Después de una comida aburrida y dejar la bandeja en una mesa, no tenía nada que hacer, a pesar del tamaño de la habitación, de que tenía un baño. No había nada realmente que valiera de utilidad para salir a explorar.
Me sobresalté en la cama al escuchar la puerta abrirse de golpe, allí de pie estaba Nixon.
Fruncí el ceño, y lo mire con curiosidad ¿Qué hacía aquí?
—Necesito que vengas conmigo. —anunció manteniendo en su rostro aquella cálida expresión.
Lo seguí, mientras caminaba junto a él por los pasillos, varios hombre de traje iban de un lado a otro, no parecía importarles mi presencia. Me sentía incómoda.
El ambiente cambió mientras nos adentrabamos en lo profundo de los pasillos, la luz blanca se mezcló con los cristales que daban al exterior. Me quedé estática, cuando Nixon se percató de ello , volteo a verme a solo unos pasos más lejos de mi.
Por fin supe que donde me encontraba no había salida.
—¿Esto es el? —Él completó mi oración.
—¿El espacio? Si, lo es. —mantuvo el tono de voz, mirando hacia el exterior por la gran vitrina.
A Través de ella se podía observar, la negrura del espacio se entremezclaban con las estrellas a la lejanía, a lo lejos se podía observar el sol. El centro del sistema solar donde me encontraba, la órbita era maravillosa a simple vista, un segundo sol más pequeño compartía órbita con el primero. Me sentía encantada por la belleza enfrente de mi.
—No es importante. —Nixon tomó mi mano para seguir caminando.
Me solté de su agarre, la mirada algo molesta no me pasó desapercibida. Me acerqué detrás de él al notar aquellas máquinas de aspecto humanoide pasar por nuestro lado. Con tan solo esa acción supe que me habían analizado.
El silencio inquietante de los pasillos era roto por quienes ocasionalmente por quienes iban de un lado a otro.
Ambos nos detuvimos en una puerta, cuando se abrió pude observar al hombre pelinegro salir molesto de la habitación, a diferencia del que había visto anteriormente, resaltaban sus ojos de color avellana. Siguió derecho, solo nos dio una mirada de reojo.
Escuché a Nixon suspirar, entró junto conmigo en la habitación. Mi cuerpo se tensó por completo, en la cabecera de la mesa ovalada estaba sentado el hombre de ojos grises. No sabía su nombre. El silencio se mantuvo en la habitacion, el hombre miraba unos papeles en la mesa, su cabello negro se encontraba ligeramente despeinado.
La habitación a pesar de su tamaño se sentía pequeña, casi asfixiante. Mi cuerpo se removió inquieto en donde estaba. Nixon se mantenía en silencio creando un ambiente incómodo.
—No puede quedarse. —soltó con desdén el hombre.
No se molestaba en tan siquiera mirarnos. Mire confundida a Nixon, quería una respuesta sobre la situación.
—Puedo encargarme de ella. —murmuró Nixon dando un paso adelante.
No entendía de lo que hablaban, solté un suspiro. Un escalofrío me recorrió por completo, en ese instante un gruñido resonó en toda la sala, sentí mi corazón acelerarse dentro de mi pecho.
La inquietud lentamente se había acumulado con el pasar de los minutos al observar al frente la sala de reuniones donde los tres presentes nos encontrábamos. El hombre levantó la mirada y sus ojos se fijaron en mí.
Trague saliva, hice el intento por no retroceder cuando volvió a hablar.
—¿Por qué tomarnos la molestia de hablar en otro idioma? —anuncio, dejó los papeles en un lado, se acomodó en su asiento recostado la espalda en la silla—¿No consideras que la humana merece saber de qué se trata esta conversación?
Apreté mis manos en un puño intentando controlar mi cuerpo, Nixon se sobresaltó en su lugar.
—Alfa—insistió—, con todo respeto no creo que…
Unos toques en la puerta de la sala interrumpieron a Nixon, un gruñido feroz resonó, desvió la mirada queriendo salir de la habitación, no eran humanos, tenía que recordarme eso a mí misma.
Antes de que alguno de los presentes pudiera decir algo al respecto, la puerta se abrió, una persona fue lanzada de golpe dentro de la sala, mi cuerpo se tenso, y me sobresalte ahogando un grito de horror ante la escena.
El hombre que habían lanzado estaba magullado por golpes, el labio roto, el pelo desordenado, la ropa sucia, con rotos, y uno de sus ojos morados, soltó un quejido de dolor sosteniendo su estómago en el suelo, observe como un hombre entró después de él, tenía una mueca de malicia y burla en su rostro. Mire sus ojos café claro, cuando desvió la mirada hacia mí, preferí retirarla.
—¿Interrumpo algo? —su voz se tornó monótona.
El otro hombre magullado en el suelo se arrastró con dificultad hasta donde me encontraba. Mi cuerpo se tensó al notar como la sangre salía lentamente de su cuerpo, y su ropa se manchaba de esta.
—No —noté cómo Hicks tomó uno de los papeles de la mesa para revisarlo, para luego de unos segundos decir indiferente e ignorando al hombre sangrante—. Estás manchando mi sala, espero que sea un buen motivo.
El otro pelinegro, Caleb pareció algo confundido por unos momentos, se encogió de hombros y murmuró.