El crepúsculo del emperador

Capítulo 00028 Tonos en gris

Maya se quedó quieta, sin saber qué responder al principio. Sus emociones estaban desordenadas, igual que las palabras en su garganta. Aguanto las lágrimas. Caleb estaba recostado en la pared, mirando con interés.

—¿¡Dónde estabas!? —Nixon alzo la voz, acercándose.

Él ignoró por completo a Caleb.

Antes de que Maya pudiera responder, Caleb resopló con fastidio, cruzándose de brazos.

—Viene de discutir con él —dijo Caleb con tono cargado, casi como si el aire alrededor de Nixon aún oliera a Hicks—. Qué valiente.

Nixon apretó la mandíbula, sin apartar la vista de Maya, ella se fijó en su labio partido.

—No era mi intención dejarte sola —continuó, como si Caleb no existiera—, pero las cosas... cambiaron. Él no quiere que sigas aquí.

Maya sintió un escalofrío. Sabía exactamente a quién se refería. La sombra en el holograma. Hicks.

—¿Qué fue lo que le dijiste? —preguntó Maya, intentando entender el alcance de la situación.

Los ojos de Nixon se oscurecieron un instante.

—Lo suficiente para que me considere un traidor… otra vez.

Caleb soltó una risa breve, sin humor, mientras se apartaba de la pared.

—Eso te convierte en alguien útil… por ahora.

Nixon lo fulminó con la mirada, pero la preocupación regresó de inmediato cuando tocó el brazo de Maya, revisándola como si esperara encontrar alguna herida que no viera a simple vista.

—No tienes que seguirlo —dijo en voz baja—. Podemos salir de aquí. Te sacaré de esta nave antes de que Hicks decida…

—Nadie sale —interrumpió Caleb con calma—. No sin un plan. Y menos ahora.

Maya miró a ambos, el conflicto era palpable, pero algo dentro de ella sabía que quedarse ahí no era seguro. Ni discutirlo.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Maya.

Nixon bajó la mirada. Sus labios se apretaron como si luchara con la respuesta. El gesto endurecido y el leve temblor en su mandíbula delataban que ya había tomado una decisión, aunque no fuera fácil.

—Nos movemos. Antes de que él cambie de idea… o de que su caza comience de verdad.

Caleb chasqueó la lengua con desgano, pero asintió. Se giró sin decir más y retomó el paso, como si eso fuera lo más lógico del mundo.

Maya lo siguió, aunque no pudo evitar mirar por encima del hombro. El corredor que dejaban atrás parecía más oscuro, más profundo de lo que recordaba. Por un instante, sintió que alguien —o algo— los observaba desde esa negrura que parecía expandirse, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Tragó saliva y apresuró el paso.

El silencio que se formó mientras caminaban le resultó incómodo. Podía oír la respiración pesada de Nixon a su lado, algo irregular… como si intentara contenerse.

Lo miró de reojo. Había algo distinto en él. No solo el desorden de su cabello rubio o los rastros de tensión marcando su piel pálida. Algo en sus ojos. Como si acabara de enfrentarse a un incendio y aún le ardieran las pupilas por lo grandes que eran.

—¿Qué te pasó? —preguntó ella, al fin.

Nixon titubeó, como si hubiera esperado esa pregunta, pero no quisiera responderla. Sus dedos se apretaron alrededor del guante que llevaba en la mano izquierda, como si eso le ayudara a sostenerse.

—Acompañé a Hicks al puerto —respondió al cabo de un momento, la voz controlada pero baja—. Luego a una reunión… en el mercado negro. Me asignaron como su escolta por segunda vez.

Maya frunció el ceño. Eso no sonaba del todo extraño. Nixon solía estar cerca de él, aunque Hicks rara vez pedía compañía si no era por conveniencia. Eso pensaba.

—¿Y discutieron? —aventuró, intentando atar los cabos.

Caleb miró de reojo a ambos.

Él se pasó la mano por el cabello desordenado y soltó un suspiro tenso.

—En el puerto, alguien… mencionó tu nombre.

Maya sintió que el estómago se le apretaba de nuevo. Nixon negó con la cabeza, casi con rabia. Apretó la mandíbula y los puños, los tres siguieron caminando por el pasillo.

—No iba a quedarme callado —añadió—. No después de cómo reaccionó.

—¿Qué dijo? —preguntó ella, temiendo la respuesta.

No importa. —respondió Nixon con un tono cortante.

Deseaba protegerla de algo que no quería que escuchara.

Caleb, que iba delante, giró la cabeza con una sonrisa torcida. La expresión de quien ha visto esto demasiadas veces antes.

—Ser insolente delante de Hicks —murmuró con tono divertido—. Debiste saber que no te iba a matar, pero sí a castigarte por bocón.

—Cierra la boca, Caleb —gruñó Nixon, sin subir el volumen.

Caleb se encogió de hombros, volvió la mirada al pasillo.

—Vamos —siguió Caleb, encogiéndose de hombros—. Sabes tan bien como yo que Hicks nunca le haría daño a uno de los suyos… salvo que se lo ganen, y tú, amigo, te lo ganaste.




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