El crepúsculo del emperador

Capítulo 00011 Nixon, Caleb y Hicks

El hombre rubio en frente de mí parecía interesado. Mi mirada se desvío a los otros dos hombres, sus miradas de asco me ponían incómoda. Los dos hombres de cabello negro mantenían una expresión seria.

—Nixon. —me miró sonriente, le devolví la mirada confundida.

El otro hombre de pie mantenía la mirada de desprecio, me fijé de nuevo en el que estaba sentado. Nada, no había nada en su expresión. Creo que no le gustó que lo mirara directamente a los ojos, grises, hipnotizantes y encantadores.

Tenía la sensación que al igual que la belleza que tenían, eran fríos y vacíos.

—¿Dónde estoy? —interrogó retrocediendo. 

Nadie respondió por un momento.

—¿Dónde crees que estás? —respondió él, su voz gruesa me hizo tensar.

No había nada amigable en el hombre de ojos grises.

El cuerpo de Nixon se tensó de inmediato, el otro pelinegro no parecía importarle lo más mínimo lo que sucedía.

—No se, por algo le estoy preguntando. —fruncí el ceño.

El mencionado suspiro fastidiado. Dios que poca paciencia tenía ese hombre. 

Un gruñido proveniente de él me hizo volver a retroceder.

El hombre pelinegro sentado, habló en voz alta, a diferencia de los anteriores dos, él tenía una corbata roja. No puede entenderle ya que había pronunciado algo en otro idioma. 

Lo que dijo para mi había sonado como un extraño balbuceo, Nixon frunció el ceño mientras volteo a mirarlo, no parecía a gusto con lo que el anterior había mencionado, aún así asintió.

—Acompañame. —murmuró en voz alta, tomó mi brazo para guiarme fuera de la habitación.

Sentí un escalofrío recorrer el cuerpo cuando salimos, mire a mi alrededor, nuestros pasos resonaban en el metal. Tenía el presentimiento de que esto era una nave.

—¿A dónde vamos? 

—Te llevo a una habitación —dijo desinteresado, tenía curiosidad por saber quiénes eran los que estaban en aquella prisión donde había estado primero—, te quedarás hasta nuevo aviso.

Me fijé a mi alrededor, los pasillos futuristas eran demasiado limpios, las flechas y símbolos, junto con las palabras que parecían indicar lugares. Ocasionalmente hacia donde me llevaba nos cruzamos con otros hombres de traje negro. 

Intenté retirar mi brazo de su agarre, lo mantuvo firme, sin permitirme que me alejará.

—¿Quienes eran las personas de antes? —hable en voz alta a pesar de los nervios.

Scheiße—soltó de mala gana en su idioma— No es tu asunto. —dijo mirándome de reojo.

Rodeé los ojos, les costaba tanto hablarme en español, eso parecía. Aunque lo que había dicho sonó como alemán. 

—Bien, no respondas aquello. —hice una pausa—¿Quienes eran los otros dos hombres? —mire su agarre en mi brazo por un momento.

Nos detuvimos en una puerta, me hizo entrar. Al darle una mirada rápida era una habitación bastante simple y elegante, diferente a donde me encontraba antes.

—Hicks y Caleb —me pareció algo incómodo por la pregunta.

¿Hicks? Eso era un apellido, no un nombre.

—¿Hicks? —lo mire a los ojos, pude notar la belleza en ellos, ambos de diferente color, uno violeta y el otro amarillo, no era usual, aunque si hipnotizante.

—¿Ese era al hombre que estaba sentado? 

Asintió.

—Es mi jefe… —sin decir más palabras cerró la puerta de la habitación, al acercarme pude notar que tenía cerrojo. 

No podía salir.

Trague saliva, me acerque a la cama, al sentarme solté un largo suspiro. 

¿Esto fue lo que gane? Tanta investigación había dado sus frutos. No me sentía conforme, algo apretaba dentro de mí, era una decepción. Mi plan era…

Sobe mis manos contra mis pantalones, un lugar desconocido por la obsesión que tuve por descubrir donde estaba Keyla, no estaba aquí. ¿¡Que demonios ganaba con esto!? Le confirmé al mundo los portales.

Me recosté en aquella cama para cerrar los ojos por un momento, conforme pasaba el tiempo mi cuerpo se sentía cansado.

—¡Maya! —la pequeña miró hacia arriba mareada, sostiene un peluche contra su pecho, el pequeño murciélago de peluche era su consuelo, su madre se lo había dado con cuidado. 

—Todo va estar bien, mamá está contigo. —la madre se acercó, se sentó a su lado no puedo evitar desviar la mirada hacia la pierna de su hija, la sangre brotaba de su pierna.

Un suave beso en la frente de la pequeña, hizo que reaccionara, no podía moverse, aquel accidente de tránsito la había dejado en shock. 

La pobre niña abrazó aterrada, se había cruzado con un auto para empujar a su compañera, sin saber que ese suceso la llevaría a desarrollar una larga amistad con la persona que ese día salvó de ser atropellada. 

las sirenas de la ambulancia resonaban por las calles, en la cual iba recostada en una camilla, a pesar de no poder mover mucho su pie, cerró sus ojos soportando el terrible dolor.




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