El crimen de tus letras

Capítulo 8: Estallido

Estaba atardeciendo, la casa era sumamente silenciosa, podía escuchar el tic tac del reloj mientras miraba el techo. En eso se resumía la última hora y media de su día. Le hubiera gustado que su vida fuera un poco más pausada, más lenta, quizás así no estaría tan agobiada.

Necesitaba un periodo de reflexión, comprender las cosas a las que se estaba enfrentando. Había hablado con el doctor de su madre, el cáncer estaba entrando en remisión, por más de que tratara no podía alegrarse. ¿Por qué estaba tan amargada?

No era que tuviera algún interés en la muerte de su madre, en realidad no ganaba nada con ello, solo dolor y heredar sus deudas. Tampoco le daba alegría saber que iba a seguir viva y eso le generaba mucha culpa. 

Recuerdos, desde que se enteró de la guerra y la terrible toma de decisiones que tomaron quienes se suponía que cuidarían de los niños, entendió que lo mejor era no recuperar sus recuerdos. El problema era que, en esos momentos, deseaba compartir algún lindo momento con su progenitora. 

¿Por qué no podía mostrarle algo del amor incondicional que solían dar las madres?

No solo eso habría sido ventajoso, sino que también podría entender qué había pasado con su hermana menor. Quería justificar con todas sus fuerzas el accionar de esa señora, quería creer que algo pasó, solo para sentirse menos engañada y estúpida.

Sus ojos iban cerrándose lentamente, se sentía cansada, su vida se había vuelto estresante. Llevó el dorso de su mano a su frente, trató de concentrarse en su respiración, para poder relajarse. 

Pensaba en tantas cosas que apenas tuvo tiempo de mostrar preocupación por la borrachera de Lien. Quería saber qué lo había llevado a encontrarselo en un estado tan deplorable la noche que fue a verlo. Drogado y alcoholizado, ver a alguien tan inteligente con esa actitud le parecía extraño. 

Podía recordar la tristeza de sus ojos, opacada por la sonrisa que no desaparecía de su rostro y esa necesidad por tenerla cerca. ¿Quién creía que era esa noche? Había dado una respuesta vaga… ¿La destinataria de mis poemas? 

Sacó uno de los poemarios de Lien, comenzó a leer la primera línea. Sentir las palabras de su compañero hacía que las taquicardias producidas por el estrés disminuyeran. Su nuevo estado de relajación hizo que sus ojos se cerraran lentamente. Notó que estaba más cansada de lo que creía, porque se quedó dormida en el sofá.

 

Despertó tomando una bocanada de aire, miró en todas direcciones, el calor era insoportable y el aire era sumamente denso. Estaba en un infierno rojo, el cual amenazaba con comérsela a ella también. Trató de visualizar algo, pero había llamas rodeándola, trató de pensar en algo, necesitaba escapar, pero no veía opciones viables, el fuego se tiraba sobre ella.

Se tiró al piso, para tratar de no respirar humo. No podía pensar, estaba somnolienta, solo quería volver a dormir. Los párpados le pesaban, se sentía desorientada, sofocada, apenas podía respirar.

Escuchó un estruendo, un poco de nieve blanca le cayó encima y en el rostro, una mano la ayudó a incorporarse y tiró de ella con mucha fuerza. Tardó unos segundos en percatarse de que esa nieve blanca era de un matafuegos. 

Comenzó a correr, sin saber a dónde se dirigía. Tapó sus vías respiratorias con una mano, todo pasaba en una fracción de segundos, los que ella sentía como minutos. No podía sentir sus piernas, nunca tuvo la mejor condición física, no era del tipo de persona que hacía ejercicio constantemente, en ese momento a su cuerpo no le importó, no sabía que podía aguantar y alcanzar esa velocidad. Corrió sin sentir cansancio, o quizás incapaz de prestarle atención a ese sentimiento, el miedo la dominaba.

Sus ojos no podían identificar a quién sea que estuviera frente a ella, solo sentía como su mano la agarraba con fuerza. Esquivaron llamas y llegaron fuerza, cayó de bruces en la hierba que rodeaba su casa. 

No podía ver nada, el piso cubría su campo visual, pero no le importaba. Podía escuchar la respiración agitada de quién sea que la había sacado, pero no le importaba ver a esa persona. Trató de controlar su respiración, aun se sentía ahogada. A pesar de tener el corazón acelerado, era completamente capaz de quedarse dormida ahí, en el césped.

—Arriba, arriba, levántate, el fuego se extenderá —una voz masculina la animaba a que continuara corriendo.

Se arrastró hasta la vereda con ayuda del desconocido, sus fuerzas estaban agotadas. Llegó jadeando, algunos de sus vecinos se acercaron corriendo, un grupo trataba de apagar el fuego con agua, mientras otro corrió a auxiliar a las dos personas que salieron de la casa.

—Gracias —Ariadna trataba de no dormirse, comenzó a toser.

—No hables, toma esto —le pidió mientras le daba algo de agua—. No sé cuánto tiempo estuviste en la casa, quizás tengas hollín en la garganta. Necesitaremos un médico.

Los bomberos aparecieron junto a una ambulancia, entre tantas personas Ariadna perdió al muchacho que la había ayudado a correr fuera de la casa. Estaba tan confundida que no pudo apreciar ningún rasgo de su salvador. 

Los camilleros le colocaron una mascarilla de oxígeno, la cabeza le dolía, pero al menos no se había quemado. Así no debería sumarle una cicatriz más a la larga lista que tenía en su torso. Era lo único “bueno” que podía ver, aunque ni siquiera era algo bueno, su aspecto físico no estaba en sus listas de prioridades, al menos no después de todo lo que pasó.

Se sentía cansada, se apoyó contra una de las paredes de la ambulancia. No sabía que hacer, deseaba que hayan salvado su computadora, tenía todo lo que escribieron ahí, además su libro inteligente. Quería ponerse a llorar, no estaba muy segura de lo que sentía, quizás el shock todavía era muy grande. No se permitió expresar nada hasta saber bien cómo enfrentar las cosas, no quería perder tiempo en emociones que no le darían ninguna solución.



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En el texto hay: amor, venganza, escritores

Editado: 04.10.2021

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