El crepúsculo del emperador

Capítulo 00027 - ⁵ Pasos perdidos

Maya se encontraba corriendo por los silenciosos pasillos de la nave. Deseaba no encontrarse con nadie. Ese mismo día se había animado a salir de la habitación con la tarjeta que Nixon le había entregado. Era su boleto de salida.

Su cuerpo fue jalado de golpe, se tensó y quejó de dolor. Cuando volteó a ver quién se había atrevido a lastimarla, allí había un hombre que reconoció de inmediato.

Caleb.

No lo había visto en bastante tiempo. Él la miraba con molestia. Podría contarle a Hicks sobre su escapada, la reprimenda por parte de Nixon apareció en sus pensamientos. Juraría que podía escuchar su voz diciéndole: “No fuiste tan cuidadosa”.

Ambos se quedaron en silencio. Su mirada inquisitiva y curiosa fue lo que le llamó la atención.

—¿Por qué estás afuera? —su tono de voz fue brusco.

Miró los símbolos y las flechas en los carteles en el techo, odiaba no poder entender el idioma, sintió el agarre apretado en su brazo. ¿A dónde podría ir?

—Responde.

Negó con la cabeza inquieta, no podía soltarse.

—Busco a Nixon. —su voz tembló.

Caleb se inclinó en dirección a Maya, una sonrisa se le formó en el rostro.

—Puedo llevarte con él, caminas en la dirección equivocada. —indico señalando el pasillo.

Miro por el pasillo, estaba solo. No hay casi sonidos, se sintió acorralada entre tantas paredes y luces blancas. No sabía en qué dirección la conduciría si seguía por allí, pero tampoco podía confiar en el hombre y su manera extraña de actuar

No tenía opciones.

Soltó un suspiro, asintió y cambio a regañadientes la dirección en la cual se dirigía. Maya no pensó en las implicaciones de su decisión.

Sin decir nada más, Caleb giró sobre sus talones y comenzó a caminar. Sus pasos resonaban en el suelo metálico, y el eco de sus botas marcaba un ritmo que de alguna forma se sentía apresurado, incómodo, casi ansioso. Maya lo siguió sin discutir, manteniendo la mirada baja mientras sus pensamientos la ponían más inquieta, llenos de preguntas sin respuesta.

La nave era inmensa, por dentro era como un laberinto. El pasillo por el que avanzaban parecía no tener fin, los tubos de luz brillaban sobre sus cabezas, se sintió incómoda.

Las manos de Maya temblaban, escuchaba sus latidos retumbar en sus oídos. Su propio nerviosismo le que la hacía notar esos pequeños detalles. En ocasiones, escuchaba algo más: un zumbido grave que parecía surgir desde las entrañas de la nave, acompañado de vibraciones sutiles en el suelo.

A medida que avanzaban, Maya notó cómo las puertas a los lados del corredor se volvían más escasas. Los muros estaban cubiertos de líneas grabadas en un idioma que no entendía, símbolos que parecían cambiar levemente si los mirabas demasiado tiempo. Era fácil perderse allí, y entendió por qué Nixon le había dado aquella tarjeta que ahora llevaba oculta en su ropa. Sin ella, jamás habría podido salir de su habitación sin activar las alarmas.

Caleb no decía una palabra, pero la rigidez de sus hombros hablaba por él. Caminaba sin mirar atrás. Maya apresuró el paso para no quedarse atrás, aunque el cansancio comenzaba a calarle en las piernas. La noche anterior apenas había dormido, y la ansiedad desde que salió de su habitación le pasaba factura, pero había algo más que no podía ignorar.

—¿Qué quisiste decir antes? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio.

Caleb se detuvo en seco, y ella casi choca contra su espalda, soltó un insulto en voz baja. El hombre giró la cabeza apenas, lo suficiente para que ella viera la curva fría de su sonrisa.

—Exactamente, lo que escuchaste —su tono era bajo—. Aquí afuera, cuando te alejas demasiado, dejas de ser una visitante y te conviertes en...

No termino su frase. Ella asintió, no necesidad de que lo terminara. El estómago de Maya se revolvió, y la bilis subió a su garganta, la contuvo. Trató de controlar su respiración, de no dejar que el miedo la paralizara.

—¿Y tú qué eres? —se atrevió a preguntar.

Caleb soltó una risa suave, pero sin humor.

—Soy quien te está guiando ahora. Deberías agradecerlo.

Antes de que Maya pudiera replicar, las luces del pasillo parpadearon, y un chirrido agudo resonó en los pasillos, metal raspando metal, resonó en el corredor. Caleb se tensó y alzó una mano para que ella se detuviera. Acto seguido, sacó algo de su cinturón, un dispositivo delgado con una pantalla que vibró en cuanto lo activó.

—Cambia de dirección —ordenó de pronto—. Rápido.

Maya dudó solo un instante, el suficiente para que Caleb la empujara con fuerza hacia el cruce del pasillo, alejándola del camino por el que habían venido. Escuchó un estruendo a sus espaldas, algo pesado desplazándose demasiado rápido.

Corrieron.

El nuevo corredor era más estrecho, y las luces eran rojas, tenues, proyectando sombras alargadas que hacían parecer que algo o alguien los seguía desde cada esquina, sus piernas comenzaron a temblar, su visión estaba borrosa. Caleb no explicaba nada; solo corría, como si supiera exactamente dónde estaba el peligro y cómo esquivarlo. Maya luchaba por seguirle el ritmo, sentía la garganta arder y las piernas temblar. Aun así, seguía avanzando.




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