"Miraba el arroz quemado sobre la mesa, no me puedo quejar. Ese día no habían ocurrido peleas. Aún no.
Oí como la puerta se cerraba con un fuerte golpe y la mano de mi madre brincó salpicando un poco de néctar en mi camisa, ambos nos observamos en silencio. Dejo la jarra sobre la mesa y se sentó a mi lado, apretó con delicada fuerza mi mano y me dedicó una sonrisa débil, aún tenía el labio roto y ligeramente amoratado por la pelea de hace dos noches. Le devolví la sonrisa al mismo tiempo en el que un hombre apareció en la gran habitación al que llamábamos comedor.
Mi padre. Si es que se le podía reconocer como uno, se sentó frente a nosotros sin decir palabra alguna, y comenzó a comer como un cerdo.
─Como lo que eres─. Pensé, mis ojos viajan por toda la mesa sin querer tener contacto visual con él.
─ ¿No hay nada que tomar?─ pregunto sin siquiera dejar de masticar, mi madre le señala la jarra de jugo frente a él, Tobías deja de comer y la mira.
─ ¿Qué diablos esperas para servirme mujer?─ pregunta fastidiado.
Mi madre se levanta y toma la jarra entre sus manos depositando lentamente el líquido en el vaso de vidrio.
─ ¿¡Qué esperas!?─ grito aquel hombre de cabello corto y mirada asesina, el olor a whisky llega a mi asiento haciéndome querer vomitar.
El grito inesperado del hombre frente a mí hace que mi madre se sobresalte haciendo temblar sus manos y que la jarra de jugo resbale cayendo encima de Tobías.
La habitación queda en silencio por unos instantes, en los dieciséis años que he vivido en este lugar el silencio solo significa que algo había pasado. O iba a pasar.
Margaret nerviosa toma la jarra ya vacía y con un pañuelo de cocina comienza a tratar de limpiar el pantalón de mi padre, este se levanta balanceándose por los efectos del whisky, mi madre agacha la cabeza, veo las lágrimas bajar por su rostro, sabe lo que viene.
Mi padre se planta frente a ella y con su dedo índice la toma de la barbilla alzando su rostro, el cuerpo de mi madre tiembla levemente por el temor que Tobías le impone, mi madre lo mira ya con el rostro levantado. Me fijo en sus facciones.
Su rostro es pálido, pero ahora lo está más de lo normal y tiene la mayor parte del rostro demacrado, sus ojos azules los cuales herede ya no tienen vida alguna.
Mi padre la miro y alza su puño estrellándolo en el rostro de mi madre que comienza a gritar. Golpe tras golpe la voz de mi madre va decayendo y trata de detener los puños de Tobías, pero le es imposible. Agradezco de que no estuviese mi hermano aquí, el nunca golpeaba a mi madre pero su indiferencia lo hacía todo peor.
Durante dieciséis años he soportado cada pelea.
Durante dieciséis años me he quedado callado.
Durante dieciséis años he tenido miedo. Hasta el día de hoy.
Me levanto de mi asiento y tomo a Tobías del hombro, este se gira mirándome furioso deteniendo sus golpes por un momento aprovecho ese momento y estrello mi puño sobre su rostro, mi mano arde como si la hubiese fracturado pero el dolor no se compara con la satisfacción de ver los hilos de sangre que salen de la nariz de Tobías.
Aquel hombre me miro con los ojos inyectados en sangre y comenzó a golpearme, recibí los primeros golpes en silencio, luego mi puño comenzó a estrellarse en su rostro una y otra vez.
─ ¡Llama a Jordán!─ logre exclamar entre el ruido de los golpes, por el rabillo del ojo veo a mi madre correr lejos de la habitación.
Tras el momento de debilidad al observar a mi madre, Tobías me golpea dejándome fuera de combate por unos cuantos segundos, él aprovecha y me toma del cuello estrellando mi cuerpo y mi cabeza sonoramente contra la mesa, comienza a ahorcarme.
─ ¿¡Qué diablos te crees que eres para golpearme como una bestia y salir vivo!?─ grita, siento su aliento caliente y oloroso a whisky sobre mi rostro.
No soy capaz de responder, mi vista se comienza a nublar. El oxígeno no llega a mi cerebro.
Una sonrisa se extiende por mis labios.
─ ¿De qué diablos te ríes?─ pregunto mirándome con los ojos inyectados en sangre, mis ojos viajan detrás de mi padre, mi madre esta con la jarra de vidrio entre sus manos. Me mira.
Suelta un pequeño grito antes de estrellar la jarra en la cabeza de Tobías.
La sonrisa no abandona mi rostro al saber que el bastardo de Tobías pudo haber muerto.
Escucho las sirenas a lo lejos, pero es muy tarde, mis ojos se cierran y me dejo llevar por una nube negra."
Despierto empapado en sudor, y con las imágenes de aquella pesadilla que alguna vez fue realidad aún en mi mente, me siento en la orilla de mi cama restregando mi rostro, suspiro.
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Editado: 24.02.2019