Un interrogatorio, la idea me revolvía el estómago. Cada día que pasaba, más preguntas se formaban en mi mente. Llegaba a un callejón sin salida y la única “salida” era el interrogatorio. No quería que indaguen en lo que había sucedido, suplicaba en medio de sonidos ahogados que alguien me sacara de aquí. No era una heroína, ni tampoco debí curiosear mas haya de mi comprensión humana, en cuánto había sacrificado para estar aquí.
Lo que había perdido.
Cuando cerraba los ojos, las imágenes y los gritos se repetían una y otra vez, aquellos que escuche a lo largo de mi vida, y los que fueron contenidos en mi garganta en agonía.
¿¡Crees que eres diferente a esos monstruos!?
No, no lo era.
Sentía que era igual a ellos porque no hacía nada al respecto para ayudar a las personas de las celdas. Para aliviar el sufrimiento que tenían… No los conocía, sabía que para ellos su día a día era un infierno. Si intervenía quien sufriría en un infierno sería yo.
No quería eso.
¡Terminarás en una granja como todos los demás!
No, no lo haría. Por lo menos hasta que descubriera por qué los mandaban a granjas. Recordaba perfectamente las palabras de Nixon.
—Esclavos—levanto la carpeta señalándome—. Cada cierto tiempo, vamos a un mundo diferente, se conquista y se obtienen recursos, es lo que cualquier imperio humano antiguo haría.
¿Esclavos solo eso? Debía haber otro motivo, uno mucho más importante.
En los mismos momentos del día, venían las máquinas humanoides a llevarme comida. Con el temblor en mis manos no la rechazaba. Una mujer había venido dos veces a revisar las vendas de mi cuello. El tiempo pasó lentamente, ya no sabía cuántos días habían pasado, había perdido la cuenta, las paredes por momentos parecían hacerse pequeñas.
Recostada en la cama, jugaba con el anillo entre mis dedos. Todavía no descifraba qué significaban los símbolos. Un suspiro cansado salió de mi cuerpo. No quería estar aquí.
Las horas pasaron lentamente, y con ello mi esperanza de irme.
El recuerdo aún permanecía en mi mente, todo había sucedido por Keyla, ella fue el comienzo y mi “instinto” me decía que ella sería el final de todo. ¿Por qué Hicks la buscaba? Algunas repuestas se respondieron a lo largo de mi camino hasta aquí. Otras seguían presentes y con los días otras, por el contrario, seguían sin respuesta.
Lo oí.
Los toques durante la noche en la puerta llamaron mi atención. Después de unos segundos, la puerta lentamente se abrió. Allí, en el umbral de pie estaba Nixon. Su cabello estaba desordenado, mechones caían por su rostro, ligeramente húmedo, el rubio en su pelo se veía oscuro. Su ropa estaba desprolija y un poco arrugada, no contaba con su corbata y podía ver la pequeña cadena en su cuello. Tenía una bandeja de comida en una mano y en la otra un botiquín.
Me acerqué a encender la pequeña lámpara junto a la cama. En la habitación, solo iluminada por la tenue luz que producía. Se quedó de pie quieto unos segundos mientras me escaneaba, sus ojos se iluminaron al verme. Un cosquilleo me recorrió el cuerpo, me sentía vulnerable. Un nudo se formó en mi garganta.
En un suave susurro le pregunté.
—¿Qué haces aquí?
El silencio agudo proporcionaba un ambiente cálido, contrastando con la tensión en el aire junto a ambos. Negué con la cabeza.
Nixon, de pie junto a la entrada, me miraba con preocupación, había algo más en sus ojos, un sutil brillo que no alcanzaba a descifrar. Él no había dicho palabra desde que entro. Estaba sentada en el borde de la cama, él mantenía la mirada baja, con una mezcla de dolor y alivio en sus ojos. Hacía un tiempo que no lo veía. Dio unos pasos hasta estar frente a mí, sus ojos fueron en dirección a mi cuello. Las vendas alrededor de este, ya deshilachadas, hacía tiempo que no se cambiaban, eran los testigos silenciosos de un sufrimiento que callaba por dentro.
Con manos temblorosas, Nixon se inclinó hacia adelante, sus dedos rozando suavemente la piel de mi cuello.
—¿Cuándo me contarás toda la verdad? —pregunte con cautela.
Sus ojos se entrecerraron, mantuvo silencio. Un suave destello dorado apareció en ellos. Tan fugaz como una estrella a la distancia. Un nudo se formó en mi garganta, espere unos minutos a que me respondiera. Ya estaba cansada, cada día tenía más preguntas y nadie a mi alrededor quería responderlas. ¿Por qué no podían? ¿Era acaso mi culpa?
Humanos, lobos, hadas, vampiros. Necesitaba saber aquello no era suficiente.
—Maya. —hizo una pausa y tomo mis manos entre las suyas, sus dedos tocaron con delicadeza el anillo, rozó la parte de los símbolos dorados, y sonrió—Ten paciencia. Mein leben. Aún no es el momento —sentí el temblor en mis manos, mordí mi legua. ¿Por qué? —. Sé que has sido muy paciente, y te lo agradezco, espera un poco más.
Permití que una de sus manos fuera a mi cuello y que sus dedos rozaran las cicatrices con una ternura, me generaba sutiles escalofríos en todo el cuerpo.
—¿Por qué no puedo saberlo aún? —mi voz tembló, y empecé a parpadear varias veces.
No iba a llorar.