El crepúsculo del emperador

Capítulo 00027 ⅖ Un medio para un fin

Atencion. Este capitlo me tomo mas tiempo del planeado, espero que lo disfruten. ;)

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La punzada en su cuello se intensificó cuando Nixon terminó de hablar, como si cada palabra que había salido de su boca fuera una aguja afilada clavándose en su piel. Su estómago se sintió revuelto y miro sus manos confundida. El anillo en su dedo se sentía como una cadena, pesado. Maya se dejó caer sobre la cama, su cuerpo temblaba, y la sensación de náuseas la invadió.

—Maya, sé que es algo muy delicado de contar —Nixon tomó el botiquín, pero sus manos temblaban ligeramente—. No espero que lo comprendas a la primera vez o que creas que está bien.

Ella lo miró, con los ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer.

¿Eran aquellas las respuestas que esperaba? No, definitivamente no esperaba eso.

—¿Por qué me dices esto? —preguntó, su voz quebrada— ¿Qué esperas que haga con todo esto?

Nixon la miró, pero el silencio fue su única respuesta. Abrió el botiquín y soltó un suspiro agotado. Nixon era consiente del daño que le estaba haciendo al contarle la verdad. Las imágenes que Maya había visto en su mente la golpeaban una y otra vez. Niños, hombres y mujeres encarcelados y en un futuro cercano desmembrados. Los gritos de agonía parecían formar parte de la atmósfera misma, mezclándose con la luz brillante de la habitación. Cerró los ojos, intentando apartar la molestia que sentía apretando los párpados con fuerza, como si pudiera bloquear las visiones que la estaban atormentando.

—¿Por qué...? —su voz salió rota, preguntando de nuevo, apenas un susurro y lo observo— ¿Por qué me dices todo esto ahora?

Nixon se quedó en silencio por un momento, su mirada clavada en ella. Sus dedos rozaron el metal frío del anillo que colgaba en su cuello, buscando consuelo en el objeto que llevaba consigo siempre. No había consuelo en lo que estaba a punto de decir.

—Porque lo mereces —dijo finalmente, su voz cargada de una tristeza que Maya no había visto antes en él—. Necesitas saber la verdad para entender... para tomar tus propias decisiones.

—¿Entender? —La palabra salió como un susurro molesto, impregnada de incredulidad—. ¿Qué es lo que quieres que entienda, Nixon? ¿¡Qué soy solo otra posible víctima para esas granjas!? ¿¡Que podría haber terminado como una de esas personas!? —Su voz se quebró, y termino alzando el tono.

Nixon se movió hacia ella, pero Maya levantó una mano, su cuerpo se tensó y se alejó levantándose de la cama, deteniéndolo en seco. El mareo vino de nuevo a su cuerpo, cerro los ojos por unos segundos, sus manos temblaban. El aire de la habitación se sentía pesado, y su simple gesto lo dejó congelado en el lugar. Sus ojos se encontraron, y por un instante, Nixon pudo ver el dolor que ella trataba de ocultar tras su furia.

—Maya... —murmuró, su voz apenas audible—, no todos nosotros estamos de acuerdo con lo que sucede en las granjas. Hicks no lo está—menciono a su jefe, como un referente de la situación, pero sin explicar por qué continuaba ese trabajo, la atroz cacería—. No todos compartimos esa... afición. Pero no tengo el poder para cambiarlo. Nunca lo he tenido—se acercó a ella esperando que sus palabras fueran comprendidas—. Es un sistema que ha existido por eones, no es algo que pueda cambiar fácilmente —Nixon desvio la mirada—. No es algo que el Sr. Hicks pueda cambiar, aunque le repugne.

Ella lo miró, sus ojos húmedos, pero las lágrimas se negaban a caer. Negó con la cabeza repetidas veces. “Mentiroso, maldito mentiroso”, se decía. ¿Que Hicks no podía cambiarlo? No le creía, el tenía el poder. ¿Por qué no intentar cambiar tal atrocidad? Se cruzó de brazos como si pudiera protegerse de sus palabras, pero lo mencionado seguían flotando en su mente: alimento, granjas, pureza, niños, no humanos. ¿Eran monstruos acaso? ¿Así era como debía verlos?

—Sé que puede ser difícil de procesar y entender —él hizo una pausa buscando las palabras más delicadas para hablar, repitió de nuevo como al principio de su conversación, no estaban llegando a nada—, lamento profundamente que te hayas… Enterado de la peor manera posible, que haya sido por sospechas, y no por completo de mis labios.

Nixon se sentía arrepentido, su voz temblaba cuando pronunciaba palabras. Quizo explicarle por qué debía ser el a quien le correspondía explicarle.

—¿¡Difícil de procesar!? —repitió Maya con voz temblorosa en medio de un grito, mientras daba un paso al frente. Su respiración era irregular, luchaba por controlar el temblor en su voz, se sentía como en un deja vú—. ¿¡Difícil!? —De repente, soltó una carcajada vacía, casi histérica, revolviendo de nuevo su cabello, agarro sus mechones de pelo y repitió otra vez—. ¡Había niños allí, Nixon! ¡Niños! ¡Madres y personas inocentes! ¿¡Es que acaso no te importa!? —su grito resonó en la pequeña habitación como un cuchillo que cortaba el aire.

Nixon cerró los ojos por un instante, respirando hondo. La respuesta para que quería darle era demasiado dolorosa: “No le importaban, no eran su problema y lo habían entrenado para que actuara indiferente. A sus ojos y a los ojos de los demás, eran un medio para un fin”. No podía mirarla a los ojos, no ahora. Sabía que cualquier palabra que dijera no haría más que alimentar el abismo que se estaba formando entre ellos.




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