El crepúsculo del emperador

Capítulo 00033 Rojo sangre 1

Mini capitulo
Nota: disculpen la demora mi compu esta dañada, se me complica más escribir, este es un pequeño adelanto. :(

—¡No puedes hacerle esto! —gritó Nixon, golpeando la pared con el puño cerrado, la piel de los nudillos ya sangrando por la presión constante.

— ¡¡Hicks!!

Los guardias no se atrevían a mirarlo, incómodos por sus gritos. La respiración de Nixon era agitada, los ojos brillantes, casi húmedos.

Hicks murmuró algo entre dientes con irritación, se pasó una mano por el rostro y apretó la carpeta en su otra mano, observó el techo de la nave.

Camino de vuelta a la habitación.

Hicks entró a la habitación donde habían trasladado al joven, ignorando a los guardias, lo miró de arriba a abajo. La voz del emperador retumbó desde el otro lado de la sala, sin levantar el tono.

—¿Otra rabieta más, Nixon? —dijo Hicks mientras avanzaba por el pasillo con la carpeta del traficante bajo el brazo, abriéndola con desinterés forzado—. He dirigido guerras, aniquilado civilizaciones, negociado con cosas que devoran ciudades… pero lo verdaderamente agotador, lo que me quita la paciencia, son los berrinches tuyos.

Nixon se quedó en silencio, apretando los dientes, furioso, sin saber si llorar o estallar en gritos.

Quería hacer ambas, pensaba el hombre.

—Tengo que ser el emperador —continuó Hicks, girando apenas el rostro hacia él con una mirada sombría—. El estratega. El juez. El ejecutor, pero contigo, tengo que ser también el maldito hermano mayor que tolera tus arrebatos sin sentido porque no puedes controlar lo que sientes.

Nixon murmuró algo inteligible entre dientes, desvío la mirada al suelo.

¿Por qué Hicks no podía comprenderlo?

—Te trato con más indulgencia de la que merece—Hicks se sobó la frente quitando un leve sudor—, porque sé que me necesitas —su tono fue más calmado—, sé que en el fondo aún eres ese mocoso que me seguía con admiración y miedo en los ojos, pero esto… —alzó la carpeta, la información dentro significaba demasiado para Hicks—, esto es más importante que tus emociones.

Dió un paso hacia Nixon.

—Y si tengo que ser el villano de tu historia para descubrir la verdad sobre ella, entonces lo seré sin dudarlo. Así que quédate ahí y escucha… aprende algo, por una vez.

Se dió la vuelta.

Justo antes de salir, Nixon pudo escuchar las palabras de Hicks.

"Estoy cansado de esto”.

La puerta se abrió con un crujido lento.

***

El interior de la sala de interrogación estaba envuelto en una luz blanca neutra, las paredes eran de color gris. Caleb ya estaba dentro, hojeando unos documentos, con expresión neutral.
Hicks entró sin más, dejando atrás a Nixon, cuya respiración se volvía más inestable. Podía escuchar el eco de los pasos de su emperador, el arrastre metálico de la silla, el murmullo bajo de Caleb.

Y finalmente, la voz de Hicks, seria, cortante.

—Comencemos.

Las puertas chirriaban con violencia al abrirse. Maya fue empujada hacia el interior por dos soldados. Se agitó hasta el último segundo, pero el empujón final la dejó tambaleante en medio de la sala.

Los guardias obligaron a la joven a sentarse en la silla metálica del centro. El sonido de las correas ajustándose en sus muñecas fue lo único que rompió el silencio por un instante.

—¡Suéltenme! ¡No tienen derecho! —gritó, con la respiración entrecortada, el cabello enmarañado cayéndole sobre el rostro.
Respiraba entrecortado por la resistencia.

Hicks no se movió. Estaba de pie junto a la mesa central, con la carpeta aún en sus manos, mirando en completo silencio como si evaluara una criatura extraña. El hombre miró el reloj en su muñeca.

Tenía tiempo.

Sus ojos, severos, se clavaron en ella con juicio. Maya hizo una mueca de incomodidad y soltó una maldición entre dientes.
Caleb, por su parte, estaba sentado en una esquina, con una pierna sobre la otra y una pluma vieja suspendida entre sus dedos. Murmuró sin levantar la vista del informe que tenía en las rodillas.

—¿De verdad había que hacer esto tan teatral? Podríamos haber usado un maldito sedante. —suspiró, pasando una página sin apuro—. Esto me va a retrasar el papeleo del mes —hojeo las páginas de su libreta—. Jasver sigue insistiendo en que el protocolo es inhumano. Sabes la importancia de los vínculos mejor que nadie. —regaño.

Hicks no le respondió, observó a la mujer.

—Cállate, Caleb —fue todo lo que dijo Hicks, sin apartar la vista de Maya.

Caleb murmuró de lo insoportable que Hicks estaba en esos días.

Hicks caminó lentamente alrededor de ella, hasta quedar frente a ella.

—No estás aquí porque yo lo quiera —dijo en voz baja, como si eligiera cada palabra con paciencia—. Estás aquí porque tu existencia… encaja demasiado bien con piezas que no deberían existir. Así que habla, humana y sé inteligente por. No tengo el humor de un santo.

Maya lo miró con rabia, pero no dijo nada, ella agitó sus muñecas, la presión allí le causo moretones.

Caleb levantó finalmente la vista y dijo, en tono neutro:

Procedimiento iniciado. Testigo principal, Maya. Interrogador, Hicks. Testigo secundario y relator, Caleb. Informe número… —miró su hoja, con fastidio.




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