El terror se reflejaba en los ojos de Julia Amaya cuando retrocedió ante la amenaza del cuchillo. A tientas, buscó a su espalda el pomo de la puerta de la cocina. Estaba demasiado paralizada para gritar y, aunque lo hubiera hecho, nadie la habría escuchado… nadie salvo el hombre que avanzaba hacia ella con el arma en la mano. Estaba loco. Tenía que estarlo.
Sus dedos encontraron el pomo y lo giraron. La puerta se abrió hacia la negrura de la noche alpujarreña. Julia echó a correr.
Y la muerte corrió tras ella.
Editado: 16.12.2025