Atencion el capitulo contiene escenas fuertes.
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Nixon agacho la cabeza cerrando sus ojos con fuerza, Maya no podia ver la expresion de cansancio en su rostro y las lagrimas contenidas. El apreto sus puños con fuerza, movio su cuerpo hacia un lado, al abrir los ojos desvio la mirada.
Observo con horror como ella retiro el anillo de su dedo y se lo ofrecio de vuelta.
Nixon se sento en la cama manteniendo la distancia con Maya, su mente vagaba entre diversos recuerdos que habia visto a lo largo de los siglos.
—Por favor…— El la rechazo, insistiendo en que lo usara y se fue.
Sus pasos eran silenciosos recorria la nave diligentemente, las palabras de la joven seguian en su mente como un suave eco. Cada persona tenia sus propias razones para seguir adelante
¿Por qué rendirse cuando estaba tan cerca de la meta? La voz suave en su mente le daba ideas, cada una mas retorcida que la anterior.
Ella no iba a comprenderlo.
No todavia.
El camino por el que habia andado por tanto tiempo estaba lleno de baches, tropiezos y gotas de sangre.
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Sus pasos resonaron por los pasillos de la nave, el caminaba apresurado sin saber la direccion hacia donde ir. A la distancia el sonido de una teclas de piano salia de la habitacion la cual tenia la puerta abierta, con el corazon aceledado y una mano sobre su pecho, Nixon se acerco a la puerta. Mirando atraves del espacio sobrante.
Reconocio a su jefe tocando el piano, la calma en su expresion, se mezclaba con la musica que sonaba en toda la habitación, mantenia sus ojos cerrados, moviendo sus manos al ritmo de la musica sobre el teclado, su cuerpo se balanceaba con gracia de un lado al otro.. .
—¿Hablaste con ella? —pregunto con calma Hicks, sin dejar de tocar.
Nixon se sobresalto sorprendido en su lugar. Asintio con la cabeza sin interrumpir la musica, con el pasar de los segundos el ritmo iba aumentando poco a poco, Nixon agacho la cabeza recordando lo sucedido, la musica solo le producia melancolia y un sabor amargo en la boca.
No continuo hablando. El observo las rosas rojas y una flor de camelia sobre el piano blanco.
Hicks de repente dejo de tocar, y cerro la tapa del piano con algo de fuerza despues de recordar algo.
—Me escoltaras en la reunion.
La melodía se detuvo, aunque Nixons erguia escuchando el ritmo anterior en su mente, las palabras de Hicks lo dejaron intranquilo.
Nixon trago saliva inquieto en su lugar. Hicks se levantó del banco, al pasar junto a Nixon le dio una suave palmada en el hombro, se retiro despues de eso.
Hicks se encontraba sentado frente a varios hombres. Su postura, relajada; sus brazos descansaban sobre los apoyabrazos de una silla hecha de piel de oso polar. A su alrededor, los presentes cada uno era más repugnante que el anterior. Sus sonrisas arrogantes y lascivas se dirigían hacia las mujeres que llenaban la sala.
La sala estaba iluminada por lámparas de cristal que colgaban sobre ellos, proyectando un brillo pálido que acentuaba las arrugas y la palidez de los rostros presentes, intentaban ocultar su miedo. El aire estaba cargado de un aroma metálico, mezclado con el olor dulzón del tabaco proviniente de uno de los hombres, uno de cabello marron que fumaba y el perfume barato de las mujeres. Cada sonido —un vaso colocado sobre la mesa, un susurro mal disimulado— parecía amplificarse en el silencio denso.
El primer grupo de mujeres era más afortunado que el segundo.
Nixon estaba de pie a su derecha, como una sombra. Su figura alta y rígida proyectaba una presencia imponente, era una amenaza silenciosa, y aunque mantenía el rostro neutro, sus ojos escudriñaban cada movimiento en la sala con precisión e incomodidad.
Algunas de las mujeres eran víctimas de su situacion. Inconscientes a la amenaza que Hicks representaba, se paseaban junto a Hicks insinuándose con movimientos sutiles de caderas, sus miradas cargadas de deseo, algunas pocas sin disimular. Para ellas el representaba era su medio de escape, para poder salir de aquel infierno en el cual se encontraban, o entrar a uno peor. Sin embargo, Hicks no compartía su ilusión; para él, no eran más que herramientas, piezas en un juego más grande, poco le importaban esas mujeres.
Las que no se le insinuaban, pero murmuraban con las demás, que el era un hombre de poder, estaban bajo “su protección” solo porque le proporcionaran información sucia de sus socios, aquello que en futuro pudiera usar para matarlos. Aunque no lo sabían, por qué le convenía mantener a sus socios controlados por medio de ellas, algunas eran útiles al proporcionarle información sucia sobre sus socios, datos que podría usar más adelante para destruirlos.
Aquellos hombres eran un desperdicio de oxígeno. Sin embargo, realizaban el trabajo sucio y solo por ello merecían vivir, si alguno cruzaba la línea, Hicks no dudaría en cortarle el cuello sin remordimientos.
Eran solo una pieza en un gran tablero de ajedrez que había creado con un solo propósito en mente.
Encontrarla.