“¿Estaba en un desierto? Se suponía que no, pero podía sentir el calor quemando mi piel, el sol era intenso. Siempre creí que un lugar como este tendría un perfume en especial, una sensación especial, pero no podía sentirlo, mi mente no es capaz de imaginar olores que desconozco.
La luz molestaba a mis ojos acostumbrados a la oscuridad. De mi boca solo brotaban quejidos, me sentía incapaz de conectar dos palabras o tener pensamientos coherentes.
Quise incorporarme, pero alguna fuerza invisible me detenía. Estaba boca abajo en una duna, pero nada de arena entraba en mi boca, tampoco me molestaba cuando intentaba respirar. Inspiré y, con un movimiento que ni yo me creía capaz de hacer, me senté.
Analicé el panorama con mis sentidos confusos, todo se veía exactamente igual, mirara hacia donde mirara. El pánico comienza a agobiarme, siento como si que algo pesado se apoyara en mi pecho, lo oprimiera con fuerza y no me permitiera respirar. Casi podía decir que oprimía mi corazón para evitar que lata.
Respiré hondo y abrí mis ojos asustada, estaba temblando y sudando. Todo había sido una pesadilla. Mi respiración rápida y ruidosa contraponía el silencio sepulcral que me rodeaba. Lentamente volvían mis sentidos, todo lo que me rodeaba era negro, pero con el correr de los segundos pude apreciar figuras difuminadas. El olor a hospital me invadió, tan esterilizado como siempre, el frío que lo solía acompañar vino, casi, de inmediato.
Traté de mantener la calma, estoy a salvo, sigo sintiendo, sigo respirando, sigo viva. Incluso la herida de bala que tengo me genera una sensación de confort, no estoy en el desierto aunque estoy sedienta como si hubiera caminado por horas.
Me percaté de que sobre mi pecho había una maraña de pelos, de un color castaño oscuro y lleno de bucles. Estaba muy poco interesada en quién era, mi preocupación era más... ¿Qué fue eso?
No estaba segura de si había sido una alucinación o un sueño, ya estaba en un punto que me costaba diferenciarlas. Me dolía el cuerpo, traté de llevar una mano a mi cabeza, pero recibí un tirón como respuesta, bajé la mirada, mis extremidades estaban atadas.
<<Al parecer hice algo lo suficientemente malo como para que me retengan en la cama… Y llamaron a Tabares...>> reflexioné.
Siento un movimiento leve, esa maraña tan irritante de pelos se incorporó. Ya era tarde para salvarme, ni siquiera iba a pelear, solo me quedaba escucharlo. A veces su voz me resulta irritante
Quizás en otra situación me levantaría y me iría a mi habitación, azotando la puerta e insultando en todos los idiomas que sé. Posiblemente el vendría detrás de mí e intentaría mediar, yo me pondría más molesta y le pediría que se aleje porque no quería decir nada de lo que pudiera arrepentirme.
—Buenos días, bella durmiente —me sonrió mostrando sus dientes blancos, demasiado para un fumador.
Lo miré en silencio con el entrecejo arrugado, iba a ignorarlo, pero no pude contenerme.
—Empieza a escupir tu veneno, cerdo —le ordené mirándolo de lado, ni siquiera quería tratar de despegar mi cuerpo de la camilla.
Me sonrió de lado, con ojos compasivos, logrando que me revolviera el estómago del asco. Mis ganas de atacar aparecieron de golpe y comenzaban a aumentar con cada segundo que pasaba frente a mi. Mi rostro mostró una clara mueca de enojo, él, en cambio, se veía muy tranquilo.
Cerré los ojos, lo mejor era tratar de dormir y escapar de esa realidad que me estaba haciendo tan mal. Perderme en las fantasías hacía que el dolor físico y emocional sea menor.
— ¿Podrías mirarme, por favor? —me pidió con una voz aguda y amable—. No estarías en esta posición de no haber sido tan irresponsable. Nunca te habías dejado ganar por la impulsividad, no sé qué te pasó y eso me asusta… Sólo, mírame por favor.
Traté de respirar hondo, tomando todo el autocontrol que poseía, pero uno de sus gestos, que se me hizo demasiado arrogante, hizo que estallara.
Lo miré furiosa, en estos momentos lo odio con toda mi alma, nunca entenderá por qué actué de esa forma, porque es una estúpida serpiente venenosa. Podría ponerme un cartel en la frente que diga “lo hice por esto”, pero es tan corto de mente que estoy segura que no lograría comprenderlo.
—No hay nada mejor que una meta cumplida —susurré, era un comentario solo para mi, para convencerme de mis decisiones—. Tenes prohibido volver a buscarme —le dije abriendo los ojos, pero sin mirarlo—. No quiero volver a verte, de ahora en más trazamos una línea divisoria y nos separamos.
Lo escuchó suspirar, cansado, debe de creer que es alguna especie de berrinche, pero lo digo en serio. No quiero verlo nunca más en mi vida, estoy harta de esta historia que siento que no va a acabar nunca.
El precio por mi compasión fue muy alto, no me había equivocado, los sentimientos son la mayor desventaja del ser humano. Cuando creí lo contrario fue cuando una bala me atravesó, cuando me confié y subestimé mi humanidad.
—Si no fuera por mi estarías en la cárcel —me recalcó como si hubiera hecho un gran descubrimiento, o quizás cree que le debo algo.
—Estar en la cárcel sería mejor que estar aquí, algunas presas son bonitas —insinué.
Sí, era un comentario muy bajo, pero iba a atacar en dónde pudiera con tal de devolverle una fracción del dolor que me había provocado su accionar. Es tan fácil encontrar los fracasos de otras personas y, para la desgracia de Fernando Tabares, mis gustos y yo somos el mayor fracaso que tiene.
Tenía que lastimarlo porque, a pesar de todo, sentía que me había dado la espalda. Sí, no estaba en la cárcel, pero estaba sola en este lugar, volviéndome cada vez más loca, mientras me tratan como un animal. Prefería estar en la cárcel, pero sentir que estaba bajo alguna especie de escudo protector y que quién me lo extendiera sea Tabares.
Esa mierda que él considera un acto impulsivo, producto de mi ira, fue algo pensado con poco tiempo, pero buscando un solo objetivo.