He aguardado siglos, observando en silencio desde las sombras. Permití que mi hijo, Ezequiel, ese ingrato, creyera que podía desafiarme. Qué iluso. Pensó que al alejarse de su linaje y mezclarse entre humanos, escaparía de su destino. Pero nadie escapa de mí. Le ofrecí una segunda oportunidad cuando lo encontré agonizante, un acto de clemencia que hoy maldigo.
Detesto la desobediencia. Cada vampiro que camina sobre esta tierra ha sido creado por mí o por alguno de mis súbditos. Mi palabra es ley, y durante siglos he mantenido el orden. Aquellos que alguna vez intentaron rebelarse, creyendo poder ocupar mi trono, pagaron con su existencia. La familia no se abandona. Jamás.
Ahora es el momento de actuar. Cuando todos, en su ingenuidad, creen que la paz ha sido alcanzada, es cuando más vulnerables se encuentran. No pienso ensuciarme las manos todavía. Para eso está Charlie, mi hijo leal. Él traerá a su hermano ante mí, aunque tenga que arrastrarlo encadenado. La humillación será apenas el inicio de su castigo. Después, me encargaré personalmente de su esposa. Y él será testigo de la muerte de Paula.
Los humanos no me preocupan. Disfruto ver el pánico reflejado en sus rostros al conocer mi existencia. No son más que recipientes de sangre, carne prescindible. Su único propósito es alimentarnos.
Lo que me hastía es el murmullo constante que durante años ha llegado a mis oídos: Matías Weston, ese insignificante licántropo, al que algunos osan llamar líder por haber traído paz entre los suyos. ¿Paz? ¿Qué paz puede merecer una especie inferior que se atreve a asesinar a los míos? Son bestias salvajes, sin control. Creer que esa tregua durará es una ilusión ridícula. Solo yo merezco ser venerado. Solo el rey de los vampiros tiene el derecho de gobernar. No un alfa que sueña con armonía entre débiles.
Y luego está Ciara... esa maldita desagradecida. Después de todo lo que le ofrecí, de haberle enviado a mis mejores clientes, tuvo el descaro de escapar. Creí tenerla bajo control, poseerla... pero me equivoqué. No solo huyó del burdel, sino que aniquiló a varios de mis hombres en el proceso. Una masacre. Ninguno pudo detenerla. No perdonaré las vidas que esa salvaje arrebató. La muerte sería un castigo leve. Planeo algo peor. Haré que sufra lenta y prolongadamente. No morirá tan pronto.
Las manadas, que ahora firman alianzas, creen que pueden alzarse contra mí. Usaré su mayor debilidad en su contra: sus familias. La era de la paz ha terminado. Y Matías será testigo de todo. Lo mantendré con vida, hasta que el último de los suyos caiga. Para ello, tengo mis propios aliados.
En la penumbra del gran salón de mi mansión, envuelto en un silencio solemne, escuché los golpes en la puerta. Uno de mis guardias los hizo pasar. El crepúsculo de los lobos había comenzado.
—Bienvenidos —dije con voz grave.
—¿Quién es usted? —preguntó uno de ellos, receloso.
—Mi nombre es Aiden Jones —respondí. Al pronunciarlo, las expresiones de asombro se multiplicaron.
—Es... —comenzó a decir Izan, pero lo interrumpí.
—Sí. Soy el rey vampiro.
—Señor, le rogamos disculpe nuestros modales —dijeron, poniéndose en pie y haciendo una reverencia.
—Por favor, tomad asiento —les indiqué—. Sé quiénes son cada uno de ustedes. Si no, jamás los habría convocado en mi hogar.
—¿Qué desea de nosotros? —preguntó Fabricio Santoro.
—Conozco vuestra desdicha. He oído hablar de todo lo que han perdido... y del deseo ferviente que sienten de vengarse de los lobos que les arrebataron a sus seres queridos.
—¿Cómo sabe eso? —cuestionó Dylan.
—Fui yo quien pidió su ayuda —intervino Craig, con cierto orgullo—. Aunque, para ser sincero, no creí que contestara. Pasó mucho tiempo desde que intenté contactarlo... y aún así nos encontró en el Bosque Oscuro.
—He seguido tus pasos desde entonces, Craig. Digamos que compartimos intereses: un hijo rebelde y una fugitiva a los que deseo castigar con severidad. Envié a decenas de mis hombres, y ninguno regresó. Como suele decirse: si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo.
Golpeé la mesa con fuerza, y Craig alzó la voz.
—Lo dimos todo por nuestra hija... y nos pagó con traición, uniéndose a los asesinos de sus hermanos —escupió con amargura.
—Expón tu caso —le pedí.
—Mi niña salió una noche con sus amigas. Más tarde se unió su hermano. Un grupo de extraños se les abalanzó sin motivo, alegando que mi hija intentó seducir al marido de una de ellas. Humillados, acudimos a Camden para exigir disculpas y... la mataron. ¡A mi pequeña! ¿Dónde está la justicia en eso?
—¿Y vuestro hijo? —interrogó Dylan.
—Murió por culpa de la mujer a la que su alma fue destinada —intervino Amelie con una risa amarga—. David reclamó a Abby como su pareja. Cuando los rumores de infidelidad resultaron ciertos, la desterró. Pero ella intentó asesinarlo. David logró huir gracias a la intervención de otro alfa. Años después supimos que ese hombre convirtió a esa loba traidora en su luna. Tuvieron una hija igual a nuestro hijo. Luego nos atacaron. Brent, el alfa de Nueva Orleans, Matías y sus aliados... los mismos que mataron a todos los nuestros en Texas.
—Lamento vuestras pérdidas —dije solemnemente—. Por eso estoy dispuesto a ayudaros a conseguir la venganza que anheláis.
—Gracias, señor —murmuró Amelie, conteniendo las lágrimas.
—Dylan, ¿cuál es tu historia?
—Una noche redujeron mi casa a cenizas. Mataron a mis hijos y se llevaron a mi esposa. Años después la encontré... pero ya no me recordaba. Le borraron todo. Ahora está al lado de Matías. Un alfa que la ha hecho suya.
—Recuperarás a tu esposa. Te lo prometo —le aseguré—. Izan, ¿y tú?
—Iba a pasar mi vida junto a mi alma gemela... hasta que los cazadores destruyeron nuestro hogar. Nos separamos. Hace poco la reencontré. Pero otro alfa la tomó como su mujer. La amenazó.
—La devolveré a ti. Lo juro —dije, con firmeza—. Fabricio.
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Editado: 16.06.2025