El crimen de tus letras

Capítulo 9: Arde en el infierno

La puerta se abrió de forma violenta, con un estruendo, las dos presentes se sobresaltaron y miraron en dirección a la puerta.  La muchacha que ingresaba a la habitación, se sacó su cabello negro con reflejos rubios del rostro, se veìa muy agresiva. Con un vistazo se percató de que le sacaba una buena cantidad de altura, haciendo que se sintiera muy intimidada.

El silencio de las dos hizo que los pasos de la más alta retumbaran con más fuerza, su actitud agresiva pasó a serena, con paso agrandado. Se posicionó junto a Ariadna, en los piés de la cama de la mujer internada. Aclaró su garganta, sus gruesos labios mostraron una sonrisa.

—Me gustaría oírla repetir sus mentiras  —le pidió la muchacha con una voz tranquila, la reconoció al instante. Logró reconocerla en cuestión de segundos, era a quién se había encontrado antes de ingresar a la habitación.

Sus ojos comenzaban a lagrimear, sus sentimientos estaban consumiendola. Su cabeza ya no podía tolerar más información y la garganta comenzaba a arder. Ese día estaba haciendo lo imposible por derribarla.

— ¿Mentiras? 

—Dígalo de vuelta, quiero oír como la trata de asesina —ignoró la pregunta de Ariadna—. ¡Usted me dijo que no la conocía! —la acusó.

¿Qué no la conocía? ¿Qué tan avergonzada estaba de su propia hija? Incluso con ese dolor, la máscara de soberbia que tenía encima no desapareció, respondió siguiendo con su forma de actuar..

—Ja, ¿no reconoces a tu propia hija? —preguntó sonriendo.

Ya no podía controlar las lágrimas que fluían de su rostro, aunque nada más que sus ojos indicaba que estaba llorando, ni su voz, ni su boca, ni nada. Siempre consideró que la persona que se rompiera primero en una discusión era la que perdía. En ese momento sentía que había perdido, humillada y avergonzada por sentir dolor.

Comenzó a tener un ataque incontrolable de tos, tuvo que prestar especial atención en su respiración para no ahogarse. La pelea continuaba, pero apenas podía seguirle el ritmo por la tos que tenía y la sensación de ahogamiento.

— ¡No permitiré que la metan en esto! —gritó la mujer internada, podía ver que su pulso se había disparado por las máquinas a las que estaba conectada. A pesar de que la enfermedad la estaba consumiendo, su carácter no había cambiado en lo absoluto, era muy imponente y agresiva, contrario a la serena y rebelde de Ariadna.

La ira comenzaba a pasarse y el miedo lentamente comenzaba a invadirla, el terror que sentía de enfrentarla se hizo presente. Siempre pudo desafiar a la autoridad, nunca tuvo miedo de hablar cuando algo le molestaba o le parecía injusto, pero a ella le tenía mucho miedo.

Ese era el motivo por el que no se alegraba de que continuara con vida, porque le temía con locura, temía a los silencios de castigos, a las amenazas, a los amagues de golpe. Temía que la abandonaran, pero también lo deseaba, temía a su forma de ser.

Y ahora estaba aterrada.

—Usted está interfiriendo en una investigación policial —habló la chica señalando acusadora—. Y mintiéndole en la cara.

Más y más policías, ya no sabía qué hacer. 

—Esto no te incumbe, es con mi hija —trató de alejarla del huracán.

— ¿Hija? —rió entre lágrimas—. No vuelvas a llamarme así, yo ya no tengo madre. —Ya no sabía que parte de sí misma hablaba, pero comenzaba a temerle. Retrocedió con el corazón en mano, ante la mirada furiosa y atenta de la mujer, sentía que en cualquier momento se iba a abalanzar sobre ella—. No dudaré en pagar tu tratamiento y ojalá te mejores… Pero de ahora en más trazamos una línea, nunca más volveré.

Salió de ahí con el corazón destrozado y esa horrible aprehensión encima. Tuvo un instante de duda, aún podía arrepentirse, aún podía pedir perdón. 

Podía volver, podía tratar de tener una familia, el calor del amor. Quizás ser complaciente y dejar todo lo que ella quería solo por un segundo de amor, una palabra de aliento o sentir que alguien podrá ayudarle a seguir adelante. Si se iba nunca iba a volver y eso lo sabía. No le importaba que le tratara de cargar la culpa de una muerte, porque no dejaba de ser su madre.

La madre que nunca estuvo cuando tuvo que volver a aprender a hablar.

La madre que cada vez que caía en las terapias para volver a caminar, no la ayudaba a levantarse.

La madre que nunca mostró una pizca de orgullo o de amor.

¿Por qué quería? ¿Por qué tenía tanto miedo de irse? Tenía muchos recuerdos tristes con ella, en los que la olvidaba o la trataba de forma despectiva. ¿Por qué tenía tanto miedo de perder a alguien que no valía nada? ¿Por esos pocos momentos en los que se dignó a hacerle un café? ¿En esos momentos en los que le prestaba alguno de sus libros?

¿Valía la pena seguir caminando por el desierto solo para obtener un pequeño oasis?

Sintió un pequeño empujoncito por su espalda, la muchacha la animó a salir de ahí. Avanzó, ya había llegado tan lejos, no valía la pena quedarse ahí.

Salió sin mirar atrás. 

Iba a hablar con la chica de ahí, pero su celular comenzó a sonar muy insistente, rompiendo el silencio entre las dos y amortiguando el sonido de los gritos e insultos que propinaba su madre.

— ¿Podrías esperarme un segundo acá? —le pidió la muchacha—. Necesito decirte muchas cosas, pero para eso quiero que veas todo lo que tengo, así me creerás.

En esos momentos, podría creer hasta que tenía un unicornio. Su madre le había ocultado la existencia de una hija, a base de mentiras. El mundo debía de estar lleno de verdades a las que no podía acceder.

Aprovechó la ausencia de la muchacha para revisar sus mensajes, posiblemente era Lien, tratando de contactarse con ella.

En la primera pantalla, en grande, podía verse claro el mensaje.

“Espero que te guste el calor”

 

 



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En el texto hay: amor, venganza, escritores

Editado: 04.10.2021

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