Un rayo surcó los cielos, otra vez estaba lloviendo, para los adultos era un mal presagio. Colocaban a los niños en sus respectivas habitaciones, como si se tratasen de un tesoro que debían proteger y corrían a tomar sus armas.
Se encontraba sentada en su cama, el lugar que la rodeaba era tan gris, ni siquiera se habían esforzado por disimular que no era apto para niños, o al menos la idea nunca fue que ellos estuvieran ahí. Lo único que te distraía de las escalas monocromáticas eran unas pequeñas mariposas caricaturescas, desparramadas por el techo y pared, intercaladas con florcitas mal dibujadas.
Militares, había militares por doquier, con paraguas de metal, caminando en filas, podía verlos si se paraba en puntas de pie para alcanzar la ventana. Todos aterrados, ver a adultos con miedo no hacían que sus miedos infantiles mermaran. Su corazón, aterrado, galopaba en su pequeño pecho, mientras trataba de entender qué estaba pasando.
— ¡Quiero a mamá! —escuchó un llanto detrás de ella que le hizo un nudo en la garganta.
Reprimió sus lágrimas, ella quería lo mismo, pero ¿no es natural en una niña de 6 años querer ver a su madre? Respiró hondo y trató de calmarse, tan pequeña y ya había aprendido a ocultar sus emociones.
Se puso en cuclillas junto a una muchacha que se veía muy similar a ella, pelo rojizo y algo lacio, ojos claros, piel más oscura, podría decir que tenían facciones muy parecidas, aunque las pecas de ella se encontraran en su rostro y no brazos.
—Ey, tranquila, ya iremos con mamá —le aseguró sonriendo.
— ¡No te creo! Decis lo mismo desde que llegamos —la niña lloraba con aún más fuerzas.
Respiró hondo y se preparó para repetir la explicación que ya le habían dado cientos de veces, era demasiado simple para su gusto. —Afuera hay un bicho muy feo —le aseguró a la niña—. Un bicho que se mete en nuestro cuerpo por el agua, así que no podemos tocar el agua. Mamá está ocupada tratando de que no nos pase nada.
Respiró hondo, apretó la mandíbula, molesta. Quería datos, quería saber qué pasaba, que se lo explicaran como si fuera una adulta. Ah, claro, era lo suficientemente ayor para estar en una guardia, cuidando de su hermana menor, pero no para entender a qué se estaban enfrentando.
— ¿Y quién la va a cuidar de ella? —El llanto de la niña empeoró.
—No lo sé… —murmuró—, pero mamá es mamá, nadie puede con ella —la hizo levantarse—. Vamos a portarnos bien y a dormir, así…. ella vendrá más rápido —aseguró, sentía que estaba mintiendo aunque no sabía por qué.
— ¿En serio? —había conseguido que la niña llorara menos, como respuesta asintió.
Acomodó a la pequeña en la cama, la tapó mientras le dejaba un gordo unicornio de peluche a su lado, para que duerma.
—Ari —la tomó de la mano antes de que se fuera—. Gracias por no irte…
— ¿Por qué me iría Caro? —le preguntó.
—Papá se fue… vos no te fuiste, no me dejaste.
Otro nudo en la garganta, mucho más fuerte que el anterior. Bajó la mirada, en sus manos había un peluche gordo de un Cthulhu, regalo de su madre por su fascinación por los cuentos de Lovecraft. En esos momentos quería abrazarlo y romper en llanto, pero necesitaba controlarse.
<<Eso es mentira, papá no se fue… >>Pensó para sus adentros.— Señorita, Carolina Abreu Sánchez —habló cruzándose de brazos—, me ofende que agradezca algo como eso. Yo no me iré, nunca. No necesitas a papá, porque yo estoy acá —le aseguró dándole un beso en la frente, dándole una tierna sonrisa—. Buenas noches.
La niña le devolvió la sonrisa para luego cerrar sus ojos, mientras ella volvía a la ventana. ¿Si las personas que debían proteger a todos los que estaban ahí se asustaban, ella también podía hacerlo?
Una suave melodía comenzó a sonar, todas las noches la ponían para arrullar a los pequeños niños que se encontraban asustados en esas horribles instalaciones. Tristemente a ella no le servían, cada vez que las oía la ansiedad comenzaba a comerse su pequeño cuerpo.
Despertó tomando una bocanada de aire, sentía que había estado un largo rato sin respirar, volteó, sobresaltada, para ver en todas direcciones. Tardó un instante en recobrar el sentido de la orientación. No estaba en su casa, las memorias de lo que había pasado la noche anterior llegaron de repente. Suspiró, al menos estaba todo bien.
Se incorporó algo adolorida, no había dormido en una buena posición. El corazón le dio un vuelco y abrió sus ojos de par en par.
Lien no estaba en la cama.
Se tomó con fuerza de la cabeza, le estaba doliendo y el saber que de seguro esa mañana habría una conversación muy incómoda la ponía peor. Trató de controlar el flujo de pensamientos que había desencadenado. Tantas interrogantes y tan pocas respuestas.
Resolvió que tendría que ocuparse luego de su sueño, porque en ese instante el enemigo se encontraba fuera de la habitación. Miró a su lado y no estaba, en serio se metería en problemas, eran las 8 de la mañana. Se arregló un poco el pelo con las manos mientras se sentaba en la cama, se miró unos segundos en el espejo. Tenía una cura en la frente, en esa zona le ardía un poco. ¿Acaso Morales le había hecho eso? No podía creerlo, nunca lo había visto ser violento. No importaba, cuanto más rápido lo enfrentara, más rápido volvería a su casa.
Bajó con paso vacilante, quería desvanecerse, a primera vista notó que al menos no se encontraba en la sala. Quizás si tomaba rápidamente su mochila, podría salir de ahí.
No, no importaba que tanto quisiera, sabía que no podría escaparse de esa situación. ¿En qué estaba pensando la noche anterior? Debió haber barajado la idea de que al día siguiente tendría que enfrentar a Lien.
Sintió un fuerte aroma a café, caminó lentamente a la cocina, deseando ser invisible. En la cabecera de la mesa, Lien se encontraba sentado, mirando un punto fijo en completo silencio, con las manos entrelazadas frente a su boca y los codos apoyados en el mantel a cuadros de la mesa.