Nixon se acomodó en la cama y dio unas suaves palmadas sobre el colchón, indicando a la joven que se sentara a su lado. El cuerpo de Maya se rebelaba internamente, gritándole que huyera, corriera lejos de él. Era como un suave cosquilleo en su cuerpo que le indicaba que algo andaba mal.
El miedo se plantó en cada fibra de su ser. Su cuerpo temblaba, y le costaba controlar su respiración. Nixon sintió cómo su corazón se encogía ante la imagen de la joven que tenía frente a él, ese leve cosquilleo en sus dedos que le instaba a acercarse.
Odiaba verla en aquel estado.
Aunque su expresión permanecía neutral, en su interior se desataba una tormenta de emociones. Maya lo miraba con una curiosidad cautelosa, pero se quedó de pie. Negó con la cabeza mientras se abrazaba a sí misma, luchando por contener las lágrimas que se acumulaban en sus ojos, negándose a dejarlas salir.
—Habla —dijo, cortante y directa. No necesitaba añadir más palabras para que él sintiera la inquietud crecer.
Ambos permanecieron en silencio por varios minutos, Nixon se volvió a sentar en la cama y mirando hacia el techo dejo esperar un suspiro.
—Más que solo esclavos —comenzó, tomando aire y mirándola de nuevo con una calma tensa—, existe otro motivo —sus manos temblaron por un instante antes de apretar los puños—. Las granjas están dispersas por todo el universo, como una vasta red de almacenamiento alimenticio —su voz se volvió grave y áspera—. Enviamos allí a... —se detuvo, el sonido del zapato de Maya golpeando repetidamente el suelo resonaba en la habitación. Tragó saliva, desviando la mirada—. A las personas de los mundos conquistados... Son nuestro alimento.
Un jadeo rompió el silencio.
—¿Son su comida? —preguntó, con un asco evidente en su voz.
Trago saliva y en sus oídos pudo escuchar su corazón de lo rápido que latía.
Nixon tomó una profunda inhalación. Ella permaneció allí, inmóvil, mirándolo fijamente, negándose a creer lo que acababa de escuchar.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, al borde de romperse, su labio inferior tembló y cerro los ojos.
“Tenía que ser una broma de mal gusto”.
Era el momento adecuado, ya no puede esperar mas. Murmuró una voz en la mente de Nixon. A pesar del desagrado que sentía, sabía que la realidad que estaba por revelar destrozaría los ideales y principios de la joven.
—No todos nosotros —continuó, tragando saliva mientras un cosquilleo recorría sus dedos—. Solo algunos... tienen una afición por su carne… —su tono era despectivo, casi frío.
Con cuidado, sacó el colgante que llevaba al cuello, mostrándole el anillo que colgaba de él. Era idéntico al de Maya. Lo acarició con delicadeza, una sonrisa triste asomando en su rostro. Ella lo observó, desconcertada.
El mareo comenzó a trepar por el cuerpo de Maya, acompañando al cosquilleo que la recorría. Imágenes aparecieron en su mente como un torbellino, niños, mujeres y hombres desmembrados llorando de dolor mientras los cortaban con ferocidad. Recordó a las personas que cuando había llegado a este lugar la acompañaron por un periodo corto.
Tenía sentido que estuvieran aterrizadas.
Pasó la mano por su frente, retirando el sudor que se había acumulado.
—No todos nosotros —repitió con firmeza— comemos carne humana, solo algunos. “Los que pueden soportarlo”. —añadió.
Nixon frunció el ceño.
—Los humanos que cumplen los estándares pueden ser enviados a las granjas, la gran mayoría no cumple la “pureza” requerida, pasan a ser esclavos o van al mercado negro.
Nixon no la miró, se quedó inmóvil, sintiendo el miedo de la joven de pie a su lado. Escucho sus pasos, ella retrocedió y cerró los ojos.
Por favor... Pensó él apretando la mandíbula.
El asco y la repulsión se apoderaron de Maya. Negó con la cabeza, revolvió su cabello con desesperación y bajó la mirada al cuello de Nixon. Pudo haber sido una de ellos, terminar en un plato gourmet para algún restaurante lujoso, o aún peor ser desmembrada parte por parte mero disfrute sádico que alguna criatura retorcida.
La idea la hizo temblar.
—Cariño, sé que es difícil de procesar… —murmuró Nixon, en voz baja.
—¿Difícil de procesar? —gruñó ella, su voz tembló por unos instantes—¡Había niños allí! ¡Niños! —gritó, señalando la puerta.
—Lo sé. —admitió él, sin atreverse a negarlo.
—¿¡También comen niños!? —su voz temblaba de horror.
Él no se atrevió a mirarla, y ese silencio fue una respuesta suficiente para Maya.
Un pensamiento se repetía de nuevo en su mente: "Pude haber sido uno de ellos, terminar en una granja y convertirme en el próximo platillo en la mesa".
—¿Cuál es la pureza requerida? —preguntó Maya, con la voz cargada de miedo y asco.
Nixon levantó la cabeza y, tras un instante de vacilación, volvió a tocar el anillo que colgaba de su cuello, como buscando fuerza en él.
—Por lo general, solo algunas personas la cumplen —respondió, evitando su mirada—. Es muy extraño que un adulto de un mundo conquistado cumpla el estándar —añadió—, suelen estar muy contaminados, su salud en general es mala, y sus órganos suelen estar un poco dañados.