El crepúsculo del emperador

Capítulo 00027 ⅘ El puerto

Su único objetivo era encontrar a su amada.

Antes de salir Hicks le dio una vaga mirada a la jaula al fondo de la sala, oculta y con telas cayendo por sus bordes.

Por un segundo… tuvo lastima.

Llevaron al joven arrastrado hacia una habitación oscura. El temblaba y murmuraba balbuceos suplicando por su vida. En medio de su agonía esperaba ser libre o morir rápido. Hicks se quedó de pie frente a la puerta roja donde lo habían dejado amarrado a una silla.

No expresó sus dudas abiertamente, la puerta tenía un símbolo de cráneo y ligeras manchas rojas en los bordes.

Uno de los hombres con los que Hicks negociaba estaban a sus espaldas, esperando que él entrara. Habían guardias de Hicks esperando atentos por si sucedía cualquier acción imprudente por parte de los hombres.

Eran tan repulsivos que deseaban ver cómo el torturaba al joven sin expresión alguna.

No les concedió el placer.

Abrió la puerta, sus manos estaban enguantadas, evitando mancharse de suciedad.

Al entrar miro el lugar con interés fingido, se fijó en el joven muchacho humano por un segundo, luego recorrió la habitación mirando las paredes manchadas, supo por el aspecto decrépito de el que no había cumplido con su deber.

Al analizarlo se percató de que el joven humano había trabajado en la parte de extracción de materias primas, su aspecto desgastado lo delataba.

¿Qué podría saber él sobre algo ocurrido hace eones?

Entre cerro los ojos, camino con calma hasta la mesa con implementos de tortura, algunos demasiado retorcidos y crueles como para usarlos, no viviría mucho tiempo si llegaba a lastimarlo.

Tomo un martillo, dio golpes en el aire en la dirección del joven. Escucho sus susurros desesperados.

“¿No sería mejor matarlo? No ha de saber nada” Dijo una voz gruesa en la mente de Hicks.

El joven seguía balbuceando, su cuerpo temblaba incontrolablemente mientras las cadenas que lo ataban resonaban débilmente con cada sacudida. Las lágrimas le corrían por el rostro sucio, y sus ojos suplican buscando cualquier signo de compasión en Hicks.

Con pasos meticulosos, Hicks rodeó la silla donde el muchacho estaba amarrado, analizando cada rasgo en su expresión.

Una leve sonrisa cruzó su rostro mientras daba pequeños golpes con el martillo en el respaldo de atras de la silla.

Podía sentir el pánico del chico el cual llenaba la sala.

¿Cuánto valor tiene tu vida?

Una arma solo era efectiva en manos de los hombres que disfrutaban causar dolor, él no necesitaba de herramientas físicas en ese momento para obtener la información que buscaba.

El joven abrió la boca sin éxito, su garganta estaba seca, y con las palabras atoradas en medio de su garganta.

Hicks se inclinó ligeramente hacia él.

—No he venido a perder mi tiempo. Mi paciencia es un recurso mucho más valioso de lo que puedas imaginar, y tú la estás agotando con tus lloriqueos. —continuó Hicks, por un segundo considero usar una herramienta—Habla, o vivirás lo suficiente para desear no haberlo hecho.

El joven tragó saliva, sus labios temblando mientras intentaba formar una respuesta coherente.

Finalmente, su voz salió como un susurro casi ahogado.

—Yo... no sé... no sé nada... ¡Me dijeron que solo tenía que entregar los paquetes! —movió sus manos en las ataduras, raspando su piel— Ellos dijeron que no hiciera preguntas. ¡No sé nada de ella!

Hicks apretó su mandíbula y sintió sus dientes doler. El muchacho seguía soltando confesiones inútiles.

El cuerpo del joven se encogió y comenzó a negar repetidas veces con la cabeza, tragándose su propio llanto.

“Qué perdida de tiempo” Hablo de nuevo la voz en su mente.

Sabía que, aunque no era alguien relevante, podría tener alguna pista, algún indicio que lo acercara a su objetivo.

—Entregas materiales y paquetes ¿A quién? —Hicks habló despacio.

El joven tembló aún más, como si esas preguntas fueran cadenas invisibles. El olor a hierro y sudor llenaba la habitación, mezclándose con el eco de las cadenas, ambas cosas le trajeron viejos recuerdos. Ninguno agradable.

Todos los recuerdos relacionados meses antes de la muerte de su amada.

—A unos hombres en el puerto. —el joven inclino la cabeza y contuvo las lagrimas—No... no sé quiénes son. Nunca los veo... —Comenzó a explicar y hablar entre sollozos—Solo sigo las órdenes... Las órdenes que me dan... —su voz se quebró— ¡Por favor! ¡Se lo suplico! ¡No sé nada más!

Hicks se mantuvo inmóvil durante unos segundos, evaluando la desesperación en los ojos del muchacho, esa mirada le recordó a alguien. Luego, sin decir nada más, se giró hacia la puerta.

Antes de salir de la sala dejo el martillo en la mesa con un sonido de estruendo, los hombres que aguardaban afuera se mostraron inquietos, expectantes de algún espectáculo grotesco que nunca ocurrió. Le dio una mirada de reojo a su guardia Nixon que se mantuvo de pie esperando su salida.




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