El crepúsculo del emperador

Capitulo 00032 Gritos entre el dolor

Caleb esperó fuera de la habitación, casi con aburrimiento, dentro hubo silencio interrumpido por el suave crujido de los guantes de Hicks al apretar la carpeta entre sus dedos. Su figura, oscura y erguida permanecía inmóvil frente al ventanal que se abría al vacío del espacio…

La puerta se cerró detrás de Nixon con un golpe seco. No fue escoltado. No lo necesitaba. Hicks lo había citado personalmente.

Eso ya era un castigo.

—¿Sabes qué es esto? —dijo Hicks sin girarse, levantando ligeramente la carpeta— ¿Tienes alguna idea del precio que pagué para conseguir esta basura incompleta?

Nixon no respondió. El silencio pareció molestar aún más a Hicks.

Se giró.

—Una reunión. Una reunión delicada, Nixon. Con un traficante que ha estado en contacto con humanos. Con ella. ¡Con ella! —espetó, golpeando la carpeta contra la mesa con tal fuerza que varios objetos temblaron— Iba a hablar. Iba a darme una ubicación. Un nombre. ¡Una imagen! Y tú…

Hicks avanzó rodeando la mesa.

—Tú irrumpes como un perro sin correa, arruinando la única ventaja que tenía. ¿Por qué? —preguntó con veneno en la voz, hizo una mueca de asco— ¿Por una humana?

Nixon mantuvo la mirada firme. Su voz salió ronca.

—La mencionaron. Mencionaron a Maya. Dijeron que estaba relacionada a ella… con tu amada. No podía quedarme quieto.

Un silencio incómodo se formó en la sala. Hicks lo observó con detenimiento con el ceño fruncido.

—Oh… ¿no podías quedarte quieto y callado? ¿Era demasiado para ti? ¿Demasiado para tu corazón de bestia domesticada? —susurró, acercándose hasta que Nixon pudo sentir su aliento.

Nixon apretó los puños, frunció el ceño.

—La van a interrogar. Sabes que es mi vínculo. ¡Dijiste que los vínculos se respetan!

Hicks soltó una carcajada breve, hueca. Retrocedió unos pasos desviando la mirada.

—No te equivoques —dijo con una crueldad contenida, usualmente no toleraba ese tipo de comportamiento, Hicks volteo a verlo, se acercó a Nixon—. Respeto el vínculo lo suficiente para no despedazarla, pero eso no te salva a ti.

Con un movimiento repentino, Hicks lo golpeó.

Un solo puñetazo. Directo al estómago. Nixon cayó de rodillas, el aire escapando de sus pulmones. Antes de que pudiera incorporarse, otro golpe lo arrojó contra el suelo. Hicks lo levantó en un agarre del cuello de la camisa.

—¡No te corresponde decidir qué información es útil! —rugió.

El impacto resonó en un estruendo contra la mesa, Nixon se encogió jadeando.

La carpeta cayó al suelo, abierta. Una imagen borrosa resbaló por el suelo: el rostro de una mujer con los ojos tachados. Una imagen algo borrosa.

Hicks suspiró, se pasó una mano por el cabello.

—Has fallado. Me quitaste la única pista sólida. Y si Maya tiene algo que ver con ella —se inclinó levemente hacia él, la voz más baja—, entonces vas a quedarte aquí y mirar cómo la despedazo capa por capa hasta que me diga todo.

Nixon escupió sangre, pero levantó la cabeza.

—Entonces vas a matarme a mí también.

Hicks lo miró largo rato. Algo en su rostro se tensó. Luego se irguió.

—Aún no. Pero créeme… estoy tentado.

Hicks se incorporó con lentitud, como si el acto de golpear a Nixon no hubiese sido más que quitarse el polvo. Su rostro volvió a su expresión habitual: imperturbable. Sus ojos aún ardían de irritación contenida.

—Levántate. —ordenó sin mirarlo.

Nixon obedeció con dificultad, sujetándose las costillas. No por orgullo, sino porque conocía el protocolo. Discutir más sería provocarlo… y tal vez ya había ido demasiado lejos.

Hicks se acercó a la carpeta abierta en el suelo. Se agachó, recogió los papeles y la imagen la sostuvo unos segundos entre sus dedos, contemplándola con una expresión casi ausente. Luego se volvió hacia Nixon.

—¿Crees que te golpeé por Maya? —preguntó con voz baja— No. Te golpeé porque eres incompetente. Porque me hiciste perder tiempo. Porque, en tu arrogancia de protector, olvidaste quién manda aquí.

Tomó una respiración profunda.

Hicks guardó la imagen y los papeles en la carpeta, se aproximó de nuevo, más calmado.

—Si Maya fuera cualquier otra humana, ya estaría reducida a huesos y cenizas, o en una granja como un trozo de carne más. —Hicks alzó la carpeta haciendo un gesto con ella mientras la agitaba señalando a Nixon.— No lo está porque es tu vínculo. Y aunque no valga nada para mí, tu conexión con ella es útil, pero eso no te hace especial, Nixon. Te hace útil. Y lo útil, cuando deja de servir, se desecha.

Se alejó de él.

—Vigílalo —ordenó al soldado que aguardaba fuera en la entrada.
Luego se detuvo a medio camino, sin girarse.

—Maya será interrogada. A fondo. Si revela lo que necesito… puede seguir respirando, pero si se resiste…

Pausa.




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