El crepúsculo del emperador

Capítulo 00030 Entre la voluntad y el anhelo

El zumbido del recuerdo aún reverberaba en sus oídos, mezclado con el latido constante de su corazón. Tenía la respiración pesada y las manos enrojecidas, los cortes resecos en sus nudillos abriéndose de nuevo con el simple hecho de cerrar los puños, recordaba la paliza que recibió de parte de los guardias y de Hicks luego de salir del puerto. La mirada de Maya seguía fija en él, llena de preguntas, de una inquietud que ella misma no parecía entender.

Maya lo miraba.

Caleb soltó una risa baja, seca. El eco de su burla se arrastró por el estrecho pasillo metálico mientras caminaban. Nixon no respondió. Seguía adelante, sujetando a Maya por el brazo con una fuerza que pretendía ser firme, aunque sus dedos temblaban apenas perceptibles.

—Eres un idiota. —repitió Caleb, como si fuera un título que le otorgaba con desgano.

Sin previo aviso, se detuvo.

Dejó caer los hombros como si un peso invisible lo anclara al suelo, y su mirada se perdió un instante en el techo del pasillo, contemplando el vacío entre luces parpadeantes y cables expuestos. Aburrido, como si el tiempo mismo lo agotara.

Nixon soltó el agarre de Maya al percibir algo en Caleb.

Un zumbido sutil le recorrió la cabeza. La voz de Hicks, fría y controlada, apareció en su mente sin llamar antes de entrar.

Su mandíbula se tensó ligeramente.

Caleb cerró los ojos un momento, como si contara los latidos que le quedaban antes de perder la paciencia. Luego giró la cabeza hacia Nixon y Maya, su mirada inexpresiva y entonces, lo escuchó.

Una voz.

No de Caleb, sino la voz de Él.

“Tráemelos.”

Su mandíbula se tensó solo un segundo antes de que una sonrisa burlona se formara en sus labios. Abrió los ojos lentamente y clavó la mirada en Nixon, vio los nervios en el hombre.

—Bueno… —dijo Caleb en un suspiro cansado, chasqueando los dedos como si ordenara recoger algún objeto que se había caído al suelo—. La diversión se acabó.

Nixon endureció la expresión al instante. Reconocía ese tono en Caleb.

—Ya escuchaste —murmuró.

La orden estaba en su mente. Nixon sintió el pulso acelerarse en su pecho. No necesitaba escuchar las palabras para saberlo.

—¿Qué pasa? —preguntó Maya en voz baja, con el ceño fruncido, notando el cambio en la tensión del ambiente.

Hicks lo quería ante él.

Y Maya…

El estómago de Nixon se revolvió un segundo antes de que Caleb hablara.

—Órdenes directas —murmuró Caleb, con una voz sin rastro de burla esta vez—. Hicks te quiere ahora mismo. Y la humana…

Se giró levemente hacia Maya, su expresión inescrutable, una pequeña sonrisa se formó en su rostro, se inclinó hacia ella.

—Felicidades, humana —dijo con sorna—. Acabas de ganarte una celda nueva.

Los ojos de Maya se abrieron con incredulidad, retrocediendo un paso sin saber bien a quién temer más. Nixon soltó un gruñido apagado. Sabía lo que Hicks quería. Él siempre sabía.

Y esa orden no admitía discusión.

Nixon extendió una mano, sin brusquedad, pero firme. Su palma enguantada descansó en el hombro de Maya, sujetándola antes de que pudiera retroceder más. Ella se tensó al instante, notando la fuerza contenida en el agarre.

Nixon apretó la mandíbula.

Lo sabía. Lo supo desde el puerto. Esto era inevitable.

Maya frunció el ceño, retrocediendo apenas medio paso.

—¿Qué?

Nixon ya se movía. Sin dudarlo, la agarró del brazo. Maya intentó forcejear, pero Nixon la sostuvo con firmeza.

Maya lo miró con incredulidad, su respiración acelerándose.

—¡Nixon Suéltame!

Maya negó con la cabeza, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de confusión y miedo.

—¿Por qué? ¿Qué hice?

Nixon apretó la mandíbula. No había respuesta que pudiera darle que la calmara.

—No es por lo que hiciste. —respondió, su voz endurecida.

Caleb soltó una carcajada breve, vacía, y luego se estiró como si acabara de despertar de un sueño. Empezó a caminar en dirección a ellos, con la languidez de un depredador que ya sabe que su presa no tiene escapatoria, acorralada.

—Vamos —añadió Caleb, señalando el pasillo con la barbilla—. No hagas que sea más difícil. Si te portas bien, tal vez te den una celda con ventana.

Nixon sintió cómo el cuerpo de Maya temblaba bajo su mano. No era miedo lo que la paralizaba. Era otra cosa. Algo parecido a la rabia, pero ella aún no sabía qué hacer con ella. No aún.

Con un movimiento calculado, Nixon la giró suavemente para que comenzara a caminar delante de él, asegurándose de mantener su agarre sin herirla. Caleb los siguió de cerca.




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