sonrisa avergonzada, sintiendo cómo el rubor me subía al rostro.

De pronto, pareció recordar algo y, de un salto, salió de la cama para desaparecer tras la puerta del baño.

—¿Qué pasa? —pregunté, extrañado.

—¡Jess y Stephan tienen la ecografía 3D hoy! Prometieron que nos presentarían al bebé —exclamó, dando pequeños saltitos de emoción, como un canguro entusiasmado.

—Lo sé —respondí, divertido.

—¿Y ya está? —me reprendió, cruzándose de brazos—. Las chicas y yo acordamos ir de compras para ese niño después de conocerlo —anunció, justo cuando empezaba a desvestirse para meterse en la ducha.




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