Me quede estática, mi cuerpo aún temblaba por lo que había sucedido hace horas, Nixon me había sacado de allí tan pronto como Hicks finalizó, las imágenes pasaban una y otra vez en mi mente repitiendose como casetera rota, no era un juego, ni una búsqueda del tesoro.
Lo había olvidado, en este horrible lugar, si no me cuidaba la espalda podían apuñalarme, no parecía costarles nada arrebatarme la vida. Solté un suspiro dejando salir todos los nervios que tenía, sin embargo mi cuerpo aun temblaba y sentía la sensación de sus manos asfixiándome.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, cerré los ojos por unos segundos.
Hicks era un hombre capaz de romper huesos con sus propias manos y abrir cráneos con gran facilidad, como si estuviera rompiendo hojas de papel.
—Lo lamento. —La voz de Nixon me sacó de mi trance después de unos minutos, estaba junto a mi en la cama.
Hice un gran esfuerzo por ignorar la punzada de dolor en mi cuello.
Volvió a levantarse de la cama para salir de la habitación, no dije nada cuando se fue, mi vista pasó al piso, trague saliva, no fue hasta unos minutos después que me percate de que mi zapato chocaba fuertemente contra el suelo, lo detuve poniendo mi mano sobre mi muslo.
Me puse de pie, un suave quejido salió de mis labios al intentar girar la cabeza, entre al pequeño baño que se encontraba en el rincón de la habitación, me miré en el espejo haciendo una mueca de asco, mi herida se veía horrible.
Parpadee un par de veces enfocando la vista, pase mis manos por mis ojos evitando que alguna lágrima se escape, lave mis manos y moje mi cara.
Su amor a esa mujer se había convertido en una obsesión, eso era, todos aquí tienen una. Yo no era la excepción, la puerta del baño se abrió, Nixon traía en sus manos lo que parecía un botiquín, sus ojos estaban fijos en mi cuello, desvie la mirada.
No terminaba de comprender por qué no se había ido del todo.
Dejó el botín a un lado, y volvió a la habitación de la cual trajo una silla.
—Siéntate —dijo suave, al notar que permanecí en mi lugar, insistió—, siéntate, Por favor. —repitió.
Nixon se arrodilló junto a mí, me acomode, sus ojos seguían fijos en mi cuello. Sabía que mi garganta mostraba marcas profundas y moretones, pero lo que más me preocupaba era la expresión ausente en su rostro.
—Maya, estarás bien. ¿de acuerdo? —murmuró en voz baja, rodee los ojos ante su actitud, sonó que lo que dijo era para él, en vez de para mí,
Al fijarme en sus manos, estas temblaban ligeramente, mientras sacaba los suministros médicos del botiquín.
Asinti débilmente, Nixon parecía en otro mundo, distraído mientras intentaba concentrarse en ayudarme. Con manos temblorosas, Nixon extrajo una botella de agua y una gasa estéril.
—Voy a limpiar tu herida, mantente quieta —anuncio Nixon con voz firme, mojando suavemente la gasa con agua limpia.
Con movimientos delicados, Nixon limpió cuidadosamente las marcas de mi cuello, sentí un nudo en la garganta, pude verme en el espejo enfrente de nosotros. Aunque la herida no sangraba, la piel estaba amoratada y magullada, mi cuello se veía hinchado y maltratado.
—Ahora, vamos a aplicar un poco de ungüento para ayudar a sanar —continuó Nixon, aplicando con cuidado una capa delgada de ungüento, al parecer antibiótico en la piel dañada.
Una ligera sonrisa recorrió mi rostro al sentir el frescor reconfortante del ungüento en mi piel. Aunque el dolor persistía, el toque suave y amable de Nixon, me brindaba un atisbo de consuelo en medio de la desesperación que intentaba guardar dentro de mi.
Una vez que la crema estuvo en su lugar, Nixon tomó una gasa estéril y la colocó con cuidado sobre la herida, cubriéndola completamente para protegerla. Luego, con movimientos cuidadosos, aseguró la gasa en su lugar con un vendaje adhesivo suave.
—Listo, eso debería ayudar a proteger tu herida mientras sanas —dijo Nixon con una sonrisa suave.
—Gracias… —mi voz sonó quebrada.
Desvié la mirada de nuevo.
Negué con la cabeza, y retire su toque en mi mano, él no podía hacer nada al respecto. Se levantó de donde se encontraba.
—Será mejor que regreses a casa. —anunció tomando de nuevo mi mano, dejó una suave caricia y la levantó para dejar un delicado beso allí.
Volví a negar varias veces, evitando mirar sus labios.
—No puedo regresar. —dije siendo consciente de lo que implicaba no volver jamás.
Suspiro.
—Entonces te llevaré a otro lugar. —entrelazo su mano con la mía, me quedé allí mirando nuestras manos unidas.
Era demasiado amable.
Después de unos minutos me llevó a la cama y insistio que me sentara, fue cuando el noto el libro en el suelo, caminó hasta una de las esquinas de la habitación, donde se encontraba el libro que tiempo atrás me había ofrecido, desvie la mirada y escuche sus pasos acercarse.
Abrió la primera página.
—Nada de lo que te cuente va a cambiar lo que paso—hizo una pausa para hojear las páginas del libro—, no vuelvas a mencionar a esa mujer delante de Hicks, espero que mi consejo te sirva de algo—me ofreció el libro.